Evangelio de hoy
En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre:
«Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». (Lc2,33-35)
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hoy, Jesús, me demuestras el amor tan exagerado que me tienes: luego de haberme entregado todo lo que tenías, cuando ya no te quedaba nada más que dejarme, me regalas a María, tu madre, para que también sea mi madre.
Le dices a la Virgen: «mujer, allí tienes a tu hijo». En la persona de Juan, la Iglesia siempre se ha visto como heredera de ese gran tesoro que es María… pero ¿y la Virgen qué siente?, ¿qué pensamientos recorren ese corazón de madre que ve morir a su Hijo en una cruz y recibe a toda la humanidad como hijos?
Jesús, Tú has muerto por mí, he sido yo quien te ha crucificado con y por mis pecados Te ha entregado al escarnio y a la muerte… ¡Y Tú me regalas a tu madre! ¡Tú le pides a la Virgen que me adopte a mí, un verdugo tuyo! ¿Cómo acercarme a María si acabo de crucificarte?, ¿con la misma mano que te abofeteó y te clavó acariciaré su mejilla? ¿Cómo la misma boca que hace poco gritaba: «crucifícalo» ahora se atreverá a decirle a la Virgen: «Madre, te quiero»?
¡Es una locura! Y sin embargo, María me mira con sus purísimos ojos bañados en llanto y me dice: «Hijito, si Jesús te ha perdonado todo lo que le hiciste, yo también te perdono. Ven. No tengas ni miedo ni vergüenza. No voy a reclamarte ni a reprocharte nada. Sólo te pido una cosa: No dejes que la sangre de mi Hijo sea en vano. Él ha muerto por Ti con la esperanza de que tú lo amarías. Si no sabes cómo hacerlo, ven y yo te enseñaré. Yo también te amo y sólo quiero que la sangre de mi Jesús te dé la vida eterna.»
«En el Gólgota no retrocedió ante el dolor, sino que permaneció ante la cruz de Jesús y, por su voluntad, se convirtió en Madre de la Iglesia; después de la Resurrección, animó a los Apóstoles reunidos en el cenáculo en espera del Espíritu Santo, que los transformó en heraldos valientes del Evangelio. A lo largo de su vida, María ha realizado lo que se pide a la Iglesia: hacer memoria perenne de Cristo. En su fe, vemos cómo abrir la puerta de nuestro corazón para obedecer a Dios; en su abnegación, descubrimos cuánto debemos estar atentos a las necesidades de los demás; en sus lágrimas, encontramos la fuerza para consolar a cuantos sufren. En cada uno de estos momentos, María expresa la riqueza de la misericordia divina, que va al encuentro de cada una de las necesidades cotidianas.»