Santiago Apóstol

Ermita Campolivar. 

  • 19:00 Misa

Templo Carmelitas. 

  • 19:00 Exposición del Santísimo
  • 20:00 Misa

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2

En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor

. Y se los miraba a todos con mucho agrado.
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
Les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.

Salmo

Sal 66, 2-3. 5. 7-8 R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 7-15

Hermanos:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros:
Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.
Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

Reflexión del Evangelio

De https://www.dominicos.org/predicacion

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres

En el relato de los Hechos de los Apóstoles vemos como, tras Pentecostés, los seguidores de Jesús habían perdido el miedo y anunciaban a todos la Resurrección del Hijo de Dios, haciendo signos y prodigios, y reuniéndose en el pórtico de Salomón. Esto fue la causa de que los escribas, les hicieran comparecer ante el Sanedrín, y éste les prohibió predicar en nombre de Jesús, pero los apóstoles replicaron que ellos debían obedecer a Dios antes que a los hombres y, aún es más, acusaron a los judíos responsabilizándoles de la muerte del Nazareno, pero a pesar de ello, Dios lo exaltó y lo resucitó de entre los muertos, convirtiéndolo en el salvador de todo el mundo.

Los apóstoles, a pesar de las amenazas y persecuciones, se mantuvieron firmes en su afán de anunciar la resurrección de Jesús, importándoles poco los castigos y sufrimientos que les supuso su firmeza en la fe.

También nosotros creemos y por eso hablamos

También San Pablo en la segunda carta a los corintios nos dice cómo la fuerza que supuso la muerte y resurrección de Jesús les otorga un ímpetu tal que aunque se encuentren atribulados, no se consideran aplastados; apurados, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados, llevando la muerte de Jesús en el cuerpo, pero manifestando, también, la vida del Resucitado, siendo tan fuerte su fe, gracias al Espíritu, que están convencidos que quien resucitó a Jesús, también los resucitará a ellos.

Los apóstoles se dispersaron y anunciaron la Buena Noticia de Jesús en, prácticamente, todo el mundo conocido hasta entonces. Santiago viajó hasta Hispania, según la tradición, donde fue el germen de la fe en El Salvador en nuestra tierra. También fue uno de los primeros apóstoles que, siguiendo el ejemplo del Maestro, entregó su vida, siendo pasado a cuchillo por orden de Herodes.

Por todo ello el salmista nos dice: “Oh Dios que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”, como profetizando nuestra misión en el mundo “Anunciar a todos los pueblos la salvación”.

El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo

A los Discípulos les costó mucho entender cuál era el verdadero sentido del Reino que anunciaba Jesús, fue necesario que viniera el Espíritu para que vieran el verdadero significado de la doctrina que predicaba su Maestro; por eso se entiende un poco la pretensión de los Zebedeos en querer asegurarse un puesto junto a Cristo en el Reino, y eso que se trataba de dos de los discípulos a quien Jesús tenía una especial predilección, pues ellos, junto a Pedro, lo acompañaban en todos los momentos realmente importantes de su vida.

Desde el punto de vista humano, guiados, quizás, por un sentimiento de egoísmo, su afán por alcanzar un puesto de privilegio, podría ser comprensible, pero la respuesta que les da Cristo no tiene paliativos, les indaga que si son capaces de beber el cáliz que Él ha de beber, y ante la respuesta afirmativa, les catequiza advirtiéndoles del riesgo de intentar ser los primeros, y es preferible convertirse en el servidor de todos, antes de buscar ser servido.

Cuán frecuente es la obsesión por intentar destacar, cuando lo realmente importante es lo contrario, convertirse en el servidor de los demás y, si se puede, pasar lo más desapercibido posible.

Cuántos ejemplos tenemos a lo largo de la historia, de gentes que han llevado su espíritu de humildad, no importándoles rebajarse a los trabajos más serviles, pero con una grandeza de corazón tal, que irradiaban bondad por todos sus poros.

La historia de nuestro patrón Santiago nos revela cómo fue un ejemplo de entrega al anuncio de la Palabra, no importándole ser uno de los primeros que entregaron su vida por Jesús.

D. José Vicente Vila Castellar, OP

Santiago, apóstol

Santiago de Zebedeo, conocido como Santiago el Mayor, fue uno de los apóstoles que siguió al Señor y el primero en dar su vida por el Reino. La tradición considera que fue el primer evangelizador de España y que su cuerpo llegó a Galicia siendo enterrado en Compostela.

Es uno de los 12 apóstoles y, dentro de ellos, uno de los tres a los que Jesús distinguía con su predilección. Dos localidades se señalan como su lugar de nacimiento Betsaida (población de la vera del Lago de Genesaret) y Yafía (pueblecito en la montaña de Galilea a unos 6 km de Nazaret).

Su nombre era Jacob, que significa “quiera la Divinidad defender’. Es el nombre que llevó el patriarca, padre de los cabezas de las doce tribus de Israel. En español se cambiará en Santiago como resultado de la transformación lingüística. En efecto, cuando el Rey Alfonso II el Casto, el año 829, dona al apóstol la propiedad del primer coto circunvalando su tumba, este coto recibe el nombre latino de Locus Sancti Jacobi. El uso tendió a hacerlo más corto, y así, suprimido el genérico Locus (Lugar) quedó solo Sancti Jacobi, del que terminó derivando Santiago.

De la comparación de los relatos de la pasión según San Mateo, San Marcos y San Juan podernos afirmar que Santiago y su hermano Juan, ambos hijos de Zebedeo y Salomé, eran parientes consanguíneos de Jesús. En efecto, la identificación entre Salomé, en Marcos (15, 40), la madre de los hijos de Zebedeo en Mateo (27, 56) y la hermana de su madre en Juan (19, 25) es la conclusión lógica que se saca de la comparación.

Aunque nos queda la duda de si Juan al llamarla hermana, querrá referirse a integrante de una familia amplia, según el sistema tradicional de parentesco judío; esta duda parece diluirse al considerar que es una mujer que ha dejado su clan original para trasladarse al del marido, por ello lo probable es que se trate de fraternidad de sangre tal como la entendemos nosotros. Es decir, que María, la madre de Jesús, y Salomé eran hijas de los mismos padres. Por otra parte este dato hace verosímil la intercesión de ella para solicitar los primeros puestos en el reino, tal como veremos más adelante. […]

Siguió a Jesús

Las narraciones de Marcos, Mateo y Lucas son bastante semejantes en este punto. La de Juan es totalmente distinta. Quizá en ella se vea su reticencia a hablar de sí mismo, al mismo tiempo que un intento de llenar vacíos dejados por los otros tres, De las tres paralelas podemos escoger la de Marcos, porque es la que nos da más datos sobre Santiago:

«Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva”. Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores, Jesús les dijo: “Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres”. Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zehedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la harca con los jornaleros, se fueron tras él» (Mc 1, 14-20).

Llama la atención aquí la rapidez de la respuesta de los cuatro pescadores a la llamada de Jesús. Quizá Juan nos da la explicación de la actitud de Pedro y Andrés, cuando nos cuenta cómo Juan el Bautista les presenta a Jesús y el subsiguiente encuentro de Andrés y del otro discípulo con él. Muchos han querido identificar a ese otro discípulo con el autor del cuarto Evangelio, pero esto no parece seguro (Jn 1, 35 ss.).

Sea lo que fuere, esta rapidez en seguir a Jesús denota que ya lo conocían, admiraban y tenían ganas de seguirle. En el caso de Santiago y Juan, con toda probabilidad, su parentesco con Jesús es la razón que explica el mutuo conocimiento y la prontitud en seguirle.

La narración de Mateo nos da otra pista respecto a la personalidad de Santiago y su entorno familiar que no debernos desdeñar. «… Dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros…». El evangelista –tan próximo a Pedro que es llamado por éste »Marcos, mi hijo» (1P 5, 13)– nos indica que Zehedeo y sus hijos tenían jornaleros, lo que no afirma en ningún momento respecto a Pedro y Andrés. Pertenecía, pues, Santiago a una familia pudiente y con algunos bienes de fortuna. Podríamos aventurar que practicaban la pesca como un negocio, más que como un medio de manutención. Probablemente eran una de las empresas de salazón de pescado que había en las ciudades del lago, producto muy apreciado en Jerusalén, Séforis y otras ciudades.

Por otra parte, no está de más recordar cuál fue el proyecto de Jesús que les cautivó. Los tres evangelistas narran este episodio asociado al tema de la predicación de la cercanía del reino de Dios. No hay duda que este anuncio va a estar presente en todo el resto de la vida de Santiago hasta convertirse en el motivo de su martirio. […]

Resucitó el Señor

No cabe duda que al amanecer del primer día de la semana ninguno de los apóstoles, Santiago incluido, esperaban las noticias que les iban a llegar. Les comunicarán que el sepulcro estaba vacío, que el lienzo en el que envolvieron su cuerpo estaba allí, pero el cuerpo de Jesús había desaparecido. ¿Quién habría pretendido robarlo? ¿Para qué? Para acusarles y terminar también con ellos? Las mujeres dicen que lo han visto vivo a Jesús, pero ¿quién va a creer a las mujeres? La ley judía no admitía jamás su testimonio. Pero las apariciones del Resucitado les devolvió a la realidad y la luz de la Resurrección les ayudó a comprender lo que hasta ahora no eran capaces de entender.

La convivencia intermitente con Jesús los días que siguieron a su resurrección sirvieron para que Santiago y sus compañeros revisasen bajo una nueva óptica su memoria durante el tiempo en que acompañaron a Jesús. Las palabras con las que termina Lucas la despedida de Jesús antes de apartarse definitivamente de los suyos, seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Jadea y Samaria, y basta los confines de la tierra,’ pudieron quedar grabadas más sensiblemente en la memoria de Santiago. Después de Pentecostés, comenzaron a recorrer los caminos del mundo anunciando la Buena Nueva del Evangelio.

Evangelizador de España

Una antiquísima tradición afirma que Santiago fue el primer evangelizador de España. No sabemos cuándo ni cómo se realizó su viaje a través del Mediterráneo y quizás de la costa de lo que hoy es Portugal. Pudiera ser la ocasión propicia la situación que sigue a la muerte de Esteban, después de la cual muchos discípulos hubieron de escapar de Jerusalén, sobre todo los pertenecientes a la sinagoga de los helenos, huyendo de la persecución que contra ellos se levantó (Cf. Hch 8, 1). El que los Hechos digan que -todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria», no impediría esta hipótesis. No es plausible que se marchasen todos y que quedasen allí sólo los apóstoles. Lo que sí es cierto es que entre el año 36 y 39 en Jerusalén no estaba Santiago ni la mayoría de los apóstoles; se encarga San Pablo de testimoniarlo poniendo a Dios por testigo de su afirmación (Ga 1, 19-20). Por otra parte, el viaje era en aquel momento posible, y hasta podríamos decir que relativamente fácil. La navegación a través del Mediterráneo y la costa portuguesa se realizaba continuamente en los meses de verano desde casi mil años antes de Cristo. La Biblia hace referencia en multitud de pasajes al periplo de las naves de Tarsis. Por otra parte, como veremos después, entre la muerte de Jesús y la de Santiago transcurrieron 14 ó 15 años, tiempo más que suficiente para desplazarse a España, ejercer aquí su ministerio y retornar a Jerusalén.

Las leyendas locales podrían llevarnos a pensar que su apostolado se realizó a lo largo de la vía Romana XVII que unía Cesaraugusta (Zaragoza) con Astúrica y Braga y también la zona de Cartagena, donde hay recuerdos de su embarque o desembarque. El traslado de sus restos a Galicia, en lo que hoy es Compostela parece indicar que aquí logró crear una comunidad de seguidores. Sólo esto explica que sus discípulos buscasen este lugar para depositar su cuerpo, cuando muere proscrito en su tierra.

Protomártir de los Apóstoles

La muerte de Santiago, «el primero entre los apóstoles en beber el cáliz del Señor», aparece reseñada en el libro de los Hechos de los Apóstoles:

Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro. Eran los días de los Ázimos. Le apresó, pues, le encarceló y le confió a cuatro escuadras de cuatro soldados para que le custodiasen, con la intención de presentarle delante del pueblo después de la Pascua… (Hch 12, 1-4)

Además de la noticia de la muerte, este escueto texto nos permite situarla en el tiempo. Fue, pues, un poco antes del día de los Ázimos. Si atendemos a algunos calendarios litúrgicos antiguos del Oriente, que colocan su fiesta en 25 de marzo, tendríamos que dar como posible esta fecha para su martirio. El año también puede deducirse con bastante probabilidad, porque Herodes Agripa reina entre mediados del año 42 y mediados del año 44. El libro de los Hechos, inmediatamente después de la huida de Pedro de la cárcel, nos refiere la muerte de Herodes ante una delegación de Tiro y Sidón. Lo mismo nos cuenta Flavio Josefo, pero afirmando que esto fue en Cesarea. La inmediatez y la forma de narrar ambos acontecimientos en la redacción de los Hechos sugiere la proximidad entre ambos. Parece, pues, muy probable que la muerte de Santiago tuviera lugar el 25 de marzo del año 44, 14 ó 15 años después de la muerte de Jesús.
También nos queda claro el género de muerte de Santiago y sus consecuencias. Morir por la espada, se entiende ser decapitado. No así el motivo de la muerte, aunque la afirmación: … viendo que les gustaba a los judíos…, puede indicarnos una acusación de traición a las leyes mosaicas, único motivo válido para Santiago y Pedro. Pero una muerte por este motivo llevaba aparejada en la legislación judía la proscripción; es decir, ser arrojado al desierto para que las aves rapaces y las bestias del campo devorasen su cadáver. Esto no era aplicable a Jesús que murió bajo el Procurador Poncio Pilato que, siguiendo las costumbres romanas, no tuvo inconveniente en entregar su cadáver para ser sepultado con honor y dignidad, En el caso de Santiago el supuesto legal era otro.

Sobre las circunstancias de la muerte de Santiago poco sabemos. El conocido relato, integrado en la Leyenda áurea, es un desarrollo tardío de una noticia que se remonta, lo más tarde, al siglo II. De ella poco más podemos deducir que Santiago no padeció el martirio solo, sino que fue acompañado por uno de sus acusadores que, impresionado por la declaración de apóstol ante el rey, creyó en Jesús y confesó su fe.

Traslado de sus restos

Para concretar las circunstancias del traslado de sus restos y su sepultura no tenemos otro remedio que recurrir a leyendas y, como punto de contraste, los restos arqueológicos que han llegado hasta nosotros. Las leyendas aparecen recogidas en documentos de los siglos X al XII, por ello están infladas con infinidad de símbolos e imágenes que les dan una apariencia de transmisoras de noticias poco verosímiles, pero en su auxilio han venido hallazgos arqueológicos muy recientes. Un estudio crítico sobre las mismas irá dando espacio a un relato básico y escueto, por lo demás verosímil, La secuencia cle los hechos pudo ser más o menos la siguiente:

El cadáver de Santiago, según la costumbre judía respecto a los proscritos, fue llevado al desierto de Judá —que por cierto llega a las mismas puertas de Jerusalén— y allí abandonado Para que fuese pasto de las fieras. Sus discípulos recogieron el cuerpo y, amparados en la noche, lo trasladaron al puerto de Joppe o Jafa. Allí necesariamente hubieron de embalsamarlo conforme al método más adecuado para lograr la deshidratación. Método practicado por curtidores que consistía en absorber el agua del cuerpo sumergiéndolo en substancias avidas de ella. Quedaba así momificado, libre de putrefacción y, lo más importante en este caso, reducido a la tercera parte de su peso. Así sería fácil envolverlo en un fardo y embarcarse con él en una nave de las muchas que surcaban el Mediterráneo precisamente a finales de abril o primeros de mayo. La travesía no debió tener mayor complicación a juzgar por la expresión «mano Domini gobernante» que utilizan los relatos y que muchos quieren leer en clave de milagro.

Tras la travesía, que debió durar alrededor de un par de meses, llegaron al puerto de Iria’, ciudad situada entre los ríos Ulla y Sar. Una vez aquí empezaron nuevos problemas. Llaman la atención dos cosas insólitas: la primera por qué los discípulos de Santiago eligen embarcarse con su cuerpo a un lugar tan remoto y apartado de las tierras judías. Cierto que tenían que salir de allí; Santiago era un proscrito. Pero ¿por qué ir tan lejos? La segunda es el hecho de que, una vez en Iria, recurriesen a la matrona más importante, la «reina» del lugar, que, tras una inicial resistencia, terminó dándole sepultura en su propio mausoleo, dato que dejan bastante claro los hallazgos arqueológicos bajo la catedral compostelana. Esos dos hechos no tienen otra explicación plausible que la existencia de una comunidad de seguidores de Santiago en lo que hoy es Compostela, o alrededores, con la que estaba muy relacionada la mítica reina Lupa. Los relatos nos cuentan una serie de aventuras pasadas por los discípulos en los que, mezclados con imágenes y símbolos, aparecen datos imposibles de inventar en la Edad Media. Lupa se niega a facilitarles las cosas, y les envía a pedir permiso al rey de Duio. Evidente que el término rey es un invento medieval, pero lo que no puede ser lo mismo es el situarlo en Duio. Éste, a juzgar por los restos aparecidos, era un puerto con un cargadero de mineral situado en los arenales de Langosteira, junto al cabo Finisterre. En toda la documentación medieval de que disponemos, que no es poca, no hay una sola mención a este lugar, lo que evidencia que era remoto y poco atendible. A ningún falsario o tabulador medieval se le podía ocurrir situar allí a un rey. Este dato, heredado a través de la tradición, nos muestra la enorme antigüedad de que goza, remontándose al siglo III o antes. Más que rey tendríamos que identificarlo con un prefecto o legado romano encargado de la explotación minera. Era normal que Lupa exigiese un permiso, en conformidad con la ley romana, para sepultar a un cadáver muerto lejos y decapitado. Era lógica la reacción del prefecto que mandó encarcelarlos hasta que se aclararan las cosas. Pero los discípulos logran huir, perseguidos por los soldados que casi les dan alcance en las inmediaciones de Negreira. Tras cruzar un puente los discípulos, éste no pudo soportar el peso de los caballos de los perseguidores y se vino abajo, sepultando a soldados y caballos en las ocasionalmente embravecidas aguas del Tambre o Támara. Las pilastras de este puente, sin duda de madera en su estructura superior, se conservaron hasta hace poco tiempo en que fueron anegadas por un embalse. Los lugareños lo conocían como Puente Pías, vinculado a este episodio.

Lo ocurrido debió impactar a Lupa, que aun exigió más pruebas a los discípulos: debían uncir una pareja de toros bravos a un carro para así trasladar el cadáver desde Iria. Los discípulos consiguen convertir un par de toros ibéricos en una yunta de bueyes que mansamente arrastran el carro. Esto venció la resistencia cíe Lupa que se bautiza y acepta el cadáver en su mausoleo.

Éste sería el relato legendario reducido a lo esencial. Los nombres de sus protagonistas también llegaron a nosotros. Se trata de San Atanasio y San Teodoro, cuyos restos comparten con Santiago la urna de plata, alojada hoy dentro de lo que resta del mausoleo de la reina Lupa. En algunas de las versiones aparece alguno más, pero siempre coincidiendo con alguno de los Varones Apostólicos.

Mons. Julián Barrio Barrio

Arzobispo de Santiago de Compostela.