Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa. Sufragio. Luis Mújica Alonso
- A continuación, exposición del Santísimo. Rezo de Vísperas y Rezo del Rosario al Sagrado Corazón hasta las 20:30 h
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10):
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios,
y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 71,1-2.3-4ab.7-8
R/. Que todos los pueblos de la tierra
se postren ante ti, Señor
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre. R/.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,34-44):
En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.»
Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.»
Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor
Reflexión
De https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/8-1-2021/
Todo el que ama ha nacido de Dios
Nacer es una respuesta al amor de unos padres. Dios es Padre y es Amor, así nos lo describe la Primera carta de Juan. Por eso nacer es responder al amor de Dios. Dios nos amó primero y a consecuencia de ello la vida aconteció. La vida es un hecho de amor, la muerte también lo es, cuando la observamos desde la fe en Jesucristo.
Lo que mejor define a Dios es el amor: el desprendimiento, la entrega, la reconciliación, la convergencia, el sacrificio. La vida de Jesucristo fue desde sus inicios un acontecimiento de amor. Fue durante su estancia terrenal un encuentro con el amor. Y fue en su muerte un derramamiento de amor.
Pero el amor no está de moda. Parece que nos desquicia la mente cuando escuchamos hablar de amor y de Dios. Sin embargo, todo nuestro equilibrio personal, toda nuestra estabilidad como personas depende de sentirnos amados.
La vida se realiza con gestos de amor: una mirada, un tiempo dedicado, la escucha, la compresión, la disculpa, la fidelidad, la confianza… es lo que nos mantiene de pie ante el hermano y ante la realidad que me circunda. Alejarme del amor, es exponerme a la negativa de nacer y crecer.
No podemos dejar de hacerlo. Es el nacer, el vivir, y el crecer en el amor lo que nos da la felicidad, y nos otorga un sentido de plenitud. La vida sin fe es un destino incierto, intolerante con los que aman, e incomprensivos con los que creen en Dios. Si hemos nacido de Dios, hemos nacido del Amor, y si hemos nacido del Amor, hemos nacido para vivir amándonos. Ese es nuestro reto.
Muchas veces creemos negativamente que amar es exponerte a una dependencia de otra persona. Quizás sea, porque no se ha entendido la libertad que requiere el amor: dejar libre, dejar vivir, dejar crecer. Otras veces, el convencer a otra persona de su dependencia de otra, sugiere que media algún interés personal mediante el cual, egoístamente te hace destinatario de todas las atenciones, y enmascara la celotipia con la que actúas, para tu propio beneficio. Muchas relaciones de amor son ensombrecidas por la oscuridad que encierra el interés egocentrista de pretender ser el más importante: ¡Todo debe dirigirse a ti!
Juzgamos amistades y relaciones íntimas con un sentido poco apropiado de libertad. Quizás en ese tipo de relaciones esté Dios afianzando con su amor el sentido de dichas relaciones. Y al mostrarnos jueces de las historias de amor, abogamos por la ruptura de las relaciones ¿Y si en lugar de dependencia hubo una conciencia de libertad? ¿Y si en lugar de negatividad hubo un dejar crecer? ¿y si en lugar de apropiación hubo desprendimiento y entrega?
La ruptura puede ser en este caso una tragedia, un drama de incomprensión. Los demás pudieron lograr su objetivo, pero las huellas de una verdad de amor no se borran fácilmente. Todo ello nos ha de cuestionar algo importante ¿Por qué te dejas convencer de los otros para no creer en Dios?
Se puso a enseñarles con calma
Con la multiplicación de los panes y de los peces Jesús se revela como profeta. Su acción no fue suplir el compromiso humano de la caridad; su acción milagrosa fue multiplicar las manos, multiplicar el esfuerzo humano que se dedica a la gente hambrienta y exhausta.
El primer sentimiento que surge en el corazón de Jesús es la compasión. Contemplaba como una multitud andaba errante como ovejas sin pastor. Su contemplación pasó a la acción: “se puso a enseñarles con calma”.
La acción de evangelizar requiere la calma. No por mucho iniciar una conversación, un sermón, o una predicación vas a dejarlos convencidos a todos en el momento. La calma es una de las claves que hemos de conseguir para procurar que alguien pueda escuchar tu mensaje.
Contrasta la acción confiada de Jesús respecto a Dios, respecto a la multitud sufriente, y respecto a la actitud de los discípulos, bien dispuestos a desplazarse para ir a comprar lo necesario, confiando en sus únicas fuerzas. Los discípulos no captan el mensaje “Dadles vosotros de comer”.
La confianza ha de partir de ti, de tu capacidad de compartir, de tu capacidad de ejercer la caridad, pero lo primero ha de dirigirse a Dios, para que él sea quien multiplique las manos de la bondad, los hombros de la solidaridad, los pies que se dirigen al servicio de los más necesitados.
Tan sólo bastó una mirada de Jeús al cielo, una palabra confiada de bendición, para que se obrara el milagro del compartir. Pero el compartir siempre va precedido de la escucha de la palabra, y de la participación en el Reino de Dios mediante la fe.
Oremos por tantos agentes evangelizadores para que no pierdan la calma frente a la realidad de pobreza que les rodea, y encuentren en la oración a Dios su capacidad comprometida para ejercer la caridad que se deriva del sentido de la fe en Cristo, Señor, nuestro.
San Severino, predicador
De https://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=637
Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): «Todo ser que tiene vida, alabe al Señor».
Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).
Su biografía la escribió su discípulo Eugipio.
A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.
San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.
Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles «Hunos», bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.
En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: «Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar». Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.
En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.
Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: «Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder.» Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.
El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: «Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán» (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: «He pecado y nada malo me ha pasado». Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.
San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.
Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: «Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo». Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.
Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.
Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.
En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: «¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?». Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.
En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: «El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia». Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.
En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: «No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz». El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.
El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: «Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos». Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.
A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.
Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles.
En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.