XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

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Templo Carmelitas.

  • 10:00 Misa
  • 19:00 Misa

Ermita Campolivar.

  • 11:00 Misa. Sufragio difuntos de la familia Benito Simón;  acción de gracias a S. Antonio de Padua.

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (25,6-10a):

Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte,

un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 22, 1-6

R/. Habitaré en la casa del Señor
por años sin término

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (4,12-14.19-20):

Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor

Reflexión del Evangelio

Los convidados no hicieron caso.
Nuestros pueblos y ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien
quiera buscar un poco de silencio y paz para encontrarse consigo mismo y
con Dios. Es difícil liberarse del ruido permanente y del asedio constante
de todo tipo de llamadas y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones,
problemas y prisas de cada día nos llevan de una parte a otra, sin apenas
permitirnos ser dueños de nosotros mismos.
Ni siquiera en el propio hogar, escenario de múltiples tensiones e invadido
por la televisión, es fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables
para descansar gozosamente ante Dios.
Pues bien, paradójicamente, en estos momentos en que necesitamos más
que nunca lugares de silencio, recogimiento y oración, los creyentes hemos
abandonado nuestras iglesias y templos, y sólo acudimos a ellos masiva-
mente en las eucaristías del domingo.
Se nos ha olvidado lo que es detenernos, interrumpir por unos minutos
nuestras prisas, liberarnos por unos momentos de nuestras tensiones y de-
jarnos penetrar por el silencio y la calma de un recinto sagrado. Muchos
hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir que, con frecuencia, basta
pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para aquietar el espíritu y recu-
perar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos hoy ese silencio que nos ayude a entrar en contacto
con nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo
toda nuestra energía interior. Acostumbrados al ruido y a las palabras, no
sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imá-
genes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de
verdad al hombre aquello que es capaz de escuchar en lo más hondo de su
ser.
Sin ese silencio interior, no se puede escuchar a Dios, reconocer su presen-
cia en nuestra vida y crecer desde dentro como hombres y como creyentes.
La parábola de Jesús es una grave advertencia. Dios no cesa de llamarnos,
pero, lo mismo que los invitados del relato parabólico, seguimos cada uno,
ocupados en nuestras cosas, sin escuchar su voz con una cierta hondura.