V Domingo de Cuaresma

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Templo Carmelitas.

  • 10:00 Misa.
  • 19:00 Misa. Sufragio Julio Parra y Margarita Álvarez

Ermita Virgen Desamparados – Campolivar

  • 11:00 Misa.

Primera lectura

Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una

alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “Reconoce al Señor.” Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50

R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra del Señor

Reflexión del Evangelio

Pocas frases encontramos en el evangelio tan desafiantes como estas palabras que recogen una convicción muy de Jesús: «Os
aseguro, que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».
La idea de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día fruto. Si «no muere», se queda solo encima del terreno. Por
el contrario, si «muere» vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida.
Con este lenguaje tan gráfico y lleno de fuerza, Jesús deja entrever
que su muerte, lejos de ser un fracaso, será precisamente lo que dará
fecundidad a su vida. Pero, al mismo tiempo, invita a sus seguidores
a vivir según esta misma ley paradójica: para dar vida es necesario
«morir».
No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar
a vivir si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Nadie
contribuye a un mundo más justo y humano viviendo apegado a su
propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y
su justicia, si no está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la
conflictividad y persecución que sufrió Jesús.
Nos pasamos la vida tratando de evitar sufrimientos y problemas. La
cultura del bienestar nos empuja a organizarnos de la manera más
cómoda y placentera posible. Es el ideal supremo. Sin embargo, hay
sufrimientos y renuncias que es necesario asumir si queremos que
nuestra vida sea fecunda y creativa. El hedonismo no es una fuerza
movilizadora; la obsesión por el propio bienestar empequeñece a las
personas.
Nos estamos acostumbrando a vivirlo todo cerrando los ojos al
sufrimiento de los demás. Parece lo más inteligente y sensato para
ser felices. Es un error. Seguramente, lograremos evitarnos algunos
problemas y sinsabores, pero nuestro bienestar será cada vez más
vacío, aburrido y estéril, nuestra religión cada vez más triste y egoísta.
Mientras tanto, los oprimidos y afligidos quieren saber si le importa a
alguien su dolor.

 

Avisos parroquiales