Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa.
- A continuación, Exposición del Santísimo hasta las 20:30 h.
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (26,1-6):
AQUEL día, se cantará este canto en la tierra de Judá:
«Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes.
Abrid las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.
Confiad siempre en el Señor,
porque el Señor es la Roca perpetua.
Doblegó a los habitantes de la altura,
a la ciudad elevada;
la abatirá, la abatirá
hasta el suelo, hasta tocar el polvo.
La pisarán los pies, los pies del oprimido,
los pasos de los pobres».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 117,1.8-9.19-21.25-27a
R/. Bendito el que viene en nombre del Señor
R/. Bendito el que viene en nombre del Señor.
O bien:
R/. Aleluya
V/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. R/.
V/. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mí salvación. R/.
V/. Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,21.24-27):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
Palabra del Señor
San Francisco Javier
De https://www.aciprensa.com/noticias/video-hoy-la-iglesia-celebra-a-san-francisco-javier-el-gigante-de-las-misiones-82412
Hoy 3 de diciembre la Iglesia celebra a San Francisco Javier, sacerdote jesuita considerado patrono de todos los misioneros y llamado “gigante de la historia de las misiones”, por las muchas conversiones que logró en el lejano oriente en tiempos muy difíciles.
San Francisco Javier nació en 1506, en el castillo de Javier de Navarra, cerca de Pamplona (España). A los 18 años fue a estudiar a la Universidad de París (Francia) y obtuvo el grado de licenciado. Tuvo como compañero de pensión al Beato jesuita Pedro Favre y conoció al entonces estudiante San Ignacio de Loyola, quien le solía repetir la frase de Cristo: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?”
Poco a poco estas palabras fueron calando en su corazón. Gracias a los ejercicios espirituales de San Ignacio pudo comprender lo que su amigo le decía: «Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente».
Se consagró al servicio de Dios con los jesuitas en 1534. Años después fue ordenado sacerdote en Venecia. Más adelante, estando en Roma, San Francisco Javier ayudó a San Ignacio con la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús.
En la primera expedición misionera de la Compañía, parte el santo rumbo a la India. Hizo escala en Lisboa (Portugal), para encontrarse con el P. Rodríguez, quien también tenía la misión de acompañarlo. Pero el rey Juan III les tomó mucha estima por las obras caritativas que hacían y el P. Rodríguez tuvo que quedarse.
Antes de continuar su viaje a la India, el rey entrega al santo un “breve” de parte del Papa que lo nombraba Nuncio Apostólico en el oriente. Posteriormente, luego de una larga travesía, San Francisco Javier y otros dos compañeros llegan a Goa, colonia portuguesa.
Lamentablemente los desórdenes morales de los cristianos portugueses habían hecho que muchos se alejaran de la Fe. Una de estas contradicciones era que se usaba el Rosario para contar el número de azotes a los esclavos.
Entonces el santo emprendió una ardua tarea de catequesis. Atendía a los enfermos, celebraba la Misa con los leprosos, enseñaba a los esclavos y hasta adaptaba las verdades del cristianismo a la música popular. Poco después sus canciones se cantaban en las calles, casas, campos y talleres.
Comenzaron a darse tantas conversiones en la tribu de los paravas, que el santo escribió a sus hermanos en Europa que algunas veces con las justa podía mover los brazos, por lo fatigados que estaban al administrar un gran número de bautizos.
Sin embargo también fue testigo de los abusos que los portugueses y paganos cometían contra los nativos, algo que describió como “una espina que llevo constantemente en el corazón”. Posteriormente San Francisco Javier escribiría al rey de Portugal para denunciar el estado de la misión.
Luego continuó con su misión evangelizadora por diferentes ciudades, pueblos e islas. En 1549 partió de la India al Japón con la ayuda de dos hermanos de la Orden y dos japoneses que se habían convertido. Al cabo de un año logró unas cien conversiones y las autoridades japonesas le prohibieron que continuara con su labor pastoral.
Se trasladó a otros pueblos, convirtiendo a muchos, y hasta pudo conseguir prestado un antiguo templo budista donde bautizó a un gran número de personas. Retornó a visitar a la comunidades de la India y luego se trasladó a Malaca, donde emprendería el viaje a la China, territorio inaccesible para los extranjeros.
Parte con una expedición y llega a la isla desierta de Sancián (Shang-Chawan), cerca a la costa y a cien kilómetros al sur de Hong Kong. Sin embargo, San Francisco Javier cae enfermo y una fuerte fiebre lo va consumiendo. El 3 de diciembre de 1552 partió a la Casa del Padre pronunciando el nombre de Jesús.
Su féretro fue llenado de barro para que posteriormente pudiera ser trasladado. Después de diez semanas quitaron el barro y vieron que su cuerpo estaba incorrupto y que no había perdido el color.
El cuerpo del santo fue llevado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con alegría y finalmente fue trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron su estado incorrupto. Ahí, en la Iglesia del Buen Jesús, reposan sus restos hasta hoy.
San Francisco Javier fue canonizado en 1622 junto a otro grandes santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Felipe Neri y San Isidro Labrador.