Sábado de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario

Ermita Campolivar. 

  • 19:00 Misa del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario.

Templo Carmelitas. 

  • 19:00 Adoración al Santísimo, cantos, acción de gracias…
  • 20:00 Misa del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 15-23

Hermanos:
Habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar

gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyente, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.

Salmo

Sal 8, 2-3a. 4-5. 6-7a R/. Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza. R/.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él? R/.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 8-12

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será negado ante los ángeles de Dios.
Todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.
Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir».

Reflexión del Evangelio

No podemos olvidar en nuestra oración dar gracias y rogar por nuestros hermanos

En esta festividad de S. Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, que sucedió a Pedro en esta sede de Antioquía, las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre el gran misterio de la Iglesia de Jesús. Pablo, en esta carta a Efesios, recoge toda la teología que engloba el misterio de la sucesión de Jesús, encumbrado por Dios por encima de todas las cosas, y que permanece en su iglesia a través del Espíritu Santo hasta la futura consumación. Después del himno litúrgico que suponen los primeros 14 versículos de este capítulo, donde nos habla de la preelección como hijos adoptivos por medio de Jesucristo antes de la creación del mundo, en el fragmento actual ensalza la supremacía y triunfo de Jesús, resucitado por el Padre que lo ha sentado a su derecha en el cielo. Y todo lo ha puesto bajo sus pies. Y lo entregó a su Iglesia, que es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos. Pablo tiene claro cuál debe ser el compromiso de los fieles creyentes como continuadores y realizadores del reino de Jesús. Y en esa clarividencia da gracias y pide sabiduría y revelación para que el espíritu ilumine los corazones y anime la esperanza de los hermanos de fe. Somos herederos de la gloria del Padre manifestada en Jesús, que ha de brillar también en nuestras vidas y en nuestras comunidades para trasparentar la gracia recibida de Dios, que es don para toda la humanidad. Como comunidad creyente debemos ser testigos fieles de la salvación que Jesús nos ha confiado.

 Jesús es la única causa y la razón de nuestra existencia

Aquello que Pablo reclamaba a la iglesia de Éfeso de abrir los ojos de la fe para conocer y ensalzar la figura de Cristo, es lo que Jesús exige en este evangelio de Lucas. Jesús se reconoce “Hijo del Hombre” ante sus discípulos para fortalecer su confianza y seguimiento. Él está por encima de los ángeles de Dios, y tiene la fuerza y el amparo del Padre. Seguirle supone estar de parte de Jesús ante los hombres, confesarle verdadera fe y confiar en la fuerza del Espíritu que no abandona a los que creen en Él. Esta fe ciega, humilde y entregada es la que nos hace ser verdaderos discípulos de Jesús. Pero no es fácil tener esta certeza. Sus apóstoles se desperdigaron cuando la pasión y condena de Jesús, y sólo con la experiencia del resucitado recuperaron su entusiasta seguimiento. Eso es lo que Jesús nos pide también a nosotros. Tenemos la ventaja de conocer el premio, de contar con su prometida presencia, de esperar que el espíritu ponga en nuestra boca y en nuestro corazón lo que hemos de confesar. Y sigue siendo necesario mantener esa esperanza. Hoy nuestro mundo necesita contar con profetas del optimismo, con anunciadores de esperanza, con personas que trasciendan las urgencias y esclavitudes de este mundo. Jesús nos pide un seguimiento total, asumir sus enseñanzas, ponerse en favor de los últimos y desprotegidos, que serán los primeros en el Reino de Dios. No hay neutralidad sino opción por los pobres. No hay indiferencia, sino compromiso con las causas de los necesitados y oprimidos. No hay enclaustramiento, sino una defensa valiente del mensaje del evangelio, que es salvación y esperanza para toda la humanidad. Anunciar el Reino es vivir con audacia y sin temor en la presencia de Dios con la fuerza y la gracia del Espíritu. Esta es la creencia de nuestra Iglesia, comunidad de creyentes en Jesús.

Pidamos la sabiduría y la fuerza para acometer esta misión que Jesús nos ha encomendado.

Dña. Marisa Llaguno, O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de San Martín de Porres (Madrid)

San Ignacio de Antioquía

De Aciprensa

Nace entre años 30 al 35 AD, muere C 107AD. San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San Juan. Segundo sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía; El primero en llamar a la Iglesia «Católica». Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo.

Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.

Fuente: Corazones