Segundo Domingo después de Navidad

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Templo Carmelitas.

  • 10:00 Misa.
  • 12:00 Misa con niños
  • 19:00 Misa. Sufragio Julio Parra y Margarita Álvarez.

Ermita Campolivar.

  • 11:00 Misa.

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (24,1-2.8-12):

LA sabiduría hace su propia alabanza,

encuentra su honor en Dios
y se gloría en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca
y se gloría ante el Poderoso.
«El Creador del universo me dio una orden,
el que me había creado estableció mi morada
y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob,
y fija tu heredad en Israel”.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó,
y nunca más dejaré de existir.
Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él,
y así me establecí en Sión.
En la ciudad amada encontré descanso,
y en Jerusalén reside mi poder.
Arraigué en un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 147,12-13.14-15.19-20

R/. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

V/. Glorifica al Señor Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

V/. Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.

V/. Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,3-6.15-18):

Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

 

Palabra del Señor

Reflexión ­

No recuperaremos los cristianos el vigor espiritual que necesitamos en estos
tiempos de crisis religiosa, si no aprendemos a vivir nuestra adhesión a Jesús
con una calidad nueva. Ya no basta relacionarnos con un Jesús mal conocido,
vagamente captado, confesado de manera abstracta o admirado como un líder
humano más.
¿Cómo redescubrir con fe renovada el misterio que se encierra en Jesús?
¿Cómo recuperar su novedad única e irrepetible? ¿Cómo dejarnos sacudir por
sus palabras de fuego? El prólogo del evangelio de Juan nos recuerda algunas
convicciones cristianas de suma importancia.
En Jesús ha ocurrido algo desconcertante. Juan lo dice con términos muy cui-
dados: «la Palabra de Dios se ha hecho carne». No se ha quedado en silencio
para siempre. Dios se nos ha querido comunicar, no a través de revelaciones o
apariciones, sino encarnándose en la humanidad de Jesús. No se ha “revestido”
de carne, no ha tomado la “apariencia” de un ser humano. Dios se ha hecho
realmente carne débil, frágil y vulnerable como la nuestra.
Los cristianos no creemos en un Dios aislado e inaccesible, encerrado en su
Misterio impenetrable. Nos podemos encontrar con él en un ser humano como
nosotros. Para relacionarnos con él, no hemos de salir de nuestro mundo. No he-
mos de buscarlo fuera de nuestra vida. Lo encontramos hecho carne en Jesús.
Esto nos hace vivir la relación con él con una profundidad única e inconfundi-
ble. Jesús es para nosotros el rostro humano de Dios. En sus gestos de bondad
se nos va revelando de manera humana cómo es y cómo nos quiere Dios. En
sus palabras vamos escuchando su voz, sus llamadas y sus promesas. En su
proyecto descubrimos el proyecto del Padre.
Todo esto lo hemos de entender de manera viva y concreta. La sensibilidad
de Jesús para acercarse a los enfermos, curar sus males y aliviar su sufrimiento,
nos descubre cómo nos mira Dios cuando no ve sufrir, y cómo nos quiere ver
actuar con los que sufren. La acogida amistosa de Jesús a pecadores, prostitu-
tas e indeseables nos manifiesta cómo nos comprende y perdona, y cómo nos
quiere ver perdonar a quienes nos ofenden.
Por eso dice Juan que Jesús está «lleno de gracia y de verdad». En él nos
encontramos con el amor gratuito y desbordante de Dios. En él acogemos su
amor verdadero, firme y fiel. En estos tiempos en que no pocos creyentes viven
su fe de manera perpleja, sin saber qué creer ni en quién confiar, nada hay más
importante que poner en el centro de las comunidades cristianas a Jesús como rostro humano de Dios