Martes de la XVIII semana del Tiempo Ordinario

Templo de las Carmelitas

  • 19:00 Misa
  • 19:30 Adoración al Santísimo. Confesiones

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías 30, 1-2. 12b-15. 18-22

Palabras que recibió Jeremías de parte del Señor:
«Esto dice el Señor, Dios de Israel:“Escribe en un libro todas las palabras que he dicho:
Tu fractura es incurable,
tu herida está infectada;
tu haga no tiene remedio,
no hay medicina que la cierre.
Tus amantes te han olvidado,
ya no preguntan por ti,
pues te herí como un enemigo,
te di un escarmiento cruel.
Y todo por tus muchos crímenes,
por la gran cantidad de tus pecados.
¿Por qué gritas por tu herida?
Tu haga es incurable.
Por tantos y tantos crímenes,
por todos tus numerosos pecados
te he tratado de ese modo”.
Pero esto dice el Señor:
“Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob,
voy a compadecerme de sus moradas;
reconstruirán la ciudad sobre sus ruinas,
su palacio se asentará en su puesto.
De allí saldrán alabanzas,
voces con aire de fiesta.
Haré que crezcan y no mengüen,
que sea reconocida su importancia,
que no sean despreciados.
Serán sus hijos como antaño,
su asamblea, estable en mi presencia;
yo castigaré a sus opresores.
De entre ellos surgirá un príncipe,
su gobernante saldrá de entre ellos;
lo acercaré y estará junto a mí,
pues ¿quién arriesgaría su vida
por ponerse cerca de mí?
—oráculo del Señor—.
Y vosotros seréis mí pueblo
y yo seré vuestro Dios”».

Salmo

Sal 101, 16-18. 19-21. 29 y 22-23 R/. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria.

Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sion,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.

Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.
Para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 15, 1-2. 13-14

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y escribas de Jerusalén y le preguntaron:
«¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores y no se lavan las manos antes de comer?».
Y, llamando a la gente, les dijo:
«Escuchad y entended: no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre».
Se acercaron los discípulos y le dijeron:
«¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?».
Respondió él:
«La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo».

Reflexión del Evangelio

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Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios

Los planes de Dios se cumplen y el pueblo ha de pasar por zonas oscuras donde quedan patentes sus infidelidades. También sus consecuencias.

Esta lectura de Jeremías tiene dos partes. Una nos manifiesta la realidad del sufrimiento. El exilio y la dominación extranjera han convertido al pueblo en sujeto de dolor, de abandono, con el que ellos se han encontrado como fruto de su infidelidad. La consecuencia es un “dolor incurable”.

La otra nos cuenta cómo de esa experiencia dolorosa surge la llamada a volver a Yahvé que es quien asegura su restauración. Y ahí hallan la compasión del Señor. Ahí nace, también, un nuevo modo de entender la vida, donde resalta la alegría del reencuentro. Así se recupera, una vez más, la relación de Dios con su pueblo. Una relación que refleja el orden y la alegría que significan la vuelta a una relación que la debilidad de los hombres rompe. Y en ese momento es Dios el que proclama una nueva forma de vida donde Él recupera el papel que anteriormente ha quedado borrado por un comportamiento inadecuado de su pueblo.

Las palabras con las que se cierra la lectura son expresión de una nueva etapa en el camino del pueblo: “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”.

Es la renovación de la alianza, tantas veces rota por el pueblo. Una alianza que significa unidad del pueblo ante su Señor.

Dejadlos; son ciegos guías de ciegos

La vivencia de nuestra fe ha de evitar dos extremos. Por una parte, la actitud de quien vive un rigorismo donde se pone el acento en las formas, los ritos. El “cumplir por cumplir”, olvidando el espíritu del evangelio. Por otra parte, está la de quienes viven su fe desde una anarquía donde no cabe ninguna forma, ninguna ley. Entre estos extremos está la vivencia equilibrada de la fe.

Jesús nos recuerda hoy que vivir para “cumplir” ritos, costumbres, tradiciones, dejando de lado el espíritu, trae como consecuencia una vida seca, raquítica.

El contexto es, una vez más, el enfrentamiento con los “fariseos y algunos maestros de ley venidos de Jerusalén”. El origen de la polémica está en el hecho de que los discípulos no practiquen las abluciones rituales. Jesús ahonda en lo que suele haber detrás de muchas posturas de estos “entendidos” de la ley. Han sustituido el mandato del Señor por costumbres y tradiciones humanas, que, con frecuencia, dejan de lado el espíritu que debe estar más allá de esas costumbres.

La actitud de Jesús es la de quien ha venido a poner orden en la relación con Dios. Y en esa relación lo que ha de primar es la interioridad de las personas; ese núcleo donde predomina la verdad de lo que realmente somos. Desde ahí han de surgir los gestos, los ritos, que vienen a expresar lo que hay de verdad en las personas. Ahí comienza la verdadera actitud religiosa del cristiano, del interior. Las formas, aunque importantes, ocupan siempre un segundo lugar porque son solo eso: formas, maneras de expresar lo que hay en el corazón.

En este mundo nuestro tan crítico con lo religioso es bueno no perder de vista esta realidad. Los hombres deben ver en nosotros fidelidad a lo importante, sin convertir lo secundario en lo fundamental.

Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

San Juan María Vianney

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Sacerdote francés a cargo de la parroquia de Ars durante 41 años. Conocido por su humildad, su predicación, su discernimiento. Considerado patrono de los párrocos

Nacimiento, Primeros Años y FormaciónJuan María Vianney era hijo de Mateo Vianney y de María Beluse, un matrimonio cristiano que contaba para entonces tres hijos y recibió con amor y alegría a este cuarto hijo, al que presentó a bautizar el mismo día de su nacimiento, 8 de mayo de 1786. Nació Juan María en Dardilly, cantón de Limonest, distrito de Lyon, en el aún reino de Francia.

Juan María se crio en un ambiente de piedad sincera, que impactó muy pronto la sensibilidad del niño, en seguida receptivo del sentimiento religioso. Pero sus recuerdos de infancia necesariamente hubieron de mezclarse con el de hechos muy fuertes: la revolución y sus consecuencias. Cuando en París se establece el Terror, Lyon se subleva y el ejército de la República pone sitio a la capital lionesa, pasando por Dardilly en su camino hacia ella. La propia iglesia de Dardilly ha sido cerrada. El cura de la misma, Jacques Rey, ha obedecido la orden oficial y ha hecho el juramento de la constitución civil del clero. Los fieles, no bien percatados de lo que ese juramento significaba, siguieron acudiendo a las ceremonias religiosas. Pero incluso tras ese juramento, el cura Rey hubo de ver su parroquia cerrada en 1793.

Para entonces el pequeño Juan María ya ayudaba a sus padres cuidando del pequeño rebaño familiar en el campo, lo cual hacía en los prados cercanos al pueblo en unión de sus hermanos y hermanas. A Juan María —dicen sus coetáneos— ya entonces le gustaba rezar retirado. También se destapó ya en fecha tan temprana su afecto por los pobres; le gustaba ser él quien les diera las limosnas que sus padres destinaban a los pobres del pueblo y a los forasteros. Los padres estaban por entonces en buena posición económica.

En 1802 se acabó el cisma del abate Rey con la firma del concordato entre Napoléon y Pío VII. El abate, arrepentido, fue perdonado y los Vianney, con los demás fieles, pudieron acudir de nuevo a las misas y actos religiosos de la parroquia. Rey fue sustituido a poco por el abate Jacques Fournier, sacerdote siempre fiel, que influyó positivamente en sus feligreses. En 1803 se abrió en Dardilly una escuela y a ella acudió Juan María para aprender lo elemental. Parece que el contacto con el abate Fournier despertó en Juan María los deseos de ser sacerdote; de todos modos este sacerdote fallecía en 1806. Al parecer y desde 1804, Juan María venía rogando a su padre la licencia para emprender los estudios eclesiásticos, porque quería ser sacerdote.

Una juventud agitada

Juan María logró, no sin mucho trabajo, que su padre le diera licencia para sus estudios eclesiásticos, y se pensó que la mejor forma de hacerlo y con menos gastos era encomendando al muchacho al abate Belley, cura de Ecully, A finales de 1806 Juan María se trasladó a Ecully, a la casa del párroco, donde vivió con otro estudiante que perseguía los mismos fines. Juan María tuvo serias dificultades con los estudios, en parte por no ser muy despierto de inteligencia, pero en parte también por lo tarde que empezaba unos estudios que de suyo se comienzan en la infancia y adolescencia. El abate Belley tenía paciencia con él, porque veía que si en las ciencias humanas avanzaba con dificultad, en la ciencia del espíritu avanzaba con rapidez y era cada día más piadoso y lleno de virtudes. y un enorme sacrificio.

Juan María era de la quinta del año 1806, pero quedó libre del servicio militar; sin embargo, en 1809, fue reclamado para la milicia… Enfermo del disgusto, fue hospitalizado y días más tarde pasó a Roanne. Pero luego optó por desertar. Se instaló en el pueblo de Noes, donde fue acogido por la viuda Fayot, y se ganó la vida enseñando a niños del pueblo. El párroco le apreció mucho y los vecinos del pueblo también.

Hacia el altar

A su vuelta a Ecully lo acogió bondadosamente el abate Belley, quien no dudaba de la aptitud y vocación de Juan María. Entre 1811 y 1812 vivió en Ecully con el abate Balley, el cual volcaba en Juan su espiritualidad ascética, bastante recia. Seguramente Juan María se mostraba más adicto a la soledad y a la contemplación que a la acción apostólica, pero la situación pastoral de Francia exigía muchos sacerdotes en acción directa y de ahí que se orientara a todos los jóvenes con vocación hacia el apostolado activo. Juan María fue admitido en el seminario de Verriéres en 1812 y allí halló como compañeros a San Marcelino Champagnat y al padre Colin… En 1813 ingresaba en el seminario de San Ireneo de Lyon… Era un alumno regular, cumplidor, piadoso y estudioso, que se esforzaba seriamente en aprender. Tenía en los estudios un problema muy serio: sabía muy poco latín. Algunos compañeros, con solidaridad y fraternidad, le ayudaron. Sacó muy malas notas, y lo mandaron de nuevo a Ecully… Juan María entró en una crisis: le pareció que su salida de Lyon significaba que debía renunciar al sacerdocio… El abate Belley le devolvió la ilusión: estudiaría con él, en francés, no en latín, y vería cómo entonces avanzaba… El abate Belley llevó su patrocinio sobre Juan María al extremo de pedir que lo ordenaran de sacerdote porque lo quería de coadjutor en su parroquia. Pasó un último examen y fue enviado a Grenoble para que allí recibiera el sacerdocio, como así fue el domingo 13 de agosto de 1815.

Coadjutor en Ecully

Cuando Juan María, recién ordenado sacerdote, llegó como coadjutor a Ecully, halló una parroquia en la que la paciente labor apostólica del abate Belley había producido ya sus frutos, y estaba a buena altura el nivel espiritual de los feligreses. Belley había procurado predicar con frecuencia y método la palabra de Dios, administrar los sacramentos con unción y asiduidad, socorrer a los pobres, visitar a los enfermos, cuidar la catequesis infantil y fomentar la piedad en sus varias formas. Juan se plegó de forma absoluta a la voluntad del párroco, tanto en la distribución de su tiempo como en la concreción de tareas a realizar. Como el abate Belley había sido religioso, conservaba muchas costumbres propias de un convento y Juan María debió acomodarse a ellas. Recitaba el breviario con el párroco, tenía con él la lectura espiritual y los ejercicios de devoción, las conversaciones espirituales y los tiempos de silencio, y participaba en el clima de privaciones voluntarias y penitencias a que se sometía a sí mismo el antiguo religioso. Como el abate Belley comenzó a flagelarse y a ponerse cilicios.

Pastoralmente Juan María tenía que hacer bautizos o entierros, y se le encargó de la misa de los niños los domingos, a los que tenía que dirigir pláticas apropiadas. Ése fue su primer campo como predicador y catequista. El párroco le hacía acompañarlo en las visitas a los enfermos para que se introdujera en este campo concreto de la pastoral, y mientras iban de una casa a otra le daba lecciones de casos de conciencia, que al párroco le parecían importantísimas para que pudiera algún día Juan María sentarse en un confesonario de adultos. Y es de esta raíz de donde debemos hacer derivar los residuos rigoristas, casi jansenistas, que se verán en Juan María cuando sea cura de Ars y que desaparecerían más tarde.

Un año después de su ordenación, recibió la licencia para confesar y el primero en arrodillarse ante él fue el propio abate Belley. Luego, poco a poco, fue atrayendo insensiblemente a su confesonario a numerosos feligreses. También se hizo notar por su desprendimiento en favor de los pobres. Y ya desde entonces se distinguió como fervoroso propagandista de la devoción a la Virgen María, en lo cual ciertamente no tenía nada de jansenista o rigorista.
El abate Belley comenzó a empeorar en su salud… El querido párroco moriría en los brazos de su protegido en 1817 . Mandaron como nuevo párroco al abate Lorenzo Tripier… que tenía ya amplia experiencia pastoral, pero era muy distinto en criterios y costumbres al abate Belley, y sobre todo, no tenía para nada ni su ascetismo ni su extrema frugalidad. Juan María empezó a pasarlo mal al lado del nuevo párroco y, enterada la superioridad, decidió enviarlo entonces a la capellanía de Ars.

Cura de Ars

Arsen-Dombes no era propiamente una parroquia, sino una capellanía, dependiente de la parroquia de Mizerieux. Era un pueblito campesino y su situación espiritual, después de los desastres de la revolución y las guerras, no era muy buena. Había habido en el pueblo un cura apóstata cuando la revolución, y prácticamente sólo mujeres y niños frecuentaban la misa y los sacramentos. Juan María llegó a Ars el 13 de febrero de 1818.

Halló una pobre iglesia, una casa parroquial grande, pero destartalada y con algunos muebles que le parecieron demasiado buenos para la pobreza en que él quería vivir. Al día siguiente a su llegada, las campanas tocaron a misa y los habitantes del pueblo supieron que tenían otra vez un pastor de almas. Juan María estableció un género de vida por demás pobre y austero…y dio a su casa el tono de la mayor pobreza. Empezó a dormir en un lecho de sarmientos sobre la madera de la cama, con una almohada de paja, y unas pobres mantas para prevenir el frío nocturno. Y se dedicó ante todo a orar pidiendo la conversión de su pueblo. Siempre que no tenía un ministerio preciso, estaba en la iglesia entregado a la oración; la hacía de rodillas sobre el suelo, sin reclinatorio y sin apoyarse en ningún sitio, recogido o mirando al sagrario…Todo dinero que caía en sus manos iba indefectiblemente a parar a manos de los pobres.

Estableció una nueva costumbre: visitar casa por casa a sus feligreses, como recomendaba la superioridad del obispo, bien que no era habitual hacerlo. Sus visitas eran breves; no se sentaba, y en el fondo eran solamente para decirles a los feligreses que estaba a disposición de todos. Oía las cuitas de los feligreses y empezó a dejar la impresión de que el sacerdote de Ars practicaba todas las obras de misericordia. Salía también al campo y saludaba a los trabajadores y al bosque y saludaba con afecto a los que hallaba, y convertía su paseo en oración, pues alaba al Señor por las bellezas de la Naturaleza. Dio enorme importancia a la catequesis infantil. Logró que los padres trajeran a los niños, y muchos padres comenzaron a quedarse a la catequesis para aprovecharse ellos también.

Los trabajos y los días de un Buen Pastor

Vianney se dio cuenta de que el pueblo necesitaba como la masa de la parábola: una levadura que la hiciera fermentar. Y entendió que había que cultivar grupos de espiritualidad que contagiasen su fervor a los demás. Se dedicó a buscar un grupo de almas fervorosas que comulgasen cada domingo y dieran ante la comunidad el testimonio de una piedad más allá de la estricta obligación. Muy pronto lo tuvo. Y se comenzó a ver un grupo de personas que cada domingo se acercaban a la sagrada mesa. Igualmente pensó que las hermandades o cofradías le servirían de enlace con muchas personas para atraerlas a la vida devota.

Juan María ponía mucho empeño en la predicación, dándole su importancia, pero no estaba especialmente dotado ni preparado para ello. Se encerraba en la sacristía para escribir las instrucciones catequéticas del domingo y aprenderlas de memoria, lo que le llevaba largas horas del día y de la noche. Bebía en concretas fuentes, es decir, sermonarios y libros espirituales, cuyos textos yuxtaponía sin mucha coherencia a veces. Ponía mucho interés en la selección de los temas, que quería fueran de utilidad espiritual a los oyentes, y como él estaba muy preocupado por la salvación eterna de sus feligreses… Quería, por el camino del rigorismo moral, llevar a los fieles a dos pasos de la desesperación, a fin de que de ahí pasasen al arrepentimiento y a la confesión, que los libraría de sus pecados… Poco a poco, el Espíritu de Dios iluminaría a este buen pastor para que descubriera como preferente el camino de la misericordia.

La Transformación de Ars

En 1821, el rey Luis XVIII erigía en parroquia la iglesia de Ars. Ya podía llamarse con verdad «cura de Ars». Juan María prestó servicios de buena voluntad en las parroquias vecinas cuando no tenían cura o cuando éste se hallaba ausente o enfermo… Participó en equipos de misioneros… Pero más que predicar, confesaba, y multitud de penitentes comenzó a acudir a él. En el confesonario, enfrentado con los dolores de las almas, era un auténtico confesor: juez, padre, maestro y amigo. Gente de todas las clases sociales se arrodilló ante su confesonario… Su palabra comenzaba a tener un éxito increíble por el fuego que despedía, fuego de un amor a Dios y al prójimo que inflamaba a los oyentes. Su fama empezó a correr: todos querían oírle y pasar por su confesonario.

Pero se convierte en signo de contradicción, y empiezan a llegar al obispado denuncias contra él, al tiempo que un grupo de irreductibles en Ars no para de murmurar en su contra. A ello se sumó una purificación interior: Dios permitió que durante los primeros años de su ministerio le asaltase un horroroso temor a la condenación por justo juicio de Dios. Se sentía completamente indigno del ministerio pastoral y creía estar yendo a la condenación por ejercerlo indignamente. Esta prueba interior le hizo sufrir de forma indecible, hasta el paroxismo. Pidió a Dios conocimiento de su miseria. Lo obtuvo y, decía él mismo, no pudo soportarlo.

Triste interiormente o consolado, no dejaba Juan María ninguna de las tareas pastorales que le concernían. Y llegó el momento de poner por obra una decisión tomada a poco de llegar: hacer algo por la educación de los niños, ya que no había escuelas en Ars; en el período de invierno venía un maestro de fuera que daba clases a niños y niñas juntos. Buscó él varias personas que le parecieron aptas y compró además un edificio en 1824, el cual edificio era poco a propósito, pero allí instaló la escuela y ese mismo año la abrió con el título de La Providencia… Huérfanas procedentes de parroquias vecinas e incluso lejanas venían a La Providencia y se las instruía y alimentaba, siendo esta obra el destino de todas las limosnas que venían a manos de Juan María. También admitía a chicas de 18 y 20 años, a veces ya maleadas por la vida, pero cuanto más desgraciadas más las quería el párroco, que reservaba para ellas toda su bondad. Juan María…veía en la educación cristiana de las niñas, el futuro de la cristianización del pueblo, pues cuando fueran madres de familia tendrían los criterios cristianos prontos para ser transmitidos a los hijos.

Las actividades pastorales de Juan María iban tejiendo en torno a los fieles un cerco pastoral que iba a dar un fruto claro: la transformación de Ars, que se produjo el año jubilar de 1827 con un famoso triduo que conmovió a la población entera y que despertó en muchos de sus hijos la mayor devoción. El éxito fue tan rotundo que Juan María dijo desde el púlpito: Ars ya no es Ars, ha cambiado. Y a partir de entonces comenzaron a llegar a Ars personas que querían confesarse con su cura, a razón de unos quince por día. Muy pronto comenzaría el número a crecer hasta cifras increíbles. Una auténtica multitud llegaría a apiñarse frente a su confesonario, esperando recibir del cura de Ars aliento espiritual, consejo, corrección y perdón.

Éxitos y dificultades

Cuando la revolución de julio de 1830 derribó para siempre el trono de los Borbones y advino el régimen de los Orleáns, un grupo de revolucionarios de Ars —siete, nada más—aprovechó la oportunidad para presentarse con insolencia en la rectoral y exigir de Juan María que se marchara porque estaban hartos de su severidad. Le molestaron de noche, tocaron cuernos bajo su ventana y lo colmaron de injurias y calumnias.

La ida a Ars para confesarse con el cura comenzó a convenirse en peregrinación a oírle y rezar con él. Esto fue sobre todo cuando, a raíz del cólera de 1832, Juan María dijo que era un signo de la ira de Dios. Oleadas de gente comenzaron a venir y Juan María se vio precisado a predicarles y a confesarles. Juan María, para distraer la atención de su persona, comenzó a propagar la devoción a Santa Filomena, que, por carecer de base histórica, su fiesta sería luego suprimida por Roma. Por otro lado, él, cuando se vio rodeado de peregrinos, tuvo de nuevo la idea de irse a otro sitio, porque se sentía indigno de tal atención. Decidida su marcha, luego fue el obispado el que cambió y por fin no fue a Fareins.

Volvió a intentar dejar Ars, escapando a Dardilly, su pueblo. Pero luego de hacer una peregrinación a Nuestra Señora de Beaumont, volvió a Ars. Poco después recibió al abate Raymond como auxiliar… Se hizo cargo de la parroquia para que Juan María atendiera a los peregrinos. Juan María prosiguió su intenso y agotador apostolado… El obispo le mostró su aprecio nombrándole canónigo. Hizo una fundación de misiones parroquiales, en lo que invirtió gruesas sumas procedentes de las limosnas que llegaban a sus manos.En 1853 se produjo una fuga sonada. Habían sustituido al abate Raymond por el abate Toccanier. Juan María aprovechó la circunstancia para tratar de huir, pero al hacerlo fue descubierto y hasta sonaron las campanas avisando al pueblo. No sin trabajo se logró disuadirlo. Mucha gente esperaba días y días para poder confesarse con él o hablarle. Al entrar en la iglesia, escoltado por el coadjutor, la gente se arracimaba en su entorno y le pedía bendijera a los niños, lo que Juan María hacía con emoción.

Juan María estuvo en el servicio de los fieles hasta casi última hora. Murió el jueves 4 de agosto de 1859, dulcemente, sin agonía.

Lo canonizó el papa Pío XI el 31 de mayo de 1925, y lo declaró patrono de los párrocos.

José Luis Repetto Betes

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),