Ermita del Salvador
- 19:00 a 20:00 Adoración al Santísimo, cantos, acción de
gracias…
Ermita de Campolivar
- 19:00 Misa del IV Domingo del Tiempo Ordinario
Templo de las Carmelitas
- 20:00 Misa del IV Domingo del Tiempo Ordinario. Sufragio por Antonia Albendea Ruiz y Juan José Núñez Collado
Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel (12,1-7a.10-17):
En aquellos días, el Señor envió a Natán a David.
Entró Natán ante el rey y le dijo: «Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped.»
David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: «Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte. No quiso respetar lo del otro; pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.»
Natán dijo a David: «¡Eres tú! Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías, el hitita, y matándolo a él con la espada amoníta. Asi dice el Señor: «Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra. Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día.»»
David respondió a Natán: «¡He pecado contra el Señor!»
Natán le dijo: «El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás. Pero, por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá.»
Natán marchó a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo. David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo. Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó y no quiso comer nada con ellos.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 50,12-13.14-15.16-17
R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,35-41):
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio
Queridos hermanos:
La historia de David y su pecado es conmovedora. Él quisiera hacer justicia en su reino, crear un pueblo feliz, evitar los abusos de los poderosos: “el que ha hecho eso es reo de muerte”, exclama con celo de buen gobernante. Pero el profeta le hace ver que “el que ha hecho eso” es precisamente él: poseyendo un gran harén, como cualquier reyezuelo oriental, se apoderó de la mujer de un vecino y a él le hizo morir.
Pero en realidad el tema central del pasaje es otro: con motivo de este suceso, Dios muestra su soberanía y su misericordia, aplicando un castigo más bien comedido: Dios no hará morir a David, “al que ha hecho eso”; se limitará a infligirle un sufrimiento pasajero y pedagógico. Y el propio David nos es presentado como un humilde penitente: “he pecado contra el Señor”. Se subraya el reconocimiento del propio pecado y la generosidad de un Dios, siempre derrochando misericordia. La tradición espiritual atribuyó a David el Sal 51, el “miserere”, suponiendo que lo habría compuesto justamente para esta situación de penitencia y arrepentimiento; allí destaca especialmente el v. 19: “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.
La soberanía y la bondad de Dios se siguen manifestando por medio de la acción de Jesús. La narración evangélica de la tempestad calmada quizá tiene tras de sí varias situaciones de apuro en las múltiples travesías de Jesús con los discípulos por el lago. Pero el relato va mucho más allá en imágenes y alusiones. De Yahvé se celebraba hacía siglos: “Tú pisas el mar con tus caballos, el borbotar de las inmensas aguas” (Habacuc 3,15), “tú hendiste con fuerza el mar” (Sal 74,13), “tú acallas el estruendo de los mares” (Sal 65,8); Dios le habría ordenado: “aquí se romperá el orgullo de tus olas” (Job 38,11). La confesión de fe cristológica lleva consigo el reconocimiento de ese señorío; en la historia de Jesús y en su gloria del Resucitado se percibe la inabarcable majestad del Padre convertida en algo cercano, tangible, puesto en favor de los suyos.
La narración en su conjunto parece tomar como falsilla la leyenda edificante de Jonás, que dormía plácidamente en la bodega mientras los marineros luchaban a brazo partido con el oleaje. Sin embargo, existe una diferencia notable: los marineros pidieron a Jonás que invocase a su Dios para que viniese la bonanza (Jon 1,6), mientras que Jesús tiene autoridad propia para “increpar al viento y dar órdenes al mar” (Mc 4,39).
En este cuadro cristológico grandioso, debemos percibir también reminiscencia de las primeras experiencias pascuales: Pedro debió de encontrarse con el Resucitado en medio de faenas pesqueras (cf. Jn 21,7), escenas que luego los evangelistas proyectaron a momentos anteriores: “que yo vaya a ti sobre las aguas” (Mt 14,28). A la pregunta radical “¿pero quién es Este?” (Mc 4,41), la fe y la catequesis cristiana solo pudo y puede responder con un conjunto de imágenes y alusiones, ¡que se quedan muy cortas!
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Santa Brígida de Kildare
Los vivos recuerdos conservados en el corazón del pueblo, llevan un extraordinario espíritu de caridad. La mayoría de los numerosos y fantásticos milagros que figuran en las crónicas de su vida fueron su respuesta a súplicas que provocaron su compasión o despertaron su sentido de justicia. Sacaríamos una conclusión completamente falsa si pensáramos, como muchos lo han hecho, que siendo tan increíbles los incidentes que de ella se refieren, la existencia de la santa es un mito. El pueblo irlandés, más que otros, es imaginativo y entusiasta y, en consecuencia, muy celoso de sus objetos de veneración. Hubiera parecido como rebajar su dignidad el apuntar sólo cosas ordinarias y posibles de la que llaman «la María de los irlandeses», a quien consideraban como patrona de todas las buenas irlandesas. Así como a san Patricio y también a los héroes menores de la santidad se atribuyeron extrañas maravillas, así no le podía faltar a ella su corona: pues ¿no eran Patricio y Brígida «las columnas de Irlanda»? No valía la pena un relato de hechos prosaicos; en otras palabras, estos eran indignos de una persona tan excelsa. Es importante que nos demos cuenta clara de esta curiosa mentalidad, si no queremos confundirnos con las extravagancias que abundan en colecciones como la de Plummer «Bethada Náem Erenn» o en el «Book of Lismore». Análoga precaución hay que tener con toda la hagiografía medieval; pero especialmente en las leyendas trasmitidas por los celtas. Había que relatar maravillas y prodigios heroicos; y si faltaban, el escritor sufría el castigo de ver que su obra era despreciada por rancia e inútil. Este gusto por lo sensacional entre almas sencillas y cándidas, explica por qué en la primitiva hagiografía, por cada manuscrito de las «acta sincera» -o informes verídicos sobre el martirio- poseemos otros cincuenta, con tantas deformaciones y ornamentos, que bien podrían pasar por una novela.
Así pues, lo que podemos afirmar con certeza respecto a la vida de santa Brígida es realmente poco. Probablemente nació a mediados del siglo quinto en Faughart, cerca de Dundalk. Es indudable que desde temprana edad se consagró a Dios; pero parece muy dudoso que haya recibido el «velo» de manos de san Maccaille en Mag Teloch y que haya sido consagrada por san Mel en Ardagh. La dificultad aumenta por la glosa añadida al himno de san Broccan: «San Mel le confirió la dignidad de obispo», y por ello la sucesora de Brígida «tiene derechos y honores episcopales». El P. John Ryan discute el problema en Irish Monasticism, y concluye que «esta historia fue el resultado de los honores excepcionales tradicionalmente tributados a la sucesora de santa Brígida en Kildare, y que en algunos aspectos pueden compararse con los que se tributan a los obispos en la Iglesia». Pero es bastante extraño, que fuera del relato de Cogitosus, no se insista en las «vidas» de la santa en la fundación del monasterio de Kildare; tanto más, cuanto que dicha fundación parece haber sido el gran hecho histórico de su carrera, y que en cierto sentido la convirtió durante muchos siglos en la madre ejemplar de las vírgenes irlandesas.
Quizá nos demos cuenta del tono general de las «vidas» primitivas, con algunos párrafos de las lecciones del Breviarium Aberdonense: Santa Brígida, a quien Dios previo y predestinó para que creciera a semejanza suya, nació de noble familia escocesa [i.e. irlandesa]; su padre fue Dubthac y su madre Brocea, y desde su niñez progresó en todo bien. Esta doncella elegida por Dios, muy juiciosa y llena de sabiduría, siempre buscó lo más perfecto. Su madre la enviaba a recoger la mantequilla que hacían las mujeres con la leche de las vacas y ella se la daba toda a los pobres. Cuando las demás volvían con la carga, la joven trataba de restituir el producto que había tomado y, con tierna confianza, volvía su corazón al Señor y le pedía, por intercesión de su Madre, que devolviese la mantequilla con creces. A su debido tiempo, cuando sus padres desearon que contrajera matrimonio, hizo voto de castidad; lo hizo en presencia de un santo obispo y tocó con la mano el pilar de madera sobre el cual se apoyaba el altar. En memoria de la acción de esa joven, hace largos años esa madera permanece todavía verde, y como si no hubiera sido cortada y despojada de su corteza, florece en sus raíces y sana a innumerables tullidos.
Santa y fiel como era, viendo Brígida que se acercaba el tiempo de sus esponsales, pidió al Señor le enviara alguna deformidad para frustrar la importunidad de sus padres: se le reventó un ojo y se le derramó por dentro. Y así, habiendo recibido el santo velo, Brígida, junto con otras vírgenes consagradas, permaneció en la ciudad de Meatr, donde Nuestro Señor, por su intercesión, se dignó obrar muchos milagros. Curó a un extranjero por nombre Marcos; proporcionó cerveza de un solo barril a dieciocho iglesias, y la bebida alcanzó desde el Jueves Santo hasta el fin del tiempo pascual. A una mujer leprosa que le pedía leche, le dio agua fría, porque no tenía otra cosa; el agua se convirtió en leche, y cuando la mujer la hubo bebido, quedó sana. Curó a un leproso y dio vista a dos ciegos. Una vez cuando iba de viaje para acudir a un llamado urgente, al cruzar un arroyo se resbaló y se hirió en la cabeza; con la sangre que manó de la herida dos mujeres mudas recobraron el habla. Un buen día, a un criado del rey se le cayó de las manos una preciosa vasija y se rompió; para que no lo castigaran, Brígida la compuso totalmente.
Entre éstas y muchas otras extravagancias parecidas, hay algunas hermosas leyendas; especialmente la que se refiere a una monja ciega, Dará, cuyo relato no podrá hacerse mayor que con las propias palabras de Sabire Baring-Gould:
Una tarde, al ponerse el sol, Brígida estaba sentada con la hermana Dará, una santa monja que estaba ciega: hablaban del amor de Jesucristo y de los gozos del paraíso. Sus corazones rebosaban en tal forma, que la noche voló mientras conversaban y no se dieron cuenta de que habían pasado muchas horas. Entonces salió el sol tras las montañas de Wicklow, y su luz pura y blanca vino a iluminar y a alegrar la faz de la tierra. Brígida suspiró al ver la hermosura del cielo y de la tierra: sabía que los ojos de Dará estaban cerrados a toda esta belleza. Inclinó entonces la cabeza y rezó; extendió su mano e hizo la señal de la cruz sobre las apagadas órbitas de la dulce hermana. Entonces cesó la oscuridad, y Dará vio la esfera dorada en el oriente y los árboles y las flores, que brillaban, con el rocío a la luz de la mañana. Se quedó mirando un instante y luego, volviéndose a la abadesa le dijo: «querida Madre, le ruego vuelva a cerrar mis ojos, porque cuando el mundo está así de visible a los ojos, el alma ve menos claramente a Dios». Entonces Brígida oró una vez más, y los ojos de Dará volvieron a obscurecerse.
Poco o nada digno de confianza sabemos de la gran fundación religiosa en Kill-dara (el templo del encino) y de la regla ahí practicada. Se supone generalmente que era un «monasterio doble», es decir que incluía hombres y mujeres, pues tal era la práctica común entre los celtas. Es muy posible que santa Brígida presidiera ambas comunidades, y no sería caso único. Pero el texto de las reglas -en la Vida de san Kieran de Clonmacnois se menciona la «regula Sanctae Brigidae»- no parece haber sobrevivido. Más de seis siglos después, Giraldus Cambrensis coleccionó algunas curiosas tradiciones referentes a esta fundación. Dice, por ejemplo: «En Kildare de Leinster, renombrado por la gloriosa Brígida, hay muchas maravillas dignas de mención. Principalmente el fuego de Brígida, que llaman inextinguible; no porque no se pueda apagar, sino porque las monjas y santas mujeres alimentan y avivan el fuego tan ansiosa y puntualmente, que desde la época de la virgen, ha permanecido encendido durante siglos y nunca se han acumulado cenizas, aunque en tanto tiempo se haya consumido tan grande cantidad de madera. En tiempos de Brígida, veinte monjas servían aquí al Señor. Ella era la vigésima y cuando gloriosamente partió, quedaron diecinueve y no han pasado de ese número. Los monjas se van turnando cada noche para cuidar el fuego, y cuando llega la vigésima noche viene la última doncella y colocando suficiente leña dice: «Brígida, cuida ese fuego tuyo, porque a ti te toca esta noche.» Y por la mañana encuentran el fuego todavía encendido y el combustible consumido en la forma acostumbrada. El fuego está rodeado por una valla circular de arbustos, dentro de la cual ningún hombre entra, y si alguno se atreviera a entrar, como algunos temerarios lo han intentado, no escapa de la venganza divina».
Esta es la historia a la cual aludió el poeta Tom Moore cuando escribió:
La lámpara rutilante que alumbró el santo templo de Kildare, ardió constante a través de las edades de sombras y tormenta.
Pero no obstante que el material legendario predomina, es inconfundible el entusiasmo que la memoria de santa Brígida suscitó entre sus paisanos. No sería fácil encontrar algo más fervoroso en su expresión que las rapsodias del «Book of Lismore»: Todo lo que Brígida pedía al Señor se lo concedía inmediatamente. Pues todo su deseo era: socorrer al pobre, aliviar cualquier pena y ayudar a todos los desvalidos. Ahora bien, nunca hubo mujer más tímida o más modesta, más dulce o más humilde, más juiciosa o que tuviera una más armoniosa proporción en todo que Brígida. Nunca se lavaba ni las manos, los pies o la cabeza, delante de otras personas. Nunca miró rostro de hombre alguno. Nunca hablaba sin sonrojarse. Era abstemia, inocente, piadosa, paciente; se gozaba con los mandamientos de Dios; era firme y humilde, perdonaba y amaba; era un estuche consagrado para guardar la sangre y el cuerpo de Cristo; era templo de Dios. Su corazón y su mente formaban un trono para que descansara el Espíritu Santo. Tenía puesto su corazón por entero en Dios; compadecía a los desgraciados, era pródiga en milagros y maravillas. Por todo esto, su nombre en medio de las cosas creadas, es Paloma entre los pájaros, Viña entre los árboles, Sol entre las estrellas. El padre de la santa virgen, es el Padre Celestial; su hijo es Jesucristo; su aliento (quien la alienta y la nutre) es el Espíritu Santo. Por eso, esta santa virgen ejecuta tan grandes prodigios e innumerables milagros. Ella es quien ayuda a todos los que están en aprietos y peligros, la que disminuye las pestes; la que calma la ira y la borrasca del mar. Es la profetiza de Cristo; la reina del sur; la María de los gaélicos (celtas).
Pero el lenguaje de otros escritores nativos de época más primitiva es aún más novelesco. Probablemente comprendemos muy poco de la psicología gaélica para estar bien ciertos del verdadero significado de las frases que encontrarnos en documentos como el Himno de san Brocean, pero nuestros traductores dan a entender que, realmente, se identificaba a Brígida con la Santísima Virgen María. Por ejemplo leemos:
Brígida madre de mi supremo rey (de mi Altísimo Rey) del reino de los Cielos, nació superior en todo.
Es posible que algunos ecos de la primitiva mitología pagana se mezclaran con todo esto porque Brig parece haber sido una abstracción que significa «valor» o «poder» y se personificaba como una diosa, particularmente asociada con el culto al fuego el 1° de febrero. Esto pudiera ser la causa de algunos de los detalles en la descripción de Kildare en la obra de Giraldus, ya citada anteriormente; pero todo el tema está envuelto en la más profunda oscuridad. De acuerdo con Charles Plummer (VSH., vol. I, p. 136), «el nombre de Brígida tiene una etimología caprichosa: «breosaiget» significa flecha ardiente y por cierto que su leyenda expone muchos rasgos de esta naturaleza. Además Brígida tiene homónimo pagano, como por ejemplo, «Erigid banfiéle,» es decir la poetisa-madre de las tres edades de la poesía. Esta identidad entre los nombres es buena ocasión para la transferencia de mitos.»
En tiempos antiguos se veneraba mucho a santa Brígida en Escocia y también en aquellas partes de Inglaterra, más directamente en contacto con influencias celtas. Hay varios lugares en Gales, llamados Blansantffraid, Iglesia de Santa Brígida. En Irlanda, las iglesias a ella dedicadas son innumerables; en Inglaterra sabemos de diecinueve que le fueron consagradas antes de la Reforma. La mayoría de éstas se encuentran en la parte occidental del país, pero hay una iglesia famosa en Londres, la de Santa Brígida, en Fleet Street. Bridewell, originalmente un palacio real, parece haber adquirido su nombre por su contigüidad a la iglesia de Santa Brígida. Su fiesta se observa en toda Irlanda, Gales, Australia y Nueva Zelandia.