Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa
- 19:30 Adoración al Santísimo. Confesiones
Primera lectura
Lectura del libro del Cantar de los Cantares 3, 1-4a
Esto dice la esposa:
«En mi lecho, por la noche,
buscaba al amor de mi alma;
lo buscaba, y no lo encontraba.
“Me levantaré y rondaré por la ciudad,
por las calles y las plazas,
buscaré al amor de mi alma”.
Lo busqué y no lo encontré.
Me encontraron los centinelas
que hacen la ronda por la ciudad.
“Habéis visto al amor de mi alma?”.
En cuanto los hube pasado,
encontré al amor de mi alma».
Salmo
Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9 R/. Mi alma está sedienta de ti, mi Dios
Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabaran mis labios. R/.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabaran jubilosos. R/.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1. 11-18
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella les contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
«¡Rabbuní! », que significa: «¡Maestro! ».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
Reflexión del Evangelio
Buscando al amor de mi alma
En la festividad de Santa María Magdalena, la primera testigo del resucitado, encontramos en el libro del Cantar de los Cantares a una mujer que “busca el amor de su alma”. El camino hasta encontrarlo se hace largo. Lo buscó por caminos erróneos, pero lo halló no tanto cuando lo buscaba, sino cuando menos lo esperaba.
¡Qué difícil tarea la de buscar el amor! Quizás sea en la inocencia de la adolescencia cuando hallamos parte de él. Hablamos de encajar, de ser compatibles, de ser piezas de un engranaje bien ensamblado, de la otra mitad de mi ser. Pero, siempre llega el desencanto. Se rompe la relación y lo que parecía ser un alma gemela, se ha convertido en uno de los mayores enemigos porque nos ha causado dolor. El alma yace herida por los caminos del desencanto y el desamor.
Pero, hemos de ser consciente de algo importante. El amor siempre va unido al alma. Si al alma no lo hacemos crecer y madurar el amor queda expuesto a la superficialidad; y con ella, se rompe también el alma. Para amar hemos de a cercarnos a nuestra alma, ver qué necesidades tenemos, y preguntarnos cómo las podemos superar. Hay que superar primero esas necesidades para aventurarme al amor.
El amor de un alma madura se expone al sacrificio. Y el sacrificio es una total donación gratuita de cuanto soy. No cabe reservarse nada ante la persona amada. No hay amor sin una confianza plena, y sin una fidelidad inquebrantable, firme como una roca.
Sin embargo, sucede que, a veces, salimos de nuestra alma para hacer incursiones por el mundo; nos tomamos un tiempo queriendo buscar oxígeno para nuestra mente y nuestro espíritu; pero, una cosa es respirar, y otra dar bocanadas. No podemos exponer a nuestro espíritu la dictadura del impulso irredento que nos conduce a la desestructuración personal.
Cuando el tiempo es el adecuado, y se ha respirado lo suficiente, hemos de volver a tomar consciencia de un nuevo ser personal dispuesto a renovar su amor. Lo malo es creer que respiramos cuando lo que estamos haciendo es dar bocanadas de aire, que fuerzan una incorrecta capacidad de respirar. Damos bocanadas cuando nos sentimos ahogados, o hemos hecho un sobreesfuerzo con nuestro cuerpo, no obstante, hemos de volver al fluir sereno de la respiración, para que todo nuestro cuerpo esté acorde con su ser.
Lo mismo nos sucede con Dios. O lo respiramos conscientemente para que nuestra alma esté unida a Él, o actuamos de manera impulsiva y rompemos el ritmo de nuestra relación con Él. Buscar el amor de mi alma significa también buscar a Dios y su presencia. Dios es amor, según nos dice la primera carta de san Juan; de Él hemos recibido la capacidad de amar como acto creador, por eso el amor no se puede desvincular de su capacidad creadora; de alguna manera moldeamos con esa capacidad creadora a nuestros seres queridos cuando les expresamos un amor gratuito. Sólo la gratitud es señal de una acogida sincera.
Buscar oxígeno en el amor es la expresión de una persona que se siente atrapada, agobiada, oprimida. Sin embargo, puede ser sólo una mentira que justifique mi huida. El oxígeno es necesario, pero la huida no resuelve los problemas.
Mujer, ¿por qué lloras?
En el Evangelio de San Juan encontramos a María Magdalena al pie del sepulcro, buscando en el lugar de los muertos al que está vivo. María Magdalena tiene quebrado el corazón y su alma por la muerte de Jesús. Ella fue discípula y servidora de la comunidad de creyentes que compartieron con Jesús el pan y la palabra. María se resiste a comprender el cambio cualitativo que ha cobrado la nueva vida en Cristo Jesús. Llora, pero a veces el llanto es egoísta. Lloramos por cuanto ya no recibimos.
Es necesario que alguien nos llame por nuestro nombre, para tomar conciencia de la liberación de nuestra angustia, y poder proclamar la alegría de la salvación. Esa alegría surge con el encuentro del Resucitado, que me pregunta “¿por qué lloras?”. He de buscar la causa de mi llanto.
Hay personas de llanto fácil, pero no encuentran la causa de su llanto. A veces es la emoción frágil, otras veces es la experiencia que uno siente por el abandono. Quien tiene el corazón quebrado necesita de una experiencia íntima mayor que el dolor, para dar el paso a la alegría.
María además de discípula también fue receptora de una experiencia íntima sin parangón: el resucitado le pregunta por la razón de su llanto, y se revela ante ella. Además de discípula, a partir de ahora es consciente de una misión: Anunciar que Cristo sigue vivo entre nosotros.
¿Por qué escogió a una mujer de entre sus discípulos par ser la primera en experimentar la alegría del resucitado? Hay varias razones que me conducen a responder. El Cristo liberador de la muerte y del pecado también rompe con las estructuras de opresión y discriminación. Pero hay una razón también de fidelidad, María Magdalena, permaneció al pie de la cruz cara al dolor y la muerte. No tenía un espíritu traidor ni un espíritu cobarde. Fue incluso capaz de recorrer el lugar de los muertos para buscar a su Señor.
Hemos de orar hermanos por esa capacidad, siempre nueva, que María Magdalena expresó con su fe y su amor en Cristo Jesús. Ella no se avergonzó de su pasado, ni tampoco de su presente. Llora por amor, y busca por amor la alegría de resucitar.
Santa María Magdalena
De Aciprensa