Ermita del Salvador
- 19:00 Misa
- A continuación Exposición del Santísimo
Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 18, 18-20
Ellos dijeron:
«Venga, tramemos un plan contra Jeremías porque no faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta. Venga, vamos a hablar mal de él y no hagamos caso de sus oráculos».
Hazme caso, Señor, escucha lo que dicen mis oponentes. ¿Se paga el bien con el mal?, ¡pues me han cavado una fosa!
Recuerda que estuve ante ti, pidiendo clemencia por ellos, para apartar tu cólera.
Salmo
Salmo 30, 5-6. 14. 15-16 R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia
Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R/.
Oigo el cuchicheo de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida. R/.
Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Reflexión del Evangelio
De https://www.dominicos.org/
Recuerda que estuve ante ti, pidiendo clemencia por ellos
Jeremías pone voz a una de las experiencias más dolorosas del cristiano: la persecución precisamente a causa del bien que intenta hacer. El profeta se ve sitiado: su actitud, su mera existencia es una denuncia insoportable para quienes han pactado con el mal. Tiene que morir. Eso, o rendirse y compartir los modos de proceder e intereses de sus perseguidores.
San Juan Crisóstomo, en un comentario a las palabras del Señor “Vosotros sois la sal del mundo” (Mt 5 13), nos advierte: «Lo que hay que temer no es el mal que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y todos os despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente».
Capitular en el bien y la justicia en los que intentamos vivir es suicidar nuestra alma, nuestra conciencia, nuestra misión y nuestra relación con Dios. No tenemos respuesta ante la injusticia. Es legítimo el miedo y no se trata de pura valentía, cabezonería, soberbia o imposición. El justo no es justo para dar lecciones a nadie. El creyente busca y trabaja por el bien porque solo ahí encuentra la paz consigo mismo, con la imagen de Dios en él inscrita. Por eso claudicar tampoco es la solución. El camino está en la perseverancia –muchas veces malinterpretada– y el ofrecimiento gratuito y cargado de amor precisamente por aquellos que nos rechazan:
«El callado sufrimiento interior que lleva consigo la fidelidad al deber, con frecuencia incluso marcado por la soledad y la incomprensión de aquellos a los que uno se entrega, se convierte en vía de santificación personal, al tiempo que cauce de salvación para las personas a causa de las cuales se sufre». (El servicio de la autoridad y la obediencia, CIVCSVA)
¿Qué deseas?
En el camino cuaresmal, mientras vamos subiendo a Jerusalén, la Liturgia nos sale al encuentro con una pregunta fundamental. Jesús alecciona a sus discípulos y les prepara para lo que van a vivir. Es entonces, tras haber mencionado su pasión, muerte y resurrección, cuando nota que quienes le acompañan no le siguen. Le siguen físicamente, con sus pies, pero tienen la mirada, el corazón y la mente en otros asuntos.
Sabemos que el que pierde su vida será el que la gane; le hemos escuchado que angosto es el camino para ir al Cielo y proclamamos que su Reino no es de este mundo. Pero en el fondo seguimos anhelando que nuestro camino sea distinto al suyo; que no nos implique tanto y que la fe solo suponga beneficios. Creemos, sí, pero queremos que nuestras vidas en nada se diferencien de las de los que no le han conocido. Nuestros labios profesan a Cristo crucificado pero nuestro corazón sigue deseando con los criterios del mundo. De nuestro cuello o de las paredes de nuestra habitación cuelga una cruz, pero invocamos el poder de Dios para que complazca nuestros anhelos más egoístas. Puede que externamente estemos caminando hacia la celebración de los Misterios centrales de nuestra fe, pero que en nuestro interior sean los deseos mundanos los que marcan el ritmo.
La purificación interior que estamos invitados a vivir en este tiempo pasa, necesariamente, por reconocer lo que llevamos y nos mueve por dentro. Si es verdad que allí donde esté tu tesoro, estará tu corazón (Mt 6, 21). Entonces, para reconocer cuál es nuestro tesoro basta con ver dónde está nuestro corazón: ¿Qué deseas? Porque ser discípulo no significa dejar de desear. El ser humano es un ser de deseos y Jesús lo sabe mejor que nadie. No ha venido a frustrar nuestros deseos, sino a llevarlos a plenitud; a elevarlos a un plano muy superior que nuestra ridícula ansia de ser, de poder y de aparentar.
¿Qué desea mi corazón? ¿Dónde estoy real y existencialmente mientras la comunidad de los creyentes camina hacia la Semana Santa?
Sor Teresa de Jesús Cadarso O.P.
Monasterio Santo Domingo (Caleruega)