Ermita del Salvador
- 19:30 Via Crucis
- 20:00 Misa
Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas (14,2-10):
Esto dice el Señor:
porque tropezaste por tu falta.
Tomad vuestras promesas con vosotros,
y volved al Señor.
Decidle: “Tú quitas toda falta,
acepta el pacto.
Pagaremos con nuestra confesión:
Asiria no nos salvará,
no volveremos a montar a caballo,
y no llamaremos ya ‘nuestro Dios’
a la obra de nuestras manos.
En ti el huérfano encuentra compasión”.
“Curaré su deslealtad,
los amaré generosamente,
porque mi ira se apartó de ellos.
Seré para Israel como el rocío,
florecerá como el lirio,
echará sus raíces como los cedros del Líbano.
Brotarán sus retoños
y será su esplendor como el olivo,
y su perfume como el del Líbano.
Regresarán los que habitaban a su sombra,
revivirán como el trigo,
florecerán como la viña,
será su renombre como el del vino del Líbano.
Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos?
Yo soy quien le responde y lo vigila.
Yo soy como un abeto siempre verde,
de mí procede tu fruto”.
¿Quién será sabio, para comprender estas cosas,
inteligente, para conocerlas?
Porque los caminos del Señor son rectos:
los justos los transitan,
pero los traidores tropiezan en ellos».Palabra de Dios
Salmo
Sal 80,6c-8a.8bc-9.10-11ab.14.17
R/. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz
V/. Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te libré. R/.
V/. Te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel! R/.
V/. No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto. R/.
V/. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!
Los alimentaría con flor de harina,
los saciaría con miel silvestre». R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De catholic.net
Es frecuente ver en el Evangelio, como en la vida cotidiana, escenas donde la gente quiere poner a prueba a Jesús. Hoy meditamos un episodio muy peculiar porque el escriba se está acercando a Jesús con una actitud humilde, como la de aquél que quiere buscar a Dios con todas sus fuerzas.
El escriba, como persona conocedora de la fe de Israel, sabía clarísimamente cuál era el primer mandato de la ley; sin embargo, no basta saber las cosas «de memoria», la Palabra de Dios se aprende viviéndola. ¿Qué podemos hacer, entonces, en nuestra vida cotidiana para que amar al Señor y al prójimo sea nuestro motor?
La primera actitud es la escucha humilde de lo que Dios nos pide. El escriba llegó con esta actitud porque sabía que Jesús tenía para su vida una respuesta diferente; objetivamente la respuesta fue muy simple, pero las palabras de Jesús iban cargadas de un mensaje personal para él. Es común que cuando escuchamos a Dios en la Palabra o en nuestra conciencia, queramos hacernos los sordos, no obstante, no podemos apagar la voz de Dios que trae lo que más necesitamos.
La segunda actitud es dejar a Dios ser Dios. ¿Qué lugar real ocupa Dios en nuestra vida? ¿Un lugar marginal, donde nos acordamos de él por tradición, porque «tenemos que»? ¿O realmente buscamos estar con él aunque sea unos minutos en medio de las carreras cotidianas. La amistad con Dios es lo más alto a lo que el hombre puede aspirar en esta vida, y Él nos la ofrece gratis, sin prejuicios, en la confesión y la Eucaristía. Él puede actuar donde nadie más cree en las posibilidades.
La tercera actitud es la más sencilla de llevar a cabo, pero la que, a su vez, requiere que pongamos un poco de nuestra parte. Amar al prójimo como a sí mismo implica renuncia a nuestro ego y ampliar nuestra mirada hacia el que tenemos a la par, no para criticarlo ni pasarle por encima, sino para ver en él el reflejo vivo de Dios y tratarlo así. Esta renuncia nos hará sentirnos más ligeros de peso, con más alegría y paz interior. Jesús no nos pide cosas que Él mismo no haya hecho antes.
Finalmente, pidamos a Dios la gracia de vivir según este amor, para que sea Él quien reine en nuestros corazones y sea la bondad y el amor de Jesús lo que los otros vean en nuestros rostros. «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo».
«El amor al prójimo corresponde al mandato y al ejemplo de Cristo si se funda sobre un verdadero amor hacia Dios. Es así posible para el cristiano, a través de su dedicación, que haga experimentar a los demás la ternura procedente del Padre celestial. Para dar amor a los hermanos, hace falta, en cambio, sacarlo del horno de la caridad divina, mediante la oración, la escucha de la Palabra de Dios y el sustento de la santa Eucaristía. Con estas referencias espirituales, es posible obrar en la lógica de la gratuidad y del servicio.» (Discurso de S.S. Francisco, 25 de septiembre de 2017).
Santa Francisca Romana
Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Esposa, madre, viuda y apóstol seglar
Martirologio Romano: Santa Francisca, religiosa, que, casada aún adolescente, vivió cuarenta años en matrimonio y fue excelente esposa y madre de familia, admirable por su piedad, humildad y paciencia. En tiempos calamitosos distribuyó sus bienes entre los pobres, asistió a los atribulados y, al quedar viuda, se retiró a vivir entre las oblatas que ella había reunido bajo la Regla de san Benito, en Roma. († 1440)
Fecha de canonización: 29 de mayo de 1608 siendo Papa Pablo V
Francisca Bussa de Buxis de Leoni nació en Roma en el año 1384. Era de una familia noble y rica y, aunque aspiraba a la vida monástica, tuvo que aceptar, como era la costumbre, la elección que por ella habían hecho sus padres.
Rara vez un matrimonio así combinado tiene éxito; pero el de Francisca lo tuvo. La joven esposa, sólo tenía trece años, se fue a vivir a casa del marido, Lorenzo de Ponziani, también rico y noble como ella. Con sencillez aceptó los grandes dones de la vida, el amor del esposo, sus títulos de nobleza, sus riquezas, los tres hijos que tuvo a quienes amó tiernamente y dedicó todos sus cuidados; y con la misma sencillez y firmeza aceptó quedar privada de ellos.
El primer gran dolor fue la muerte de un hijo, poco después murió el otro, renovando así la herida de su corazón que todavía sangraba. En ese tiempo Roma sufría los ataques del cisma de Occidente por la presencia de los antipapas. A uno de los pontífices, Alejandro V, le hizo la guerra el rey de Nápoles, Ladislao, que invadió Roma dos veces. La guerra tocó de cerca también a Francisca pues hirieron al marido y, al único hijo que le quedaba, se lo llevaron como rehén. Todas estas desgracias no lograron doblegar su ánimo apoyado por la presencia misteriosa pero eficaz de su Ángel guardián.
Su palacio parecía meta obligada para todos los más necesitados. Fue generosa con todos y distribuía sus bienes para aliviar las tribulaciones de los demás, sin dejar nada para sí. Para poder ampliar su radio de acción caritativa, fundó en 1425 la congregación de las Oblatas Olivetanas de santa María la Nueva, llamadas también Oblatas de Tor de Specchi. A los tres años de la muerte del marido, emitió los votos en la congregación que ella misma había fundado, y tomó el nombre de Romana. Murió el 9 de marzo de 1440. Sus restos mortales fueron expuestos durante tres días en la iglesia de santa María la Nueva, que después llevaría su nombre. Tan unánime fue el tributo de devoción que le rindieron los romanos que, según una crónica del tiempo, se habla de que toda la ciudad de Roma acudió a rendirle el extremo saludo. Fue canonizada en 1608.