Templo Carmelitas
- 19:00 Misa.
- A continuación Adoración al Santísimo hasta las 20:30
Primera lectura
Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el «Dios con ellos» será su Dios». Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente. El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo».
Salmo
Sal 24, 6. 7b. 17-18. 20-21 R/. A ti, Señor, levanto mi alma
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R/.
Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 20-21
Hermanos:
Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 17-27
Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Reflexión del Evangelio
Creemos en la vida del mundo futuro
…»Y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor». El Apocalipsis es el libro de nuestra esperanza. Al apóstol San Juan le fue revelado el futuro de los hombres y ese futuro es la Vida Eterna en la presencia de Dios. A veces su lectura nos puede parecer complicada, incluso nos causa temor pero a poco que leamos con el corazón veremos que es una muestra de la Misericordia del Padre: ese «mundo futuro» que recitamos en el Credo es un mundo en el que la pena no existe, el llanto ha sido desterrado y la muerte vencida por la Cruz de Cristo.
Vivimos unos momentos muy duros, la pandemia hace que la muerte esté muy presente en nuestros días, la pérdida de familiares y amigos oprime nuestra alma y se hace difícil comprender qué está pasando. Por eso es necesario confiar plenamente en Dios, recordar que es Padre y como tal nos tiene reservado un futuro lleno de gracia y amor tal y como nos dice la Lectura de hoy: …»Yo seré Dios para él, y él será hijo para mi» ¿Hay mayor consuelo para nuestro dolor actual? Los que nos han precedido en el tránsito a la vida eterna ya lo saben, por eso debemos recordarlos con cariño en el convencimiento de que nos aguardan para el reencuentro definitivo en la morada del Padre.
Recordemos hoy a tantas víctimas de la enfermedad que han fallecido, pidamos a Dios por ellos para que tengan vida eterna en comunión con toda la Iglesia. Confiemos en el Señor para el que nada es imposible.
Ciudadanos del Cielo
San Pablo nos dice en cuatro líneas cómo es el futuro que nos aguarda: cuerpos gloriosos a semejanza de Cristo Resucitado, llamados a la Vida Eterna, ciudadanos del Cielo.
Los cristianos debemos vivir con la esperanza por bandera, sabiendo que por muy mal que lo podamos pasar, por muy negras que sean las circunstancias que nos estén tocando vivir, nos espera una vida de gloria, de gozo en el Señor porque Cristo venció a la muerte para que nosotros tengamos vida eterna. Moriremos al mundo y naceremos al cielo, esa es la maravillosa paradoja. Por eso, a pesar del dolor y la tristeza que nos produce la pérdida de un ser querido debemos tener los ojos puestos en la esperanza, en la promesa del mismo Jesús, de que hemos sido llamados a la Vida Eterna, a ser «ciudadanos del cielo».
Yo soy la Resurrección y la Vida
¿Puede haber texto más hermoso, mas lleno de esperanza, que el que hoy nos presenta la Liturgia? Conmemoramos a los Fieles Difuntos y el Evangelio nos habla de VIDA. No, no es una contradicción, es la realidad que Cristo vino a traer a la tierra.
Imaginar la escena por un momento: Jesús va a casa de su amigo Lázaro y se encuentra a una familia desconsolada que está recibiendo los pésames de sus vecinos y parientes. Marta, hermana del difunto, sale a recibir al Maestro con todo su dolor y convencida de que el fatal desenlace no hubiera ocurrido si el Amigo hubiera estado allí. Cristo la interpela y ella responde con una fe ciega en Él, en su Palabra que conocía bien. Lo que viene después ya lo conocéis: Lázaro saldrá del sepulcro…
Allí donde está Cristo está la vida. Donde Jesús mora viven la esperanza y la alegría. Con Él se acabaron las tinieblas y se abrió paso la luz. Si de verdad creyéramos en La Palabra, si la hiciéramos nuestra, la separación de un ser querido sería motivo de gozo puesto que ya vive en presencia de Dios. Hoy es el día para celebrar a los que fueron fieles a Dios, a los que compartieron su paso por este mundo con todos nosotros. Es humano llorar su pérdida pero debemos hacer el esfuerzo de superar la tristeza y ver con los ojos del alma que con Cristo seremos resucitados. No digamos como Marta «Señor si hubieras estado aquí…» porque a Cristo lo tenemos todos los días con nosotros en el sagrario, en la Escritura y si lo tenemos con nosotros ¿por qué temer a la muerte?
«Yo soy la resurrección y la vida?… ¿Crees esto?» «Sí, Señor: yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios». Pidamos juntos al Señor por la memoria de todos los fieles difuntos que ya gozan de la presencia del Padre para que intercedan por nosotros.