Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa. Sufragio José Hernández Gimeno y Carmen Fayos Gimenez
- 19:30 Adoración al Santísimo
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 5, 1-6
Hermanos:
Para la libertad nos ha liberado Cristo.
Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.
Mirad: yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada.
Y vuelvo a declarar que todo aquel que se circuncida está obligado a observar toda la ley.
Los que pretendéis ser justificados en el ámbito de la ley, habéis roto con Cristo, habéis salido del ámbito de la gracia.
Pues nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor.
Salmo
Sal 118, 41. 43. 44. 45. 47. 48 R/. Señor, que me alcance tu favor
V/. Señor, que me alcance tu favor,
tu salvación según tu promesa. R/.
V/. No quites de mi boca las palabras sinceras,
porque yo espero en tus mandamientos. R/.
V/. Cumpliré sin cesar tu ley,
por siempre jamás. R/.
V/. Andaré por un camino ancho,
buscando tus mandatos. R/.
V/. Serán mi delicia tus mandatos,
que tanto amo. R/.
V/. Levantaré mis manos hacia tus decretos,
que tanto amo, y recitaré tus mandatos. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 37-41
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a comer con él.
Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo:
«Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Con todo, dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo».
Reflexión del Evangelio
De https://www.dominicos.org/predicacion
El amor, por encima de la ley
En la carta a los Gálatas Pablo habla de la libertad con un especial énfasis. Se enfrentaba a una fuerte crisis de la comunidad cristiana, influida por las intrigas de los llamados ‘judaizantes’, que acentuaban la necesidad de observar la ley de Moisés –y concretamente la circuncisión- para obtener la salvación. Pablo ve en ese empeño un peligro muy serio para la naciente fe cristiana. “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”, independientemente de la ley.
No se trata de despreciar la ley. Ésta prescribe cosas justas, pero no garantiza su eficacia salvífica. En cambio, la fe en Cristo da la gracia para obrar como él, para seguir sus pasos e identificarse con su misterio pascual de muerte y resurrección. Poner la confianza en la circuncisión y en las otras prescripciones de la ley era continuar una historia marcada por el pecado y hacer ineficaz la novedad de Cristo, el único Salvador. Sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los nuevos cristianos no procedían del judaísmo, sino de la gentilidad, donde la circuncisión no tenía ningún sentido. El concilio de Jerusalén (ver Hch 15) había abierto solemnemente a los gentiles esta vía de libertad al no imponerles la carga de la ley antigua.
Lo verdaderamente importante para los que seguimos a Cristo es creer en él y dejarse guiar por su Espíritu, que nos ayuda a obrar con libertad conforme a esa fe, impulsados por el amor que él mismo ha derramado en nuestros corazones. Si es verdad que en la Iglesia también hay prescripciones concretas, éstas nunca podrán enturbiar ni ensombrecer el amor, que es la ley suprema del Evangelio de Jesús.
La conversión a Dios, por encima de la observancia de los ritos
Las controversias de Jesús con los fariseos son frecuentes en los evangelios. Lucas las suele situar en el contexto de alguna comida. Quizá esa circunstancia ayude a comprender, por una parte, que no se trata de adversarios odiosos, ya que comen juntos, y, por otra, que en ese marco de relaciones los reproches pueden ser mejor asimilados y las discrepancias más claramente percibidas.
Generalmente los fariseos critican a Jesús por no observar las prescripciones rituales que impone la ley –en este caso, lavarse las manos antes de comer-, lo que le coloca en una situación de impureza legal. Para Jesús, sin embargo, la auténtica pureza no depende de las abluciones o lavatorios rituales, sino ante todo del comportamiento global de la persona que conecta con el corazón de Dios. Y así trata de hacérselo ver a los demás comensales, tildando de hipócritas a los que se fijan más en lo externo que en el interior.
El reproche de Jesús es duro y sin contemplaciones, pero es que está en juego algo fundamental: la prioridad de la intención profunda del corazón por encima del cumplimiento material de las prescripciones legales. Es una constante en las enseñanzas de Jesús: se requiere, por encima de cualquier otra cosa, la conversión del corazón a Dios para que todo lo que hacemos esté en sintonía con su voluntad. La ley es un valioso recurso humano para conseguirlo, pero no debe nunca prevalecer sobre esa primordial concordancia con el querer de Dios.
En aquel contexto un expresivo testimonio de la conversión a Dios era la limosna. Esta atención a las necesidades del prójimo venía a ser un rasgo característico de la justicia interhumana, de la preocupación por los demás. Y sigue siendo también hoy una peculiaridad genuina del discípulo del Evangelio.
¿Dónde tengo yo el corazón cuando observo los preceptos de la ley de Dios o practico los ritos de la vida cristiana?
San Eduardo
De Aciprensa
Después del abandono, las luchas y la opresión durante el reinado de los dos soberanos daneses, Harold Harefoot y Artacanuto, el pueblo inglés acogió con júbilo al representante de la antigua dinastía inglesa, San Eduardo el Confesor. Las cualidades que merecieron a Eduardo ser venerado como santo, se referían más bien a su persona que a su administración como soberano pues era un hombre piadoso, amable y amante de la paz.
Eduardo era hijo de Eteredo y de la normanda Ema. Durante la época de la supremacía danesa, fue enviado a Normandía cuando tenía 10 años y regresó a su patria en 1042 cuando fue elegido rey. A la edad de 42 años contrajo matrimonio con Edith, la hija del Conde Godwino, la mayor amenaza para su reino. La tradición sostiene que San Eduardo y su esposa guardaron perpetua continencia por amor a Dios y como un medio pra alcanzar la perfección.
La administración justa y equitativa de San Eduardo le hizo muy popular entre sus súbitos. La perfecta armonía que reinaba entre él y sus consejeros se convitió más tarde en el sueño dorado ya que durante el reinado de Eudardo, los barones normandos y los representantes del pueblo inglés ejercieron una profunda influencia en la legislación y el gobierno. Uno de los actos más populares del reinado de San Eduardo fue la supresión del impuesto para el ejército; los impuestos recaudados de casa en casa en la época del santo fueron repartidos entre los pobres.
Durante el destierro en Normandía, San Eduardo había prometido ir en peregrinación al sepulcro de San Pedro en Roma, si Dios se dignaba poner término a las desventuras de su familia. Después de su ascenso al trono, convocó un concilio y manifestó públicamente la promesa con que se había ligado. Sin embargo, la Asamblea le manifestó que con su partida se abriría el camino a las disensiones en el interior del país y los ataques de las potencias extranjeras. El rey decidió someter el asunto a juicio del Papa San León IX, quien le sugirió repartir el dinero que habría gastado en el viaje entre los pobres, y construir un monasterio en honor a San Pedro.
El último año de vida del santo se vio turbado por la tensión entre el Conde Tostig Godwinsson de Nortumbría y sus súbitos; finalmente el monarca tuvo que desterrar al conde. Falleció en 1065. La canonización de San Eduardo tuvo lugar en 1161, y dos años después de que su cuerpo se mantenía incorrupto, fue trasladado por Santo Tomás Becket a una capilla del coro de la abadía de Westminster, de la cual San Eduardo fue su promotor, el 13 de octubre, fecha en que se celebra actualmente su fiesta.