XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

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Aforo 30%

Templo Carmelitas.

  • 10:00 Misa, Sufragio Jose Miguel Almenar Manteca
  • 12:00 Misa niños
  • 19:00 Misa. Sufragio Julio Parra y Margarita Álvarez

Ermita Campolivar.

  • 11:00 Misa.

Primera lectura

Lectura del libro de los Proverbios (31,10-13.19-20.30-31):

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?

Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 127,1-2.3.4-5

R/. Dichoso el que teme al Señor

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (5,1-6):

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas, Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.” El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”»

Reflexión del Evangelio

La parábola de los talentos es muy conocida entre los cristianos. Según el
relato, antes de salir de viaje, un señor confía la gestión de sus bienes a tres
empleados. A uno le deja cinco talentos, a otro dos y a un tercero un talento:
«a cada cual según su capacidad». De todos espera una respuesta digna.
Los dos primeros se ponen «enseguida» a negociar con sus talentos. Se les
ve trabajar con decisión, identificados con el proyecto de su señor. No temen
correr riesgos. Cuando llega el señor le entregan con orgullo los frutos: han
logrado duplicar los talentos recibidos.
La reacción del tercer empleado es extraña. Lo único que se le ocurre es
«esconder bajo tierra» el talento recibido para conservarlo seguro. Cuando
vuelve su señor, se justifica con estas palabras: «Señor, sabía que eras
exigente y siegas donde no siembras… Por eso, tuve miedo y fui a esconder tu
talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo». El señor lo condena como empleado
«negligente».
En realidad, la raíz de su comportamiento es más profunda. Este empleado
tiene una imagen falsa del señor. Lo imagina egoísta, injusto y arbitrario. Es
exigente y no admite errores. No se puede uno fiar. Lo mejor es defenderse
de él.
Esta idea mezquina de su señor lo paraliza. No se atreve a correr riesgo
alguno. El miedo lo tiene bloqueado. No es libre para responder de manera
creativa a la responsabilidad que se le ha confiado. Lo más seguro es
«conservar» el talento. Con eso basta.
Probablemente, los cristianos de las primeras generaciones captaban
mejor que nosotros la fuerza interpeladora de la parábola. Jesús ha dejado
en nuestras manos el Proyecto del Padre de hacer un mundo más justo y
humano. Nos ha dejado en herencia el mandato del amor. Nos ha confiado la
gran Noticia de un Dios amigo del ser humano. ¿Cómo estamos respondiendo
hoy los seguidores de Jesús?
Cuando no se vive la fe cristiana desde la confianza sino desde el miedo, todo
se desvirtúa. La fe se conserva, pero no se contagia. La religión se convierte
en deber. El evangelio es sustituido por la observancia. La celebración queda
dominada por la preocupación ritual.
Sería un error presentarnos un día ante el Señor con la actitud del tercer
empleado: “Aquí tienes lo tuyo. Aquí está tu Evangelio, aquí está el proyecto
de tu reino y tu mensaje de amor a los que sufren. Lo hemos conservado
fielmente. Lo hemos predicado correctamente. No ha servido mucho para
transformar nuestra vida. Tampoco para abrir caminos de justicia a tu reino.
Pero aquí lo tienes intacto”.