V Domingo del Tiempo Ordinario

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Templo Carmelitas.

  • 10:00 Misa. Sufragio Familia Martínez Gimeno
  • 19:00 Misa. Sufragio Julio Parra y Margarita Álvarez.

Ermita Virgen Desamparados – Campolivar

  • 11:00 Misa. Sufragio Difuntos Familia Benito Simón

Primera lectura

Lectura del libro de Job (7,1-4.6-7):

Habló Job, diciendo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 146,1-2.3-4.5-6

R/. Alabad al Señor,
que sana los corazones destrozados

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel. R/.

Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre. R/.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (9,16-19.22-23):

El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,29-39):

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra del Señor

Reflexión del Evangelio

Curó a muchos enfermos
La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No sólo
padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué,
para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los
que le atienden.
De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no
puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro?
¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?
Lo primero es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay
que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar
contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con los que tratan de curarlo.
Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los
diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No
incomodarnos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.
Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que
lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante
el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de
confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que
sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus
silencios, gestos y miradas.
La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo.
La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja.
«Ánimo», resignación» … son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada
sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Sólo la comprensión de quien
acompaña con cariño y respeto alivia.
La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas o
puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces
necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar
con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener
paciencia consigo mismo o para ser agradecido.
El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar las
heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su dolor, purificar su relación
con Dios. El creyente puede ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en
el perdón y confiar en su amor salvador.
El evangelista nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos
hasta Jesús. Él sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios,
perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación
ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a
seguir en el trato a los enfermos.