Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Ermita del Salvador

  • 19:00 Misa
  • A continuación exposición del Santísimo

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 6, 1-4.8

En el año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.

Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo:
«Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».

Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.

Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».

Contesté: «Aquí estoy, mándame».

Salmo de hoy

Salmo 22, 2-3. 5. 6 R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.

En verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 1-2.9. 14-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos.

Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

Reflexión del Evangelio de hoy

«Aquí estoy, mándame»

En la primera lectura de este día el profeta Isaías nos transmite la experiencia de su vocación: Dios, que es el Señor de Universo, el Santo, ante cuya soberanía y majestad, Isaías experimenta su propia pequeñez, se ha fijado en Él y le ha llamado a ser su profeta.

Dios invita, no se impone; sugiere, interpela:”¿A quién enviaré?” “¿Quién irá por nosotros?” Isaías es capaz de escuchar la voz de Dios, dejarse tocar e interperlar interiormente por ella. Sólo desde una escucha honda es posible descubrir cómo Dios, a través de su Palabra, se dirige a mí, en concreto. Isaías acoge esta llamada y responde de una forma sencilla, corta, que expresa lo esencial de la respuesta vocacional: “Aquí estoy, mándame”.

El “estar aquí” significa absoluta presencia al hoy, al momento; estar presente con todo lo que uno es. Es responder a Dios, desde la totalidad del ser, desde el corazón, que quiere estar para Él.

“Mándame”, porque la misión sólo puede surgir desde el envío. No es algo que se tiene, que uno busca; sino algo que se recibe de Dios, no como algo de lo que podemos apropiarnos, sino algo que Dios nos confía para colaborar con su proyecto. Supone abrirse a dejarse conducir; porque el profeta cuando dice “mándame” no sabe lo que esto va a suponer en su vida, no sabe a dónde Dios le quiere enviar, ni el precio a pagar por ello. Es por tanto un gesto de absoluta confianza y abandono de la propia vida en las manos de Dios, en su voluntad.

Y yo ¿estoy dispuesta a dejarme enviar hoy y cada día a la misión que el Señor me confía?

«Yo los envío también»

Antes del inicio de la Pasión, el evangelista Juan nos presenta a Jesús que, tras un largo discurso de despedida, ora al Padre por sus discípulos. Aquel que ha ido transmitiendo por los caminos de Palestina el amor de Dios, educando y enseñando a sus discípulos, acoge el momento de la entrega definitiva que lleva a la Pascua, en una oración que es a la vez de ofrenda de sí mismo y de intercesión por aquellos a quienes ha ido preparando para continuar su obra en el mundo.

Jesús ora no sólo por sus discípulos, sino también por todos aquellos que, por la predicación de la palabra de aquellos, lleguen a creer; Jesús ora por toda la comunidad cristiana presente y futura, ora por su Iglesia, y lo que pide es que seamos uno.

Esta oración ha sido llamada por la Tradición, debido a este carácter intercesor, oración sacerdotal. En ella descubrimos a Cristo como el Sumo Sacerdote, no al modo de los sacerdotes del Antiguo Testamento que realizaban su función de forma repetida y a través de ofrendas y sacrificios; porque Cristo es a la vez el sacerdote y la víctima. Su sacerdocio es la entrega de su propia vida, una vez y para siempre, como nos dirá la carta a los Hebreos. Por eso quien ora por nosotros es Aquel que a través de su entrega en la cruz, por amor a la humanidad, ha alcanzado la Gloria, que es la plenitud del Amor. Un Amor que ha vencido el mal, la muerte y que nos comunica y transmite la Vida, que significa vivir en comunión con Cristo, “ser uno en Él”

Vivir la comunión con Cristo, significa acoger su envío a realizar su misión en medio del mundo, de nuestros trabajos y quehaceres; a ser signos de unidad, de fraternidad, en un mundo fragmentado y roto por la violencia y la indiferencia ante otras vidas humanas, especialmente ante las más vulnerables. Esta unidad, el Señor la presenta como condición para que otros puedan creer. No hay otro signo más elocuente, más claro, que sea transparencia de Dios que la vivencia de la comunión, que es la esencia de Dios reflejada en el misterio Trinitario.

Para esta misión contamos con la oración de Aquel que, en medio de nuestras decepciones, dificultades, miedos, se presenta en medio de nuestras vidas como el Resucitado y nos regala la fe, el amor y la esperanza que necesitamos para ser testigos de su Presencia viva y vivificante en este hoy tan apasionante que tenemos como don y tarea ante nosotros.

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo

https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy