Ermita del Salvador
- 19:30 Rosario
- 20:00 Misa
Lectura del segundo libro de Samuel (24,2.9-17):
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: «Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor: «He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura.»
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor: «Vete a decir a David: «Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré.»»
Gad se presentó a David y le notificó: «¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres dias de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó: «¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla.
Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: «¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 31,1-2.5.6.7
R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. R/.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Palabra del Señor
San Juan Bosco
De Catholic.net
San Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti, y recibió de su madre Margarita Occhiena una sólida educación cristiana y humana. Dotado de inteligencia, memoria, voluntad y agilidad física no comunes, desde niño fue seguido por sus coetáneos, a quienes organizaba juegos que interrumpía al toque de las campanas para llevarlos a la iglesia. Fue ordenado sacerdote en Turín en 1841, y allí comenzó su actividad pastoral con San José Cafasso.
Su programa, o mejor, su pasión era la educación de los jóvenes, los más pobres y abandonados. Reunió un grupito que llevaba a jugar, a rezar y a menudo a comer con él. La incómoda y rumorosa compañía de Don Bosco (así se lo llamaba y se lo llama familiarmente) tenía que estar cambiando de lugar continuamente hasta que por fin encontró un lugar fijo bajo el cobertizo Pinardi, que fue la primera célula del Oratorio. Con la ayuda de mamá Margarita, sin medios materiales y entre la persistente hostilidad de muchos, Don Bosco dio vida al Oratorio de San Francisco de Sales: era el lugar de encuentro dominical de los jóvenes que quisieran pasar un día de sana alegría, una pensión con escuelas de arte y oficios para los jóvenes trabajadores, y escuelas regulares para los estudios humanísticos, según una pedagogía que sería conocida en todo el mundo como “método preventivo” y basada en la religión, la razón y el amor. “La práctica del método preventivo se base toda en las palabras de San Pablo que dice: La caridad es benigna y paciente; sufre todo, pero espera todo y aguanta todo”.
Para asegurar la continuidad de su obra, San Juan Bosco fundó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (los Salesianos) y Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas). Fue un fecundísimo escritor popular, fundó escuelas tipográficas, revistas y editoriales para el incremento de la prensa católica, la “buena prensa”. Aunque ajeno a las luchas políticas, prestó su servicio como intermediario entre la Santa Sede, el gobierno italiano y la casa Saboya.
Fue un santo risueño y amable, se sentía “sacerdote en la casa del pobre; sacerdote en el palacio del Rey y de los Ministros”. Buen polemista contra la secta de los Valdeses, según la mentalidad del tiempo, nunca se avergonzó de sus amistades con los protestantes y los hebreos de buena voluntad: “Condenamos los errores, escribió en el “Católico”, pero respetamos siempre a las personas”. San Juan Bosco murió el 31 de enero de 1888 y fue canonizado por Pío XI en 1934.