Sábado de la XXX semana del Tiempo Ordinario

Ermita Campolivar. 

  • 19:00 Misa de la Solemnidad de Todos los Santos

Templo Carmelitas. 

  • 19:00 Adoración al Santísimo, cantos, acción de gracias…
  • 20:00 Misa de la Solemnidad de Todos los Santos

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 1, 18b-26

Hermanos:
De la manera que sea,

con hipocresía o con sinceridad, se anuncia a Cristo, y yo me alegro, y seguiré alegrándome. Porque sé que esto será para mi bien gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo. Lo espero con impaciencia, porque en ningún caso me veré defraudado, al contrario, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte.
Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger.
Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Convencido de esto, siento que me quedaré y estaré a vuestro lado, para vuestro progreso en la alegría y en la fe, de modo que el orgullo que en Cristo Jesús sentís rebose cuando me encuentre de nuevo entre vosotros.

Salmo

Sal 41, 2.3. 5bcd R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo.

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?. R/.

Recuerdo cómo marchaba a la cabeza del grupo hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas 14, 1. 7-11

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros
puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga:
«Cédele el puesto a este”.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Reflexión del Evangelio

De https://www.dominicos.org/

Para mí la vida es Cristo

Pablo, en la carta a los fieles de Filipos, les refiere que deja su vida en manos de Dios.

Al escribir la carta se encuentra encarcelado, y no le importa lo que pueda pasarle.

Ve que unos anuncian a Cristo movidos por el ejemplo del encarcelado, otros hablan de Cristo movidos por envidia o desprecio hacia Pablo, pero reconoce que, bien de una forma o de otra, lo importante es que se anuncie a Cristo.

Valora la posibilidad de que pueda ser condenado a muerte, y no le importa, porque reconoce que para él, la vida es Cristo, e incluso, en el fondo, desea la muerte pues es la forma de estar con Jesús, que es lo más deseable; pero si la voluntad del Señor es que sobreviva y continúe anunciando la Buena Noticia, lo hará con gusto, ya que comprende que es más necesario para ayudar a aquellos a los que dirige su predicación.

No se deja amargar por la situación en la que se encuentra, al contrario, soporta con serenidad todo lo que tiene que pasar, sirviendo así de ejemplo a los demás.

Esta forma de enfrentarse a los avatares de la vida, debería servirnos de ejemplo, y ante cualquier situación, ponernos en manos de Dios, vivir con serenidad las vueltas que da la vida, y confiar que siempre Dios está a nuestro lado, y hacer nuestra la antífona del salmo 41 “Mi alma tiene sed del Dios vivo”

Amigo, sube más arriba

Jesús, en este fragmento del evangelio de Lucas, nos presenta como debe ser la actitud del cristiano en su vida de relación con los demás.

Los fariseos invitan al Maestro a un banquete y lo espían para ver si pueden detectar algo con lo que poder echárselo en cara.

Vio como los invitados pugnaban para situarse en los primeros puestos, ante lo cual catequiza  a los de alrededor poniéndoles como ejemplo que, el afán por situarse en los sitios principales, puede acarrear que el que te invitó te haga levantar para situar a otro de más categoría, creando una situación de bochorno, por lo tanto debemos buscar los sitios de menor importancia, y entonces el anfitrión, si lo mereces, te haga progresar a sitios más principales.

¡Cuánto nos gusta aparentar!, creernos el ombligo del mundo, que los demás vean en nosotros a un líder o un hombre envidiable; y nos encanta que todo el mundo nos haga caso y nos trate con reverencias.

¡Qué error!, Jesús nos lo dice claramente: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Con qué poca frecuencia nos encontramos con personas realmente humildes, que no les supone ningún problema ponerse al servicio de los demás, incluso realizando cosas, en ocasiones, desagradables, pero lo hacen con la sonrisa en la boca, infundiendo alegría a los que les rodean.

Esforcémonos para hacer nuestro el ejemplo que nos refiere Jesús, actuemos con humildad, no busquemos el reconocimiento humano, sino más bien, la serenidad de haber actuado con sentido cristiano de la vida.

¿Somos capaces de ponernos en manos de Dios en situaciones adversas?

¿Nos consideramos el ombligo del mundo?

¿En cuantas ocasiones, la humildad no es nuestra forma de actuar?

D. José Vicente Vila Castellar, OP
Fraternidad Laical Dominicana Torrent (Valencia)

San Quintin

De Aciprensa

Fue Quintín hijo de un senador romano muy apreciado de la gente.

Se hizo amigo del Papa San Marcelino, quién lo bautizó.

El más grande deseo de Quintín era hacer que muchas personas conocieran y amaran a Jesucristo, y poder derramar su sangre por defender la religión.

Cuando el Papa San Cayo organizó una expedición de misioneros para ir a evangelizar a Francia, Quintín fue escogido para formar parte de ese grupo de evangelizadores.

Dirigido por el jefe de la misión, San Luciano, fue enviado Quintín a la ciudad de Amiens, la cual ya había sido evangelizada en otro tiempo por San Fermín, por lo cual hubo un nutrido grupo de cristianos que le ayudaron allí a extender la religión. Quintín y sus compañeros se dedicaron con tan grande entusiasmo a predicar, que muy pronto ya en Amiens hubo una de las iglesias locales más fervorosas del país.

Nuestro santo había recibido de Dios el don de sanación, y así al imponer las manos lograba la curación de ciegos, mudos, paralíticos y demás enfermos. Había recibido también de Nuestro Señor un poder especial para alejar los malos espíritus, y eran muchas las personas que se veían libres de los ataques del diablo al recibir la bendición de San Quintín. Esto atraía más y más fieles a la religión verdadera. Los templos paganos se quedaban vacíos, los sacerdotes de los ídolos ya no tenían oficio, mientras que los templos de los seguidores de Jesucristo se llenaban cada vez más y más.

Los sacerdotes paganos se quejaron ante el gobernador Riciovaro, diciéndole que la religión de los dioses de Roma se iba a quedar sin seguidores si Quintín seguía predicando y haciendo prodigios. Riciovaro, que conocía a la noble familia de nuestro santo, lo llamó y le echó en cara que un hijo de tan famoso senador romano se dedicara a propagar la religión de un crucificado. Quintín le dijo que ese crucificado ya había resucitado y que ahora era el rey y Señor de cielos y tierra, y que por lo tanto para él era un honor mucho más grande ser seguidor de Jesucristo que ser hijo de un senador romano.

El gobernador hizo azotar muy cruelmente a Quintín y encerrarlo en un oscuro calabozo, amarrado con fuertes cadenas. Pero por la noche se le soltaron las cadenas y sin saber cómo, el santo se encontró libre, en la calle. Al día siguiente estaba de nuevo predicando a la gente.

Entonces el gobernador lo mandó poner preso otra vez y después de atormentarlo con terribles torturas, mandó que le cortaran la cabeza, y voló al cielo a recibir el premio que Cristo ha prometido para quienes se declaran a favor de Él en la tierra.