XI Domingo del Tiempo Ordinario

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Templo Carmelitas

  • 10:00 Misa. Sufragio José Hernández Gimeno
  • 19:00 Misa en Honor  de San Antonio de Padua. Sufragio Julio Parra y Margarita Álvarez

Ermita Virgen Desamparados – Campolivar

  • 11:00 Misa.  Sufragio Dif. Familia Benito Simón

Primera lectura

Lectura del Profeta Ezequiel (17,22-24):

Esto dice el Señor Dios: «Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel; para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 91,2-3.13-14.15-16

R/. Es bueno darte gracias, Señor

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad. R/.

El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano;
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios. R/.

En la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (5,6-10):

Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34):

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor

Reflexión del Evangelio

Nos encontramos con dos parábolas en las que el Señor habla del crecimiento del “Reino de Dios”.
Con la primera comparación resalta su crecimiento silencioso y continuo, casi inevitable. La explicación de la parábola no fue recogida en el Evangelio, ya sea porque Cristo mismo no la explicó o porque el evangelista no consideró necesaria su transmisión, debido a su fácil o conocida interpretación.
El Señor enseña que el Reino prometido por Dios y esperado por los judíos, el Reino que sería instaurado por medio de su Mesías, tendrá un inicio muy sencillo, hasta insignificante. A partir de ese inicio, una vez que la semilla ha sido sembrada, posee un dinamismo propio, desarrollándose por sí mismo, “automáticamente” (el evangelista utiliza la palabra griega autómata). Independientemente de la acción o inacción del agricultor, ya duerma o se levante, “la tierra da el fruto por sí misma”.
No será el hombre quien haga germinar o desenvolverse la simiente o el Reino, aun cuando ciertas condiciones externas sean necesarias para favorecer su germinación y crecimiento, sino la misma fuerza intrínseca que portan. San Pablo comprende bien esta realidad cuando escribe: «¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?… ¡Servidores, por medio de los cuales ustedes han creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio.
Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento» (1Cor 3, 5-6).
Así pues, el Reino de Dios, una vez inaugurado por el Señor Jesús con su presencia y predicación, con el tiempo llegará necesariamente a su madurez. Nada ni nadie podrá detener su desarrollo y despliegue, y con el paso del tiempo la semilla producirá una cosecha abundante. Entonces, «cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la cosecha».
Para hablar del inicio “insignificante” de este Reino —insignificante a los ojos humanos—, el Señor añade otra parábola, en la que compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza, «la semilla más pequeña» de todas las conocidas en la Palestina.
Las semillas de mostaza, en efecto, son pequeñísimas. Redondas y de consistencia dura, tienen entre uno a dos milímetros de diámetro. Al caer en tierra y desarrollarse, llega a ser «más alta que las demás hortalizas», llegando a convertirse en un árbol de entre tres y cuatro metros de altura. En esto consiste justamente la lección del Señor, la enseñanza que quiere transmitir: de lo más pequeño el Reino de Dios pasará a ser lo más grande. Aunque en sus comienzos serán pocos los que lo acepten, llegarán a ser multitudes. A ello se refiere el Señor cuando dice que «echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden cobijarse y anidar en ella». En efecto, la imagen de un árbol que crece y sirve de cobijo a las aves del cielo ya había sido utilizada como metáfora para referirse a los súbditos del Reino que Dios establecerá por encima de los demás (ver 1a. lectura; así también Ez 31, 6; Dan 4, 10ss;).
El Reino de Dios, en el Señor Jesús, tuvo un inicio aparentemente insignificante. Más la fuerza y potencia que esta “semilla” (ver Jn 12, 34) escondía a los ojos humanos, manifestada en su Resurrección, han llevado al Reino de Dios a un crecimiento espectacular a lo largo de los siglos. Ese Reino es la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha cobijado en sus ramas a hombres y mujeres de toda nación, raza o cultura.