6 de septiembre. Jueves de la XXII semana del Tiempo Ordinario

Ermita del Salvador

  • 19:30 Rosario
  • 20:00 Misa

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,18-23):

Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia.» Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos.» Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 23,1-2.3-4ab.5-6

R/. Del Señor es la tierra y cuanto la llena

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,1-11):

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada». ¡Cuántas veces nos encontramos en la misma situación de Pedro! Sentimos su frustración cuando vemos que, después de tantos esfuerzos, no hay ningún fruto en nuestra conversión. O cuando nos vemos inundados de problemas y dificultades que parecen no tener solución. Nos fatigamos, luchamos y nos cansamos para nada. Las redes de nuestra vida aparecen, una y otra vez, vacías. Es allí cuando nos topamos con nuestra flaqueza y debilidad. Descubrimos con dolor que no lo podemos todo, que somos limitados.

¡Bendita debilidad! Porque cuando estamos en el fondo de la desesperanza, cuando parece que la frustración asalta toda la existencia, aparece Cristo que nos dice: «Rema mar adentro» Duc in altum! Confía en mí. Jesús nos pide entonces dar el paso con Él. Comenzar a echar las redes junto a Él. Nos exige dejarle el timón de nuestra vida para que Él la dirija completamente porque conoce el mejor camino.

Discípulo es quien se deja guiar por Cristo, quien sigue sus huellas y comparte con Él el camino de la cruz. La confianza es, por tanto, una virtud indispensable para el apóstol de Cristo. Sólo el que confía plenamente en Cristo es capaz de lanzarse en el apostolado, de sufrir con paciencia, de amar hasta el extremo. La confianza es la puerta que nos abre al encuentro con Cristo, pues nos permite ver su misericordia infinita. La confianza en su amor nos impide revolvernos una y otra vez, en nuestros fracasos y pecados, pues, como san Pedro, alzamos la vista y contemplamos su mirada, tomamos de nuevo su mano tendida y nos ponemos a navegar otra vez con Él.

«¡Oh si las almas débiles e imperfectas como la mía sintiesen lo que yo siento, ninguna desconfiaría de llegar a la cima de la montaña del amor. El recuerdo de mis faltas me humilla…, pero me habla más aún de misericordia, de amor. Cuando llena de confianza filial arrojo esas faltas en la ardiente hoguera del amor, no pueden menos de ser consumidas para siempre».
(Sta. Teresita de Lisieux)

«Nosotros podemos enredarnos en discusiones interminables, sumar intentos fallidos y hacer un elenco de esfuerzos que han terminado en nada; pero igual que Pedro, sabemos qué significa la experiencia de trabajar sin ningún resultado. […] Como Pedro, también somos capaces de confiar en el Maestro, cuya palabra suscita fecundidad incluso allí donde la inhospitalidad de las tinieblas humanas hace infructuosos tantos esfuerzos y fatigas. Pedro es el hombre que acoge decidido la invitación de Jesús, que lo deja todo y lo sigue, para transformarse en nuevo pescador, cuya misión consiste en llevar a sus hermanos al Reino de Dios, donde la vida se hace plena y feliz.»
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de septiembre de 2017).