Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.» Mateo (5,20-26)
Santa María Micaela
Nació en 1809 en Madrid. Procedía de una familia muy acomodada, pero cuando aún era muy joven perdió a sus padres. Recibió una educación muy seria. Su hermano fue nombrado embajador en París, después en Bruselas y ella tuvo que acompañarlo. Aquí, mientras por las tardes y noches tenía que estar en las labores mundanas de la diplomacia, por las mañanas visitaba pobres, enfermos e iglesias muy necesitadas. Cuando regresó a España, Micaela abandonó su barrio rico y se fue a vivir con unas mujeres pobres. Tuvo como director espiritual a San Antonio María Claret, y bajo su dirección pudo progresar grandemente en santidad. En 1859, con siete compañeras, funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento para adorar a Cristo en la Eucaristía, trabajar por preservar a las muchachas en peligro y redimir a las pobres que cayeron en los vicios y en la impureza.