Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa
- 19:30 Adoración al Santísimo. Confesiones
Primera Lectura
1Co 1,1-9: Por él habéis sido enriquecidos en todo.
Yo Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo
por voluntad de Dios,
y Sóstenes nuestro hermano
escribimos a la iglesia de Dios en Corinto,
a los consagrados por Jesucristo,
al pueblo santo que él llamó
y a todos los demás que en cualquier lugar
invocan el nombre de Jesucristo,
Señor nuestro y de ellos.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre,
y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
En mí Acción de Gracias a Dios os tengo siempre presentes,
por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.
De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
El os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor nuestro.
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
Salmo
Sal 144,2-3.4-5.6-7: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor y merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza.
Una generación pondera tus obras a otra
y le cuenta tus hazañas;
alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas.
Encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus gran es acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad
y aclaman tus victorias.
Evangelio
Mt 24,42-51: Estad preparados.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.
¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas?
Pues dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes.
Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, como se merecen los hipócritas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Reflexión
De https://www.dominicos.org/predicacion
Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros
Aunque ahora estén más de moda los mensajes cortos e inmediatos a través de whatsapp, la carta sigue siendo un medio importante de comunicación; nos permite dirigirnos a los otros de manera más pausada y sobre todo más meditada. Con frecuencia ha sido, sobre todo cuando se experimenta la distancia, una forma de hacernos cercanos y hacer cercanos a aquellos a quienes queremos.
Me parece interesante meditar en esta relación que Pablo cultivó con las comunidades que había fundado a través de sus cartas; su deseo de cuidar a los hermanos, de sostenerles en la fe, de que experimentaran su cercanía y apoyo, de acompañar sus crisis, de animarles a permanecer arraigados en Cristo. Fundamentalmente esto último. Porque para Pablo, la meta de la vida es, como nos dice al final de esta lectura, “participar en la vida de Cristo”.
A través de sus cartas descubrimos la manera de pensar de Pablo, su Teología, tan profundamente Cristológica. Y también descubrimos las dificultades por las que pasaron las primeras comunidades paulina y, como en este caso, sus divisiones.
Aunque el tema que tiene que abordar con la comunidad de Corinto es difícil, sin embargo Pablo, en su saludo a los hermanos, refleja lo que es previo y anterior a todo reproche o cuestionamiento: la conciencia de que esa comunidad es Iglesia de Dios, y que es Dios quien la ha enriquecido de dones y quien va a mantenerla firme hasta el final. Porque aunque nosotros seamos débiles, Dios es fiel.
Desde esa confianza en la acción de Dios en nuestras vidas y la fuerza transformadora de la Gracia, abrámonos a la lectura de esta carta que hoy comenzamos. Y como Pablo, llevémonos unos a otros en la oración, antes que nada desde la acción de gracias, sabiéndonos pertenecientes a una misma Iglesia universal, hermanos en la fe, más allá de los lazos de sangre.
Preguntémonos este día ¿A quién tenemos presentes en nuestra oración? ¿Agradecemos cada día que Dios nos haya dado hermanos y hermanas de camino?
Ser agradecidos… Esta es la invitación que resuena con fuerza en esta primera lectura del día. Esto sólo es posible si somos capaces de ver la acción de Dios a nuestro alrededor, cómo trabaja en medio del mundo y de nosotros su Espíritu, cómo nos enriquece sin medida; si somos capaces de acoger, con paciencia y confianza la tensión entre lo que ya está como germen de vida y lo que esperamos que se manifieste y llegue a su plenitud.
Estad en vela porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor
Seguramente a muchos de nosotros nos ha tocado, en medio del duelo, recoger o recibir las pertenencias de quienes se nos han ido. Hay personas a quienes les gusta guardar, otras cuya tendencia es tirar. En el caso de las primeras, entrar en su habitación es como entrar en un museo de tan lleno que está de historia; de las segundas, a veces nos es difícil encontrar algo con lo que quedarnos de recuerdo. En la mayoría de los casos, pienso, la muerte les pilló, nos pilló desprevenidos. Desde luego, nadie sale de su habitación pensando en que no va a volver a entrar en ella.
Y no es que crea que el Evangelio de hoy nos hable fundamentalmente de la muerte, aunque también, pero es cierto que el hecho de la muerte nos pone de una forma más clara y evidente frente a la verdad de nosotros mismos; nos desnuda de toda prepotencia y orgullo para dejarnos con nuestra vulnerabilidad más viva y llenos de preguntas que tienen que ver con los para qué, con las deudas pendientes, con las esperanzas truncadas y con las que permanecen, con lo que quedó a medias y con lo que aprovechamos; con lo que es irreversible pero también con lo que es todavía posible; con lo que nos hizo sufrir pero también con lo que nos enriqueció; con las relaciones que descuidamos pero también con las que cultivamos.
Por ejemplo, yo a veces me he preguntado: si por lo que fuera, de repente me pasara algo, ¿Cómo encontrarían los otros mi habitación? ¿Qué dicen de mí mis cosas? ¿Qué he ido guardando y guardando y por qué? ¿Estaría igual mi habitación y también mi vida si supiera que hoy era mi último día en esta vida? ¿Qué cuidaría más y a qué daría más valor?
Este “no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” y por tanto esta llamada a “estar en vela” es para mí hoy una invitación a soltar, a relativizar, a centrarme en lo esencial, a no perder tiempo ni gastarme en luchas inútiles, a cuidar a la gente, a sonreír y decir palabras amables a los otros más que a vivir enfadada; sobre todo a no perder el tiempo en provocar a mi alrededor más dolor del que ya existe, no añadir sufrimiento sino poner, en la medida del don recibido, algo de la bondad que hemos recibido de parte de Dios.
Dejemos resonar en nuestro corazón esta pregunta ¿Qué significa para mí hoy permanecer en vela, en medio de las situaciones que vivo y en esta etapa de mi vida?
Santa Mónica, Madre de San Agustín
https://www.dominicos.org/predicacion
Tagaste, 331 – Ostia Tiberina, 387
Por su vida personal, por su influjo en la vida de San Agustín (28 de agosto) y por sus posibilidades simbólicas, Santa Mónica merece un puesto de honor en el santoral cristiano. Su determinación, su entereza de ánimo, su inteligencia, su amor materno y su fidelidad a la Iglesia resultaron decisivas en la conversión religiosa de su hijo, uno de los mayores padres de la Iglesia y figura cimera de la cultura occidental. Y esa actitud la convierte en modelo perenne de esposas y madres cristianas. La Iglesia, al honrar su memoria, satisface en cierto modo la inmensa deuda que tiene contraída con tantas mujeres anónimas, que no sólo han preservado la fe de sus hijos, sino que los han conducido al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Madre y Maestra de Agustín
Mónica tuvo tres hijos: Agustín, que quizá fuera el primogénito, Navigio y una hermana de nombre desconocido. Los dos últimos no le dieron mayores problemas. Navigio, joven de salud delicada, introvertido y amigo de indagar el porqué de las cosas, debió de contraer matrimonio, al igual que su hermana. Ésta enviudó pronto y luego fue abadesa del monasterio de Hipona. En él ingresaron también algunas sobrinas de Agustín, sin que conste si eran hijas de Navigio o de su hermana. Lo mismo sucede con Patricio, clérigo de la iglesia de Hipona, y con su hermano, subdiácono de la de Milevi.
Fue Agustín quien absorbió la atención de Mónica. Su genio requería cuidados especiales y ella nunca se los regateó. Sufrió con él, le acompañó en sus dudas, le previno contra el peligro de la lujuria «muy preocupada me amonestó en privado que no fornicase y, sobre todo, que no adulterase» (Conf. 2,3,7)— y le reprochó sus errores doctrinales y sus extravíos morales, llegando hasta expulsarle de casa. Otras veces adoptó métodos más suaves, echando mano de las riquezas de su corazón maternal. Solicitó el consejo de personas doctas que creía capaces de despejar las dudas de su hijo y conducirle al buen camino, y, sobre todo, le recordó día y noche ante el altar del Señor. La lucha se arrastró durante tres lustros y en ella Mónica dio muestras insuperables de amor maternal, de constancia, de sagacidad y de espíritu de fe. El resultado de su esfuerzo fue una obra maestra.
De recién nacido le llevó a la iglesia, le inscribió en el registro de los catecúmenos y le inculcó el amor a Jesucristo. Un día Agustín confesará que ningún libro, «por elegante y erudito que fuera», le llenaba totalmente si en él no hallaba el nombre de Jesucristo, cuya dulzura había mamado «con la leche de mi madre» (Conf. 3,4,8). Sin embargo, de acuerdo con la práctica de su tiempo, Mónica no sintió la necesidad de bautizar a su hijo.
En perfecto acuerdo con su esposo se desvivió por darle una educación esmerada, y no la interrumpió ni cuando la muerte del marido debilitó el presupuesto familiar, ni cuando el despertar de las pasiones, el amor maternal la llevó a subordinar el bien espiritual de su hijo a su carrera profesional. Temió que el matrimonio diera al traste con sus estudios y, en consecuencia, comprometiera también su porvenir profesional.
[…] Su fe necesitaba el abono de la tribulación. Y ésta no le iba a faltar. Del 371 al 386 Mónica sufre un auténtico calvario. Un día Agustín se va a vivir con una mujer, otro abandona la Iglesia y da su nombre a los maniqueos, una secta que la combate, y otro cae en las redes del escepticismo. Ella sufre y llora, pero no se desmorona. Un sueño en que ve a su hijo en la misma regla en que se halla ella la reconforta y le da la seguridad de la victoria. Un día su hijo compartirá su fe.
El 374 alcanza a su hijo en Cartago y durante nueve años vive con él, hasta el 383, en que sufre una de las grandes desilusiones de su vida. Agustín, insatisfecho de los estudiantes de Cartago, quiere probar suerte en Roma y, para hacerlo con mas libertad, abandona a su madre en la playa y embarca furtivamente para Roma. Mónica acusa el golpe. Llega a llamarle mentiroso y mal hijo. Pero continúa rezando por él y en la primera ocasión cruza el mar y se le une en Milán.
Agustín seguía sumido en la duda, sin certeza alguna y buscando desesperadamente algo en que creer: «Había venido a dar en lo profundo del mar y desesperaba de hallar la verdad> (Conf; 6,1,1). Decepcionado de los maniqueos, se había echado en manos de los escépticos, de los que no tardaría en pasarse a los neoplatónicos para terminar de oyente de San Ambrosio y lector de San Pablo.
Mónica celebró el cambio, pero sin entusiasmo. Su alegría no sería completa hasta la plena conversión de su hijo. Pensó entonces que el matrimonio quizá podría serenarle y le buscó una novia de su misma clase social. Agustín cedió a las conveniencias sociales, a las presiones de su madre y quizá también a los designios de la Providencia, y con inmenso dolor de su alma —mi corazón, sajado por aquella parte que le estaba pegado, me había quedado llagado y manaba sangre—, despidió a la mujer con la que había convivido durante 15 años. Pero antes de que su prometida alcanzara la edad núbil, llegó la gracia y tras ella el bautismo y la renuncia al matrimonio, a los honores, a las riquezas y a toda esperanza de este siglo. Mónica pudo cantar victoria. Su hijo ya se había subido a la regla del sueño.
El año que le quedaba de vida lo pasó al lado de su hijo saboreando la miel del triunfo. En Casiciaco cuida de Agustín y sus amigos «como si fuera la madre de todos». Interviene en sus diálogos filosóficos suscitando su admiración. En marzo del 387 está de nuevo en Milán, adonde Agustín ha vuelto para inscribirse en la lista de los catecúmenos. […] Finalmente, la noche de Pascua, asiste llena de júbilo al bautismo de su hijo, de su nieto Adeodato y de Alipio, el amigo del alma de Agustín.
A las pocas semanas estaban todos en Ostia, a la espera de una nave que les devolviera a África. En la patria les sería fácil dar con un lugar apropiado para servir a Dios. Un día, mientras descansan del viaje, madre e hijo experimentan el llamado éxtasis de Ostia Tiheria. Asomados a la ventana discurren juntos «sobre cómo sería la vida eterna de los santos […], llegando a tocar con el ímpetu de su corazón aquella regios de la abundancia indeficiente en la que tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad».
Mónica presintió la cercanía de la muerte. «hijo mío, nada me deleita ya en esta vida […]. Una cosa deseaba y era el verte cristiano católico antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, puesto que, despreciada la felicidad terrena, te veo siervo suyo. ¿Qué hago ya aquí» (Con: 9.10,26). A los cinco días cayó en cama y tras breve enfermedad expiró.
Agustín, plegándose a su última voluntad, enterró a su madre en Ostia.
Javier Guerra O.A.R.
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA