Jueves de la II semana de Cuaresma

Ermita del Salvador

  • 19:30 Rosario
  • 20:00 Misa

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (17,5-10):

Esto dice el Señor:

ESTO dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre,
y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor
y pone en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces;
no teme la llegada del estío,
su follaje siempre está verde;
en año de sequía no se inquieta,
ni dejará por eso de dar fruto.
Nada hay más falso y enfermo
que el corazón: ¿quién lo conoce?
Yo, el Señor, examino el corazón,
sondeo el corazón de los hombres
para pagar a cada cual su conducta
según el fruto de sus acciones».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 1,1-2.3.4.6

R/. Dichoso el hombre
que ha puesto su confianza en el Señor

V/. Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.

V/. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.

V/. No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Palabra del Señor

Reflexión del Evangelio

Por el obispo Robert Barron

Amigos, el Evangelio de hoy es sobre la parábola del hombre rico y Lázaro. Había un hombre rico “vestido de púrpura y lino finísimo, y cada día hacía espléndidos banquetes”, mientras en la puerta de su casa yacía un pobre hombre llamado Lázaro, “que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del hombre rico”.

A Dios no le satisface este tipo de desigualdad económica, y lo consume la pasión por arreglar las cosas. Este tema aparece en la Biblia y en la tradición cristiana, y se repite a lo largo de los siglos. A pesar de que nos hace sentir incómodos—y Dios sabe que así es, especialmente para aquellos de nosotros que vivimos en la sociedad más próspera del mundo—no podemos evitarlo porque está en todas partes de la Biblia.

Santo Tomás de Aquino dice que debemos distinguir entre el ser propietario y el uso de la propiedad privada. Tenemos derecho a ser propietarios, a través de nuestro arduo trabajo, a través de nuestra herencia. Eso es justo. Pero con respecto al uso de las cosas—cómo las usamos, para qué las usamos—entonces, dice Tomás, siempre debemos preocuparnos primero por el bien común y no por el nuestro. Esto incluye especialmente a aquellos como Lázaro que están en nuestra puerta: los que están sufriendo y los que más necesitan.

Reflexionemos: ¿Qué es lo que entiende por “bien común”? ¿Cómo es que usa su propiedad personal para tal propósito?