Miércoles de la XVIII semana del Tiempo Ordinario

Templo Carmelitas

  • 19:00 Misa.
  • A continuación Adoración al Santísimo hasta las 20:30

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (2,1-11):

Tú, el que seas, que te eriges en juez, no tienes disculpa; al dar sentencia contra el otro te condenas tú mismo, porque tú, el juez, te portas igual. Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal, a los que obran de esa manera. Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es para empujarte a la conversión? Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios, pagando a cada uno según sus obras. A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable. Pena y angustia tocarán a todo malhechor, primero al judío, pero también al griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre. el bien, primero al judío, pero también al griego; porque Dios no tiene favoritismos

Palabra de Dios

Salmo

Sal 61,2-3.6-7.9

R/. Tú, Señor, pagas a cada uno según sus obras

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.

Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,42-46):

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!»
Un maestro de la Ley intervino y le dijo: «Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.»
Jesús replicó: «¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»

Palabra del Señor

San Eduardo

De https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=307

Después del abandono, las luchas y la opresión durante el reinado de los dos soberanos daneses, Harold Harefoot y Artacanuto, el pueblo inglés acogió con júbilo al representante de la antigua dinastía inglesa, San Eduardo el Confesor. Las cualidades que merecieron a Eduardo ser venerado como santo, se referían más bien a su persona que a su administración como soberano pues era un hombre piadoso, amable y amante de la paz.

Eduardo era hijo de Eteredo y de la normanda Ema. Durante la época de la supremacía danesa, fue enviado a Normandía cuando tenía 10 años y regresó a su patria en 1042 cuando fue elegido rey. A la edad de 42 años contrajo matrimonio con Edith, la hija del Conde Godwino, la mayor amenaza para su reino. La tradición sostiene que San Eduardo y su esposa guardaron perpetua continencia por amor a Dios y como un medio pra alcanzar la perfección.

La administración justa y equitativa de San Eduardo le hizo muy popular entre sus súbitos. La perfecta armonía que reinaba entre él y sus consejeros se convitió más tarde en el sueño dorado ya que durante el reinado de Eudardo, los barones normandos y los representantes del pueblo inglés ejercieron una profunda influencia en la legislación y el gobierno. Uno de los actos más populares del reinado de San Eduardo fue la supresión del impuesto para el ejército; los impuestos recaudados de casa en casa en la época del santo fueron repartidos entre los pobres.

Durante el destierro en Normandía, San Eduardo había prometido ir en peregrinación al sepulcro de San Pedro en Roma, si Dios se dignaba poner término a las desventuras de su familia. Después de su ascenso al trono, convocó un concilio y manifestó públicamente la promesa con que se había ligado. Sin embargo, la Asamblea le manifestó que con su partida se abriría el camino a las disensiones en el interior del país y los ataques de las potencias extranjeras. El rey decidió someter el asunto a juicio del Papa San León IX, quien le sugirió repartir el dinero que habría gastado en el viaje entre los pobres, y construir un monasterio en honor a San Pedro.

El último año de vida del santo se vio turbado por la tensión entre el Conde Tostig Godwinsson de Nortumbría y sus súbitos; finalmente el monarca tuvo que desterrar al conde. Falleció en 1065. La canonización de San Eduardo tuvo lugar en 1161, y dos años después de que su cuerpo se mantenía incorrupto, fue trasladado por Santo Tomás Becket a una capilla del coro de la abadía de Westminster, de la cual San Eduardo fue su promotor, el 13 de octubre, fecha en que se celebra actualmente su fiesta.