8 de noviembre. Miércoles XXXI del tiempo ordinario. Los cuatro santos coronados

Ermita del Salvador

Rosario a las 19:30

Misa a las 20h. Sufr. Luis Múgica Asunción.

Evangelio de hoy

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

Los cuatro santos coronados

Fueron cuatro hermanos a quienes los cristianos dieron el nombre genérico de “Coronados” desde el principio, pero que tenían sus nombres propios como cualquiera: Severo, Severino, Carpóforo y Victoriano. Vivieron en el siglo III. Se ganaron la confianza de la superioridad por su buen comportamiento, su sentido de responsabilidad y buenos servicios como soldados. Diocleciano decidió depurar el ejército de cristianos porque ve en ellos los fantasmas de la posible rebeldía, de la traición y de la pérdida del poder. Los hermanos son apresados y obligados a hacer una ofrenda al dios romano Esculapio, pero lo rechazan y son condenados a muertes tras pasar por la tortura. La iglesia de los Cuatro Santos Coronados que hay en Roma fue levantada en el siglo IV y destruida por los normandos. En el siglo XII la reconstruyó el papa Pascual II. Los frescos de Juan de San Giovanni (1630) representan, en su cúpula, la historia de los mártires cuyas reliquias guarda el templo.