Ermita del Salvador
- 19.30 Rosario
- 20:00 Misa
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (28,10-22a):
En aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella.
El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.»
Cuando Jacob despertó, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.»
Y, sobrecogido, añadió: «Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.»
Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Luz.
Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 90,1-2.3-4.14-15ab
R/. Dios mío, confío en ti
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti.» R/.
Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás. R/.
«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación.» R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,18-26):
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.»
Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.»
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.»
Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De catholic.net
Hay una diferencia entre la vida que tengo desde hace unos pocos años para acá con la que llevaba. A pesar de que nunca hice una cosa grave, socialmente hablando, no puedo decir que era una muy buena persona, tenía mis cosas que hicieron sufrir a algunos. Pero mi mamá no perdió la esperanza y siempre oraba por mí.
Hoy, en el Evangelio, puedo ver una relación fuerte entre la hija de Jairo y yo, el hijo de Juana. Jairo sabe que su hija está muerta, sabe que él no puede hacer nada, pero no pierde la esperanza, recurre a Dios, le pide ayuda. Jesús, sin mediar palabra, lo sigue a su casa en busca de la niña. Mi mamá oraba por mí, estaba preocupada, quería un cambio en mi vida y sabía que ella sola no lo podía hacer, por lo tanto, buscaba a Jesús y Él, sin mediar palabra, fue a buscarme. La oración es el medio por la cual podemos ayudar a los demás cuando sabemos que físicamente no podemos hacer nada, pero tenemos que tener la fe real que Jesús al ir a buscar a esa persona.
Jesús, cuando entra en la casa, ve la realidad, una niña muerta en su funeral. Él entra a la habitación y tomándola de la mano la vuelve a la vida. Pero su vida será diferente, ya no es la misma porque ahora ha visto a su Dios. La niña, cuando se levanta, ve a Jesús y ahora vive con la consciencia de que Él es el Cristo.
Yo podría decir que estaba muerto y que tenía mi funeral, con todas aquellas personas que ya no tenían esperanzas en mí o aquellas que avalaban mis actos. Pero Cristo entró a mi casa, a mi vida, Cristo tomó mi mano y me resucitó. El verdadero encuentro con Cristo implicó para mí una resurrección, dejar la vida que tenía por una con la consciencia de que Jesús es mi Dios. El encuentro con Cristo es nuestra resurrección, es dejar la vida pasada por una vida cristiana por Él.
Dejémonos encontrar por Dios, dejémonos que toque nuestra mano y oremos mucho para que otros puedan encontrarse con Él, para que otros puedan resucitar como nosotros.
«Dentro del relato de este milagro, Marcos incluye otro: la curación de una mujer que sufría de hemorragias y se cura en cuanto toca el manto de Jesús. Aquí impresiona el hecho de que la fe de esta mujer atrae —a mí me entran ganas de decir “roba”— el poder divino de salvación que hay en Cristo, el que, sintiendo que una fuerza “había salido de Él”, intenta entender qué ha pasado. Y cuando la mujer, con mucha vergüenza, se acercó y confesó todo, Él le dice: “Hija, tu fe te ha salvado”. Se trata de dos relatos entrelazados, con un único centro: la fe, y muestran a Jesús como fuente de vida, como Aquél que vuelve a dar la vida a quien confía plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir, el padre de la muchacha y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús y sin embargo son escuchados por su fe. Tienen fe en aquel hombre. De esto comprendemos que en el camino del Señor están admitidos todos: ninguno debe sentirse un intruso o uno que no tiene derecho. Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación?»
(Homilía de S.S. Francisco, 1 de julio de 2018).