16 de septiembre. Sábado de la XXIII semana del Tiempo Ordinario. Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires

Evangelio

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.

Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.»  Lucas (6,43-49)

Comentario al Evangelio

«Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», escuchamos hoy. Con frecuencia nos fijamos en nuestra condición pecadora. Nos sentimos mal, pedimos perdón o pensamos que siempre estamos tropezando en las mismas piedras y no tenemos solución. ¿Pero cuál es la solución?

¿Dejar de ser pecadores, eliminando el pecado por arte de magia? A veces la tentación de soberbia nos puede llevar a desearlo así. Quizá tengamos que repetirnos una y otra vez, hasta que lo creamos de veras, que Jesús vino al mundo para salvar… Porque, que somos pecadores ya lo creemos. Y pecamos más cuando lo reconocemos sin creer en la salvación que se nos ofrece, sin dejarnos reconciliar por él. Cristo muestra toda su paciencia en cada uno de nosotros. Es justo que nos demos cuenta y se lo agradezcamos y dejemos que su paciencia nos vaya transformando, bajando las dosis de impaciencia-soberbia que llevamos dentro.

¿Por qué le llamamos Señor y no hacemos caso de lo que nos dice? ¿Por qué le llamamos Salvador y no acabamos de acoger su salvación? ¿Por qué nos acercamos a él y no ponemos en práctica la Palabra que nos dirige? Porque no acabamos de creer. ¡Señor, aumenta nuestra fe! Para que construyamos nuestra vida cristiana sobre la roca firme que tu Palabra segura nos ofrece. ¡Señor, aumenta nuestra fe! Para que la bondad que viene de ti se atesore en nuestro corazón y saquemos a relucir el bien. ¡Señor, aumenta nuestra fe! Para que las dificultades de la vida no puedan con nuestra firme decisión de llamarte Señor y hacer lo que tú nos digas.