Ermita del Salvador
- 19:00 Adoración Eucarística
Ermita de Campolivar
- 19:00 Misa del Domingo de la Sagrada Familia
Templo de las Carmelitas
- 20:00 Misa del Domingo de la Sagrada Familia. Sufragio. María Liñán y Alejandro Esparza
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,3-11):
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 95,1-2a.2b-3.5b-6
R/. Alégrese el cielo, goce la tierra
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-35):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, corno dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Palabra del Señor
Reflexión del Evangelio
De ciudad redonda
Conocer a Jesús y cumplir los mandamientos
En estos días, tras la celebración de la Navidad, la liturgia se encarga continuamente de recordarnos que no se trata de una celebración “dulzona”. El sentimiento de ternura ante un niño recién nacido, que también experimentamos ante el hijo de María, no debe hacernos olvidar la seriedad de este encuentro. Ya nos lo han avisado Estaban, el discípulo amado y los santos Inocentes. Hoy la Palabra nos invita a mirarnos a nosotros mismos. Si al contemplar al niño, hemos conocido y reconocido en él al Hijo de Dios, esto nos compromete, y mucho. Porque conocer a Jesús significa obligarse a cumplir sus mandamientos, su Palabra, es decir, a vivir como vivió él. Y al contemplar cómo vivió él, entendemos que “los mandamientos” son realidad “el mandamiento”, el único mandamiento del amor. La carta de Juan nos los recuerda incluso con extrema crudeza: si no lo hacemos así somos unos mentirosos, unos embusteros, unos cristianos sólo de fachada, que dicen creer en Jesús y se permiten aborrecer a sus hermanos. Es una fuerte llamada a examinar nuestra vidas, a reconocer que hay en ella actitudes, relaciones, formas de pensar que no cuadran con ese conocimiento creyente de Jesús. Pero hay más. La noche de la vigilia escuchamos la palabra profética: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9, 1). Ahora entendemos que nosotros mismos podemos ser esa luz, si guardamos el mandamiento antiguo y nuevo del amor a los hermanos. En vez de quejarnos de la oscuridad que reina en el mundo, se nos llama a salir de ella y disiparla con las obras de la luz, con el amor al hermano.
María y José cumplen el mandamiento legal de la purificación. Sigue vigente todavía la antigua ley, y ellos se someten a ella, aunque son portadores de la nueva ley que ya está amaneciendo. Los justos del Antiguo testamento son capaces de percibirla. Así, el anciano Simeón. En el contexto de la ley y el templo estalla el Evangelio de la gracia. Pero, como el mismo Simeón profetiza, hay un “precio de la gracia”: Jesús alzado en la cruz, bandera discutida, ante el que habrá que tomar partido, y la espada que atravesará el corazón de María. Ahí podemos entender mejor por qué la liturgia, la Palabra, no nos descubren una Navidad edulcorada: el verdadero amor no tiene nada que ver con un sentimiento romántico, sino que es la disposición a dar la vida por los hermanos.
Saludos cordiales,
José M. Vegas CMF