Lectura de la profecía de Ezequiel 16, 1-15. 60. 63
Me fue dirigida esta palabra del Señor:
«Hijo de hombre, hazle conocer sus acciones detestables a Jerusalén.
Di: “Esto dice el Señor Dios, a Jerusalén. Por tu origen y tu nacimiento eres cananea: tu padre era amorreo y tu madre hitita. Así fue tu nacimiento: El día en que naciste, no te cortaron el cordón, no te lavaron con agua para purificarte, ni te friccionaron con sal, ni te envolvieron en pañales. Nadie se apiadó de ti ni hizo por compasión nada de todo esto, sino que por aversión te arrojaron a campo abierto el día que naciste.
Yo pasaba junto a ti y te vi revolviéndote en tu sangre, y te dije:
Sigue viviendo, tú que yaces en tu sangre, sigue viviendo.
Te hice crecer como un brote del campo. Tú creciste, te hiciste grande, llegaste a la edad del matrimonio. Tus senos se afirmaron y te brotó el vello, pero continuabas completamente desnuda.
Pasé otra vez a tu lado, te vi en la edad del amor; extendí mi manto sobre ti para cubrir tu desnudez. Con juramento hice alianza contigo —oráculo del Señor Dios— y fuiste mía.
Te lavé con agua, te limpié la sangre que te cubría y te ungí con aceite. Te puse vestiduras bordadas, te calcé zapatos de cuero fino, te ceñí de lino, te revestí de seda.
Te engalané con joyas: te puse pulseras en los brazos y un collar en tu cuello. Te puse un anillo en la nariz, pendientes en tus orejas y una magnífica diadema en tu cabeza.
Lucías joyas de oro y plata, vestidos de lino, seda y bordado; comías flor de harina, miel y aceite; estabas cada vez más bella y llegaste a ser como una reina.
Se difundió entre las naciones paganas la fama de tu belleza, perfecta con los atavíos que yo había puesto sobre ti —oráculo del Señor Dios—. Pero tú, confiada en tu belleza, te prostituiste; valiéndote de tu fama, prodigaste tus favores y te entregaste a todo el que pasaba.
Con todo, yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una alianza eterna, para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que hiciste —oráculo del Señor Dios—».
Salmo
Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6 R/. Ha cesado tu ira y me has consolado
«Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R/.
«Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso». R/.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sion,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 19, 3-12
EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?».
Él les respondió:
«¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”? De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Ellos insistieron:
«¿Y por qué mandó Moisés darle acta de divorcio y repudiarla?».
Él les contestó:
«Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Pero yo os digo que, si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio».
Los discípulos le replicaron:
«Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse».
Pero él les dijo:
«No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda».
Reflexión del Evangelio
De https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/14-8-2020/san-maximiliano-ma-kolbe/
Haré contigo una nueva alianza
El amor siempre es desbordante. También a la hora de expresarlo con palabras. Una prueba de ello es este pasaje de Ezequiel, quien pregona con bellas y sublimes palabras la historia del gran amor de Dios por su pueblo.
Cuando Jerusalén no era nada, cuando desde pequeña no fue bien acogida, ni recibió los cuidados más elementales y necesarios, cuando te “arrojaron a campo abierto”, cuando “creciste y te hiciste moza”, pero estabas sola “extendí sobre ti mi manto para cubrir tu desnudez: te comprometí con juramento, hice alianza contigo y fuiste mía”. Y le regaló toda clase de finos vestidos y ricas joyas… “estabas guapísima y prosperaste”.
Pero ante tantas pruebas de amor de Dios, su pueblo se fue detrás de otros dioses, de falsos dioses, “te prostituiste con el primero que pasaba”. Pero Dios, a pesar de tan gran ingratitud del pueblo, no dejó de quererle y “haré contigo una nueva alianza”, perdonándole todos sus desvaríos. Dios siempre es fiel a su amor.
Sublime la historia de amor de Dios con su pueblo El mismo amor que nos tiene a los seguidores de su hijo Jesús.
Las exigencias del amor. ¡El amor, siempre el amor!
Situando históricamente la pregunta que los fariseos dirigen a Jesús: “¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?”, hay que decir que en aquella época, dentro de la religión judía, había dos escuelas que presentaban distintas respuestas. La del rabino Hillel que admitía el divorcio por cualquier causa, por ejemplo porque la mujer había dejado quemar la comida. Y la del rabino Shammai que solo lo admitía en caso de adulterio por parte de la mujer.
En la vida cristiana, el matrimonio es el sacramento de amor entre un hombre y una mujer. La gracia sacramental del matrimonio consiste en la ayuda que Jesús les otorga para que puedan vivir ese mutuo amor que se prometen y que pide fidelidad y permanencia. Cuando los fariseos aducen ante Jesús que Moisés admitió el divorcio, Jesús les replicó: “Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestra mujeres; pero al principio no era así”… “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.
San Pablo, en su época, ante el peligro que podía sufrir un cristiano de perder la fe al casarse con un no creyente, permitió separarse: “Si la parte no creyente quiere separarse, que se separe. En tales casos no está ligado el hermano o la hermana: para vivir en paz os llamó Dios. Pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?” (1Cor, 7,15-16).
Celebramos hoy la fiesta de un buen cristiano, San Maximiliano Kolbe que, en los campos de concentración nazis, entregó su vida para que otro prisionero viviera.