Miércoles de la III semana del Tiempo Ordinario

Templo Carmelitas

  • 19:00 Misa
  • A continuación exposición del Santísimo hasta las 20:30 h

Primera lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 10,11-18:

Hermanos:

Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; esta sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.
Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente; añade: Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes.
Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

Salmo

Sal 109,1.2.3.4 R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos estrado de tus pies». R.

Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré,
como rocío, antes de la aurora». R.

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec». R.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,1-20

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
«Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó.
Otro parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Y añadió:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando se quedó solo, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo:
«A vosotros se os han dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”».
Y añadió:
«¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».

Reflexión del Evangelio

De https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/27-1-2021/

Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio

La carta a los Hebreos parte de la figura de Cristo, sacerdote de la Nueva Alianza por su muerte en la cruz. Esa entrega perdona todos los pecados de los hombres. Desde ahí Cristo ha sido constituido sacerdote-mediador de una Alianza Nueva, la alianza definitiva. Ya no es necesario repetir todos los días sacrificios expiatorios ante Dios. Desde el momento de su muerte, tampoco tiene ningún sentido el sacrificio de animales buscando el perdón en ese gesto.

Cristo aparece triunfante, sentado a la derecha de Dios. Ese “sentado” equivale a decir que su trabajo, su misión ha terminado. No necesita ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, tal como debían hacer los sacerdotes de la Antigua Alianza. Él ha vencido a la muerte y por su cruz nos ha librado de nuestros pecados. De esa entrega definitiva surge la salvación para todos. Ya no es necesario repetir sacrificios para obtener la salvación. La eucaristía, renovación del único sacrificio, se convierte en el sacrificio definitivo que se revive cada día conmemorando su entrega. En ella recibimos su gracia salvadora.

Desde entonces la obra salvadora de Jesús puede traer salvación a todo ser humano que se acerca deseoso de recibir su gracia.

Es su misma persona la que nos trae la salvación. Buscarla por otros caminos es perderse en la noche. Confiar en su sacrificio en la cruz es manifestar nuestra fe en quien nos ha marcado el único camino para llegar a Dios. Ya no hay otro. Solo su persona es garantía de salvación.

La novedad de esta carta está en haber propuesto a Jesús como único sacerdote que ofreció a Dios un sacrificio definitivo por la redención de todos.

Jesús y sus parábolas

Nada mejor para atraer la atención del público que acercar los temas a la vida de cada día. Así solía hacerlo Jesús. La gente lo seguía y lo escuchaba con interés. El resultado de sus explicaciones quedaba siempre a la responsabilidad de cada uno: “El que tenga oídos para oír, que oiga” … Una clara invitación a la reflexión. Él sembraba de forma amena. Partía siempre de la vida cotidiana, de aquello con lo que el público se sentía identificado. Por eso, sus parábolas no han perdido frescor y también hoy sostienen la atención del lector.

A nosotros, como seguidores suyos, nos interesan por lo que suponen de apoyo en nuestro caminar de creyentes. Lo escuchamos porque en esas palabras suyas vamos asentando nuestra condición de cristianos.

Dios, el sembrador, ¿cómo actúa en nuestras vidas?

Dios, nos dice Jesús, confía en nosotros porque nos ama. Nos conoce muy bien y, pese a ello, confía en que su acción en nosotros encuentre respuesta, “responsabilidad”. Como buen sembrador va esparciendo la semilla que es su Palabra. Esa Palabra que no es otro que el mismo Jesucristo. Una vez que la semilla ha sido depositada en el surco, se convierte en algo vivo que tiene su propio desarrollo dependiendo del cuidado que cada persona le proporciona.

¿Cuál es nuestra respuesta?

Según nuestras reacciones la semilla va fructificando. Jesús presenta cuatro posibilidades o reacciones ante esa semilla depositada en el surco de nuestra vida.

Hay una tierra dura, pedregosa. Suele estar representada por personas que creen no necesitar nada más allá de lo puramente material. Se creen autosuficientes. De ahí nace la indiferencia ante la llamada de Dios. Agarrados a sus seguridades materiales, tienen suficiente o se conforman con esas condiciones materiales, aunque éstas no proporcionen nada de lo que su corazón ansía en profundidad. Han dejado de lado la Palabra. Sus intereses acaban en lo inmediato. ¿Para qué más?

Hay otro grupo que forman los que acogen esa Palabra de forma superficial. “Es interesante, pero…” y ahí concluye cuanto ofrecen a la semilla. No puede germinar. La superficialidad se queda con el resplandor, pero no permite que esa luz ilumine de verdad su vida. No hay convicciones profundas que garanticen y estimulen el cuidado que la semilla requiere.

El tercer grupo lo representan aquellos que acogen con interés y entusiasmo la semilla. Pero ante las preocupaciones inmediatas que llegan a la vida, todo va quedando en un segundo lugar. Los intereses ajenos al Reino comienzan a ocupar el primer lugar y la semilla queda agostada. Está ahí sembrada y acogida, pero la falta de cuidado la dejan morir. Aquel entusiasmo primero, queda reducido a un simple recuerdo. La preocupación suele centrarse en las riquezas. Éstas absorben todo.

Hay un último grupo. Lo forman las personas que acogen, valoran, aprecian la semilla y la cuidan para que produzca fruto. Son personas que han sabido colocar sus intereses en una escala de valores que comienzan por apreciar la semilla como el primer valor. Por eso la cuidan, la riegan y le dan los nutrientes necesarios. Así acaban produciendo fruto. Éste será variado, pero habrá respondido a lo que el sembrador esperaba de la semilla.

Los que forman este cuarto grupo son aquellos que “oyen la palabra y la acogen, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.»

No hay mucho más que explicar. Solo falta analizar cómo cuidamos la semilla que hemos recibido de Dios.

Hoy, como a lo largo de toda la historia, escuchamos la parábola y quizá sentimos la necesidad de saber qué clase de tierra somos cada uno. Fácil respuesta si examinamos estas cuestiones: ¿Cuáles son mis valores? ¿Qué peso tiene en mi vida la Palabra de Dios? ¿Qué fuerza tiene en mi la persona de Jesucristo?

Seguro que nuestro deseo es tener esa Palabra como supremo valor de nuestra vida. Para conservarla se nos piden tres actitudes a cultivar: responsabilidad, coherencia y perseverancia.

Son las tres actitudes que garantizan que la semilla ha encontrado buena tierra en nosotros y la vamos cuidando con esmero. Confiemos ahora en su fuerza para ir desarrollándose con los cuidados que le ofrecemos.

Acabamos de iniciar este 2021. Buen momento para asentar nuestra existencia confiando en la bondad del Sembrador que nunca se resiste cuando acudimos a Él con sinceridad.

Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

San Enrique de Ossó

De https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=628
Enrique de Ossó, sacerdote, fundador de la Congregación de Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, es uno de los hombre de Dios, que, en el siglo pasado, contribuyeron a mantener viva la fe cristiana en España, con una fidelidad inquebrantable a la Iglesia y la Sede Apostólica.
Nació en Vinebre, diócesis de Tortosa, provincia de Tarragona, el 16 de octubre de 1840. Su madre soñaba verlo sacerdote del Señor. Su padre le encaminó al comercio.

Gravemente enfermo, recibió la primera Comunión por Viático. Durante el cólera de 1854 perdió a su madre, y en este mismo año -trabajaba como aprendiz de comercio en Reus- abandonó todo y se retiró a Montserrat. Vuelto a casa con la promesa de poder emprender el camino elegido, inició en el mismo año 1854 los estudios en el Seminario de Tortosa.

Ordenado sacerdote en Tortosa, el 21 de septiembre de 1867, celebró la primera misa, en Montserrat, el domingo 6 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Rosario.

Sus clases como profesor de Matemáticas y Física en el Seminario no le impidieron dedicarse con ardor a la catequesis, uno de los grandes amores de su vida. Organizó en 1871 una escuela metódica de catecismo, en doce Iglesias de Tortosa y escribió una «Guía práctica» para los catequistas. Con este libro inicia Enrique su actividad como escritor, apostolado que le convirtió en uno de los sacerdotes más populares de la España de su tiempo. Desde niño tuvo devoción entusiasta por Santa Teresa de Avila. La vida y doctrina de la Santa, asimilada con la lectura constante de sus obras, inspiró su vida espiritual y su apostolado, mantenidos por la fuerza de su amor ardiente a Jesús y María y por una adhesión inquebrantable a la Iglesia y al Papa.

Para acrecentar y fortificar el sentido de piedad, reunió en asociaciones a los fieles, especialmente a los jóvenes, para quienes la revolución y las nuevas corrientes hostiles a la fe católica resultaban una amenaza.

Después de haber dado vida en los primeros años de sacerdocio a una «Congregación mariana» de jóvenes labradores del campo tortosino, fundó en 1873 la Asociación de «Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús». En 1876 inauguraba el «Rebañito del Niño Jesús». Los dos grupos tenían un fin común: promover una intensa vida espiritual, unida al apostolado en el propio ambiente. El Movimiento Teresiano de Apostolado (MTA) recoge en la actualidad el carisma teresiano de nuestro Santo para hacer de los niños, jóvenes y adultos cristianos comprometidos mediante la oración y el apostolado.

Para facilitar la práctica de la oración a los asociados, Enrique publicó en 1874 «El cuarto de hora de oración», libro que el autor mandó imprimir 15 veces y del que hasta la fecha se han publicado más de 50 ediciones.

Convencido de la importancia de la prensa, inició en 1871 la publicación del semanario, «El amigo del pueblo» que tuvo vida hasta mayo de 1872, cuando por un motivo fútil de la autoridad civil, contraria a la Iglesia, lo suprimió. Sin embargo, en octubre de este mismo año inicia la publicación de la Revista mensual Santa Teresa de Jesús, que durante 24 años fue la palestra en la que el Santo expuso la verdadera doctrina católica, difundió las enseñanzas de Pío IX y León XIII, enseñó el arte de la oración, propagó el amor a Santa Teresa de Avila e informó de manera actualizada sobre la vida de la Iglesia en España y en el mundo. Para formar a la gente humilde publicó en 1884 un Catecismo sobre la masonería fundado en la doctrina del Papa. Y en 1891 ofreció lo esencial de la Rerum Novarum en un Catecismo de los obreros y de los ricos, prueba concreta de su atención a los signos de los tiempos, según el corazón de la Iglesia.

Su gran obra fue la Congregación de las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús que se extendió, viviendo aún el Fundador por España, Portugal, México y Uruguay. En la actualidad la Congregación se extiende por tres continentes: Europa, Africa y América.

San Enrique quiso que sus hijas, llenas del espíritu de Teresa de Avila, se comprometiesen a «extender el reino de Cristo por todo el mundo», «formando a Cristo en la inteligencia de los niños y jóvenes por medio de la instrucción y en su corazón por medio de la educación».

Había soñado junto con la institución de «Hermanos Josefinos» la de una Congregación de «Misioneros Teresianos»», que viviendo santamente el propio sacerdocio en la mayor intimidad con Cristo y al servicio total de la Iglesia, siguiendo las huellas de Teresa, fuesen los apóstoles de los tiempos nuevos. En vida su proyecto no llegó a realidad. Sin embargo, desde hace pocos años, un grupo de jóvenes mexicanos se preparan al sacerdocio con el mismo espíritu teresiano de Ossó. Sacerdote según el corazón de Dios, el Santo fue un verdadero contemplativo que fundió en sí con equilibrio extraordinario un ideal apostólico abierto a todo lo bueno que ofrecían los nuevos tiempos. De fe viva, no miraba sacrificios ni oposiciones; en una época especialmente hostil a la Iglesia, anunció valerosamente el Evangelio con la palabra, con los escritos, con la vida.

Murió el 27 de enero de 1896 en Gilet (Valencia), en el convento de los Padres Franciscanos, donde se había retirado durante algunos días para orar en la soledad. Las últimas páginas que escribió antes de su muerte trataban de la acción de la gracia del Espíritu Santo en la vida de los cristianos dóciles a su amor.

Es el mensaje de su vida: siempre fiel a las mociones del Espíritu Santo, vivió como apóstol que transmite la fuerza del Evangelio animada por la comunión constante con Dios y por un amor inmenso a la Iglesia. Su existencia, consumida al servicio de los hermanos en una entrega sin límites, revela que el verdadero amor de Cristo cuanto más posee a un ser lo hace más disponible a la caridad siempre nueva y siempre colmada de quien intenta ser reflejo de la presencia de Dios y de su amor en el mundo.

FUENTE: vatican.va