Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa
- 19:30 Adoración Eucarística
Primera Lectura
Así dice el Señor:
¡Ay Asur, vara de mi ira,
bastón de mi furor!
Contra una nación impía lo envié,
lo mandé contra el pueblo de mi cólera,
para entrarlo a saco y despojarlo,
para hollarlo como barro de las calles.
Pero él no pensaba así,
no eran éstos los planes de su corazón;
su propósito era aniquilar,
exterminar naciones numerosas.
El decía:
-Con la fuerza de mi mano lo he hecho,
con mi saber, porque soy inteligente.
Cambié las fronteras de las naciones,
saqueé sus tesoros
y derribé como un héroe a sus jefes.
Mi mano cogió, como un nido,
las riquezas de los pueblos;
como quien recoge huevos abandonados,
cogí toda su tierra;
y no hubo quien batiese las alas,
quien abriese el pico para piar.
-¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
¿Se gloría la sierra contra quien la maneja?
Como si el bastón manejase a quien lo levanta,
como si la vara alzase a quien no es leño.
Por eso, el Señor de los Ejércitos
meterá enfermedad en su gordura;
y debajo del hígado le encenderá una fiebre,
como incendio de fuego.
Salmo
oprimen a tu heredad;
asesinan a viudas y forasteros,
degüellan a los huérfanos.Y comentan: Dios no lo ve,
el Dios de Jacob no se entera.
Enteraos, los más necios del pueblo,
ignorantes, ¿cuándo discurriréis?El que plantó el oído, ¿no va a oír?
El que formó el ojo, ¿no va a ver?
El que educa a los pueblos, ¿no va a castigar?
El que instruye al hombre, ¿no va a saber?Porque el Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona su heredad:
el justo obtendrá su derecho,
y un porvenir, los rectos de corazón.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
-Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Reflexión del Evangelio
Debilitará a los hombres vigorosos
Isaías escribe contra Judá (Asiria), un pueblo que fue escogido por Dios para que fuera instrumento suyo y castigara a Samaría por su impiedad. Pero algo cambió en el corazón de ese pueblo. Se llenó de soberbia, se extralimitó en su misión, y comenzó a someter bajo su dominio opresor a otras naciones.
Este es el peligro de muchos pueblos y muchas personas cuando se ven agraciados en la vida: se envanecen y oprimen. La soberbia es esa altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, en el interior nace el desprecio por los otros porque no son como uno. Por lo general, a la soberbia le acompaña la cólera o la ira, y el menoscabo de la fama de los otros.
La persona soberbia se siente con vigor y fuerza, se ve por encima de los otros, hay una necesidad enfermiza de compararse con los demás, y su egocentrismo le conduce a que todo el mundo vea lo que hace, lo que construye, su fuerza, su vigor; todo a semejanza de un pavo real. Mucho escaparate y poca seguridad personal.
La persona soberbia se empodera con las riquezas de los otros, nada es original en ella. No hay idea, sugerencia o personalidad personal, lo que hace es una apropiación indebida de las cualidades, riquezas y valores de otras personas como si fueran únicas y propias.
Isaías anuncia que el Señor debilitará a los hombres vigorosos y bajo su esplendor encenderá un fuego abrasador: será como un enfermo que se extingue, consumirá el esplendor de su bosque y de su huerto de la médula a la corteza.
Es necesario vivir momentos de empequeñecimiento para que la humildad acampe en nuestro interior. Cuando vivo la humildad conozco en profundidad cuáles son mis limitaciones, y comprendo dónde están los límites de mi misión para con los demás. La humildad me ayuda a valorar cuáles son las cualidades de mi prójimo, y las promueve por encima de todo.
Vivir la humildad es permitir que Dios juegue un papel importante y central en mi vida interior. Sólo desde esa vivencia Dios tiene algo que decirnos.
La revelación es para los sencillos
Mateo pone en boca de Jesús una oración de agradecimiento porque Dios ha revelado su ser, su presencia, su salvación a la gente sencilla. Es la preferencia de Dios.
El Hijo es el que conoce al Padre, y es el Hijo quien decidirá cómo revelar al Padre. Esta es la gran premisa de este Evangelio: la revelación es para la gente sencilla.Nada hay que perder, todo es ganancia junto a Dios.
La sencillez se dice de una persona sin artificios, natural, que de manera espontánea actúa con llaneza, con familiaridad e igualdad entre sus prójimos. La persona sencilla mantiene una actitud libre de artificios y aparatosidad. Se saborea la buena fe de la gente sencilla.
A veces pasa desapercibida esta actitud entre las personas con las que convivimos. Muchas veces se valora y prefiere la gente de fuera, los extraños son mejor acogidos y apreciados, para cumplir con los estereotipos culturales y sociales. Renunciamos a contemplar la sencillez y familiaridad de los nuestros, así como renunciamos también a la familiaridad e intimidad con Dios.
Tal renuncia nos conduce al desconocimiento profundo de lo que Dios quiere revelarnos. Si Dios ha escogido a la gente sencilla, dice el Evangelio, es porque así le ha parecido mejor. La gente sencilla no manipula la vida, actúa con buena fe. La verdad de Dios se puede pronunciar sin artificios con ellos. Hay una mejor acogida del conocimiento de Dios desde la sencillez. Y existe una mejor actitud de libertad para asumir lo que Dios quiere de nosotros.
Nuestra oración ha de ser por encima de todo confiada y sencilla, sin artificios y aparatosidades, procurando una acogida de Dios libre de complejidades. Recordemos la oración del fariseo y el publicano, el publicano era la persona sencilla que reconocía ante Dios sus pecados y pedía perdón. Y esa oración fue reconocida por Jesús.
San Buenaventura
De https://www.ewtn.com/spanish/Saints
Nació en Bañoreal, cerca de Vitervo (Italia) en 1221.
Un nombre profético
Se llamaba Juan, pero dicen que cuando era muy pequeño enfermó gravemente y su madre lo presentó a San Francisco, el cual acercó al niñito de cuatro meses a su corazón y le dijo:
«¡BUENA VENTURA!»que significa: «¡BUENA SUERTE. BUEN EXITO!». Y el niño quedó curado. Y por eso cambio su nombre de Juan por el de Buenaventura. Y en verdad que tuvo buena suerte y buen éxito en toda su vida.
Un doctor muy especial
En agradecimiento a San Francisco su benefactor, se hizo religioso franciscano. Estudióo en la universidad de París, bajo la dirección de famoso maestro Alejandro de Ales, y llegó a ser uno de los más grandes sabios de su tiempo. Se le llama «Doctor seráfico», porque «Serafín» significa «el que arde en amor por Dios» y este santo en sus sermones, escritos y actitudes demostró vivir lleno de un amor inmenso hacia Nuestro Señor. Los que lo conocieron y trataron dicen que todos sus estudios y trabajos los ofrecía para gloria de Dios y salvación de las almas. A sus clases concurrían en grandes cantidades gente de todas las clases sociales y sus oyentes afirmaban que mientras hablaba parecía estar viendo al invisible.
Su inocencia y santidad de vida eran tales que su maestro, Alejandro de Alex, exclamaba «Buenaventura parece que hubiera nacido sin pecado original».
Escrúpulos peligrosos. Él no veía en si mismo sino faltas y miserias y por eso empezó a padecer la enfermedad de los escrúpulos, que consiste en considerar pecado lo que no es pecado. Y creyéndose totalmente indigno empezó a dejar de comulgar. Afortunadamente la bondad de Dios le concedió un valor especial, y observó en visión que Jesucristo en la Santa Hostia se venía desde el copón en el cual el sacerdote estaba repartiendo la Sagrada Comunión, y llegaba hasta sus labios. Con esto reconoció que el dejar de comulgar por escrúpulos era una equivocación.
Escritor famoso. Buenaventura, además de dedicarse muchos años a dar clases en la Universidad de París donde se formaban estudiantes de filosofía y teología de muchos países, escribió numerosos sermones y varias obras de piedad que por siglos han hecho inmenso bien a infinidad de lectores. Una de ellas se llama «Itinerario del alma hacia Dios». Allí enseña que la perfección cristiana consiste en hacer bien las acciones ordinarias y todo por amor de Dios. El Papa Sixto IV decía que al leer las obras de San Buenaventura se siente uno invadido de un fervor especial, porque fueron escritas por alguien que rezaba mucho y amaba intensamente a Dios.
Una noticia muy alagadora. San Buenaventura fue nombrado Superior General de los Padres Franciscanos, y el Papa le concedió el título de Cardenal. Y aunque era famoso mundialmente por su sabiduría, sin embargo seguía siendo muy humilde y se iba a la cocina a lavar platos con los hermanos legos (dicen que la noticia de su nombramiento como Cardenal le llegó mientras estaba un día lavando platos en la cocina) y Fray Gil, uno de los hermanos legos más humildes, le preguntó un día: «Padre Buenaventura, ¿un pobre ignorante como yo, podrá algún día estar tan cerca de Dios, como su Reverencia que es tan inmensamente sabio?»
El gran sabio le respondió: «Oh mi querido Fray Gil: si una pobre viejecita ignorante tiene más amor de Dios que Fray Buenaventura, estará más cerca de Dios en la eternidad que Fray Buenaventura». Al oír semejante noticia, el humilde frailecito empezó a aplaudir y a gritar: «Ay Fray Gil borriquillo de Dios, aunque seas más ignorante que la más pobre viejecita, si amas a Dios más que Fray Buenaventura, estarás en el cielo más cerca de Dios que el gran Fray Buenaventura». Y de pura emoción se fue elevando por los aires, y quedó allí suspendido entre cielo y tierra en éxtasis. Es que había escuchado la más halagadora de las noticias: que el puesto en el cielo dependerá del grado de amor que hayamos tenido hacia el buen Dios.
La simpatía de San Buenaventura
Este gran doctor, que por 17 años fue Superior General de los Padres Franciscanos y recorrió el mundo visitando las casas de su comunidad y animando a todos a dedicarse a la santidad, y que fue el hombre de confianza del Sumo Pontífice para resolver muchos casos difíciles, y que dirigió en nombre del Papa el Concilio de Lyon y tuvo el honor de que la oración fúnebre el día de su entierro la hiciera el mismo Sumo Pontífice, tenía una cualidad especialísima: una exquisita bondad en su trato, una amabilidad que le ganaba los corazones, un modo conciliador que lo alejaba de los extremos, de la extrema rigidez que amarga la vida de los otros y de la relajación que deja a todos seguir por el camino del mal sin corregirlos. Sus virtudes preferidas eran la humildad y la paciencia, y la meditación frecuente en la pasión y muerte de Cristo lo llevaba a esforzarse por cumplir aquel consejo de Jesús: «Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón». Su crucifijo lo tenía totalmente desgastado de tanto besarle las manos, los pies, la cabeza y la herida del costado. Su amor a la Virgen María era intenso y por todas partes recomendaba el rezo del Angelus (o de las tres Aves Marías).
Un santo elogia a otro santo. A San Buenaventura le recomendaron que escribiera la biografía de su gran protector San Francisco de Asís (la cual resulto muy hermosa) y dicen que cuando estaba redactándola, llegó a visitarlo el sabio más famoso de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, el cual al asomarse a su celda y verlo sumido en la contemplación y como en éxtasis, exclamó: «dejemos que un santo escriba la vida de otro santo», y se fue. Así que estos dos sabios tan famosos no se trataron en vida pero se admiraron mutuamente.
Muerte solemne. En el año 1274 se celebro el concilio de Lyon (o reunión de todos los obispos católicos del mundo). Terminando el Concilio con gran éxito, todo dirigido por San Buenaventura, por orden del Sumo Pontífice, el santo sintió que le faltaban las fuerzas, y el 15 de julio de 1274 murió santamente asistido por el Papa en persona. Todos los obispos del Concilio asistieron a sus funerales y caso único en la historia, el Santo Padre ordenó que todos los sacerdotes del mundo celebran una misa por el alma del difunto.
Un elogio muy especial. El Papa Inocencio V predicó la homilía en el entierro de San Buenaventura y dijo de él: «Su amabilidad era tan grande que empezar a tratarlo era quedar ya amigos de él para siempre. Y su unción al predicar y escribir era tan admirable, que escucharlo o leer sus escritos, era ya empezar a sentir deseos de amar a Dios y conseguir la santidad». Bello elogio en verdad.