Me fue dirigida esta palabra del Señor:
«Hijo de hombre, vives en medio de un pueblo rebelde:
tienen ojos para ver, y no ven; tienen oídos para oír, y no oyen, porque son un pueblo rebelde.
Así pues, tú, hijo de hombre, prepara tu equipaje para el destierro, y emigra en pleno día, a la vista de todos; a la vista de todos emigra a otro sitio. Tal vez así comprendan que son un pueblo rebelde.
Sacarás tu equipaje de deportado en pleno día, a la vista de todos; partirás al atardecer, a la vista de todos, como quien va al destierro.
A la vista de todos abre una brecha en el muro y saca por allí tu equipaje.
Cárgalo al hombro a la vista de todos, sácalo en la oscuridad. Cúbrete la cara para no ver la tierra, porque hago de ti un signo para la casa de Israel».
Yo hice todo lo que me había ordenado. Saqué mi equipaje como quien va al destierro, en pleno día; al atardecer abrí una brecha en el muro con las manos, lo saqué en la oscuridad y me lo cargué al hombro, a la vista de todos.
A la mañana siguiente me fue dirigida esta palabra del Señor:
«Hijo de hombre, ¿no te ha preguntado la casa de Israel, la casa rebelde, qué es lo que hacías?
Pues respóndeles:
“Esto dice el Señor Dios: Este oráculo toca al príncipe en
Jerusalén y a toda la casa de Israel que vive allí”.
Di: “Yo soy un signo para vosotros: como yo he hecho, así harán con ellos. Serán deportados, irán al destierro.
El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el equipaje, en la oscuridad saldrá por una brecha que abrirán en el muro para sacarlo, se cubrirá la cara para no ver su tierra con sus propios ojos”».
Salmo
Sal 77, 56-57. 58-59. 61-62 R/. ¡No olvidéis las acciones del Señor!
Ellos tentaron al Dios Altísimo y se rebelaron,
negándose a guardar sus preceptos;
desertaron y traicionaron como sus padres,
fallaron como un arco engañoso. R/.
Con sus altozanos lo irritaban,
con sus ídolos provocaban sus celos.
Dios lo oyó y se indignó,
y rechazó totalmente a Israel. R/.
Abandonó sus valientes al cautiverio,
su orgullo a las manos enemigas;
entregó su pueblo a la espada,
encolerizado contra su heredad. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21 – 19, 1
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.
Reflexión del Evangelio
De https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/13-8-2020/
La liturgia de la Palabra en este domingo nos invita a leer la realidad que nos toca vivir con los ojos de la fe y la dinámica propia del Reino de Dios.
Nuestra fe no nos hace la vida más fácil
¿Quién no sueña con una vida serena, equilibrada, tranquila y llena de satisfacciones cotidianas? ¿Quién no desea en lo más profundo del ser que las dificultades y sufrimientos, las injusticias y humillaciones desaparezcan de la realidad humana? Un sueño, un ideal que nunca se hará totalmente realidad desde la propia condición humana ni desde la experiencia que podemos hacer del Reino de Dios en el tiempo histórico.
En nuestro corazón anida una gran dificultad: acoger que nuestra fe en Dios no nos hace la vida más fácil. Nos rebelamos ante esa realidad. Hoy, la primera lectura nos presenta al profeta Ezequiel, quien comparte su fe y experiencia de Dios en una situación concreta e histórica: el exilio. El período del exilio es para el pueblo de Israel el momento más duro, incluso se puede considerar peor que la esclavitud de Egipto: ¿dónde están las promesas de Dios? ¿Ya no somos el pueblo elegido? Ezequiel, con su acción simbólica, quiere transmitir el mensaje de Dios: la situación va a empeorar, Jerusalén será destruida y aumentará el número de exiliados. Se reafirma constantemente que el pueblo es rebelde. Una rebeldía que se sustenta en la negación y rechazo de que Dios camina con su pueblo en las circunstancias de dolor y deportación; una actitud rebelde que les impide acoger y aceptar las circunstancias de vivir “su hoy” caminando humildemente con su Dios, sin grandezas ni glorias.
Perdonar de corazón
Hoy, el Evangelio de Mateo nos provoca y sitúa en una encrucijada. Por la condición humana sabemos y experimentamos que el perdón no es fácil. Jesús, el Maestro, nos presenta la dinámica del Reino de Dios sustentada en la mayor expresión del amor. Quien no ama, difícilmente conseguirá perdonar. La parábola nos presenta una realidad que va más allá de la historia en sí. ¡Cómo nos gusta y deseamos ser perdonados y perdonadas! ¡Qué difícil es perdonar! La dinámica del Reino de Dios nos permite, por un lado, experimentar en lo más profundo del propio ser, el amor que dignifica, el perdón que reconstruye y, por otro, exige la coherencia propia de quien ha recibido y experimentado dignidad y confianza renovada, es decir, se nos exige gratuidad y perdonar de corazón a quien nos ofende.
El Maestro habló, explicó, invitó a ser testigos de ese amor que perdona una y otra vez. El Maestro, el Hijo de Dios, lo vivió radicalmente y lo expresó en la cruz: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen”. Esta es nuestra medida: el amor que dignifica y el perdón que reconstruye. Expresión radical, donde nos lo jugamos todo, y contribución real en la consolidación del Reino de Dios. Lo demás son pequeños matices.