Jueves de la XXX semana del Tiempo Ordinario

Templo de las Carmelitas

  • 19:00 Misa.Sufragio Conchín Esparza Liñán, Alejandro Esparza y María Liñán
  • 19:30 Adoración al Santísimo. Confesiones

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 6, 10-20

Hermanos:
Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder.

Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire.
Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
Siempre en oración y súplica, orad en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos. Pedid también por mí, para que cuando abra mi boca, se me conceda el don de la palabra, y anuncie con valentía el misterio del Evangelio, del que soy embajador en cadenas, y tenga valor para hablar de él como debo.

Salmo

Sal 143, 1bcd. 2. 9-10 R/. ¡Bendito el Señor, mi alcázar!

Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea. R/.

Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y refugio,
que me somete los pueblos. R/.

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo, de la espada maligna. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 31-35

En aquel día, se acercaron unos fariseos a decir a Jesús:
«Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte».
Jesús les dijo:
«Id y decid a ese zorro: “Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada.
Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén”.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido.
Mirad, vuestra casa va a ser abandonada.
Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”».

Reflexión del Evangelio

De https://www.dominicos.org/

Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder

Cuando miramos la creación, y en ella al ser humano, no podemos dejar de pensar en aquellas palabras del Génesis: “Y vio Dios que era bueno.” Y es que el amor de Dios se expande, se manifiesta en todo lo que crea y todo lleva la huella de su amor y de su bondad.

Y sin embargo, somos conscientes de que nuestra vida tiene muchas zonas de sombra, de oscuridad. Percibimos nítidamente la existencia del mal en nosotros y a nuestro alrededor.

Pablo, en la primera lectura de hoy nos invita a resistir al mal. Con un lenguaje militar, que la gente de su entorno entendía bien, compara la vida como un combate contra un enemigo cuya fuerza es “sobrehumana;” de esta manera nos está transmitiendo el poder del mal, su capacidad de introducirnos en caminos que nos llevan a alejarnos de Dios, de los demás y de nosotros mismos; caminos que nos llevan a la muerte.

Por eso Pablo nos exhorta a “armarnos” interiormente; y esto se traduce en la práctica en abrir a Dios el libro que es nuestra vida, con sus luces pero también con sus sombras, para poder leer con Él lo que ha ido ocurriendo en ella; en confiar en la fuerza transformadora y salvadora de su Palabra; en orar incesantemente para  pedir que venga a nosotros y a nuestro mundo el Espíritu Santo que nos conduce hacia la verdad de nosotros mismos, que nos enseña a vivir en justicia, que nos pone en marcha para continuar la misión de Cristo y anunciar el Evangelio de la paz.

En estos momentos de mi vida ¿qué vivo como mal en mi vida y en la vida de nuestro mundo? ¿Qué recursos interiores de los que propone Pablo puedo ir cultivando más en mí?

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

De camino hacia Jerusalén, Jesús recibe una advertencia: Herodes quiere matarle. Los fariseos le invitan a alejarse, lo cual parece lo más prudente. Sin embargo, Jesús contesta a los fariseos en unos términos fuertes y valientes, incluso provocativos. Frente a los consejos de los fariseos de evitar aquello que amenaza su vida, Jesús pone de manifiesto aquello que la sostiene, que le hace fuerte interiormente y que por tanto le permite vivir esa situación amenazante no como algo que le haga temblar y que le paralice,  sino como algo que está ahí y es real, pero que nunca podrá impedirle vivir aquello que es para él lo fundamental, lo importante, incluso más que la propia vida: la fidelidad a la voluntad del Padre que ha hecho suya, que es su alimento y su orientación vital. Por eso Jesús puede afirmar con toda libertad “nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente.” (Juan 10, 18)

Y es que en el horizonte de la vida de Jesús está la Vida con mayúsculas, que resitúa todo, incluso la misma muerte. Lo expresaba de forma maravillosa José Calderón Salazar, periodista guatemalteco. “Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de Resurrección”

Es esa Vida que surge del Amor de Dios, la que orienta el caminar de Jesús y la que se refleja en sus gestos de expulsar demonios y sanar enfermos. Una Vida que nada ni nadie podrá vencer, ni siquiera la muerte.

Jesús no es un iluso, conoce la suerte de aquellos que se atrevieron a cuestionar a las estructuras injustas que oprimen a las personas y a cuestionar a quienes las sostienen; intuye también su suerte. Pero no parece ser su muerte lo que más le duele, sino la incapacidad de Jerusalén para acoger la Palabra de Salvación, su actitud de cerrarse a ella y de esta forma labrarse su propia ruina. Aunque no una ruina definitiva como parece que se deduce del último versículo: una luz de esperanza se dibuja al final del camino, cuando juntos podamos proclamar: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

La experiencia de sentirse amenazado, con fundamento objetivo o no, es una experiencia que a todos nos acompaña; es la experiencia de que algo pone en peligro en mayor o medida nuestra vida, nuestra integridad personal o física.

Ante lo que nos amenaza nuestras reacciones son variadas: miedo, rabia o agresividad, vergüenza; y según ese sentimiento nuestra reacción es diferente: huimos, nos bloqueamos, reaccionamos con agresividad o violencia etc.

A veces la amenazas son reales y otras no lo son pero las percibimos como tales.

Reconozcamos en este día aquellas situaciones por las que nos sentimos amenazados y también pongamos nombre a las emociones y reacciones que provocan en nosotros. Que podamos acogerlas y vivirlas a la luz de la esperanza que nos trae siempre la Palabra de Dios porque sabemos que “ni la muerte ni la vida nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús». (Romanos 8,38-39)

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo

San Narciso, Obispo

De Aciprensa

Era ya muy anciano cuando fue elegido obispo de Jerusalén. Eusebio cuenta que, en su tiempo, los cristianos de este lugar recordaban todavía algunos de los milagros del santo obispo. Por ejemplo como los diáconos no tuviesen aceite para las lámparas la víspera de la Pascua, San Narciso pidió que trajesen agua, se puso en oración y después mandó que la pusiesen en las lámparas. Así lo hicieron y el agua se transformó en aceite.

Algunos molestos por la severidad del santo, y por la disciplina que exigía en su diócesis, le acusaron de haber cometido un crimen. Para no ser causa de conflicto decidió retirarse a la soledad. Ya no se supo más de él hasta que, durante el gobierno de Gordio, apareció nuevamente. Como ya se sentía muy anciano para retomar el obispado, nombró a San Alejandro por coadjutor. Se dice que Narciso murió a los 116 años.