Templo de las Carmelitas
- 19:00 Misa
- 19:30 Adoración al Santísimo. Confesiones
Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas 11, 1-4. 8c-9
Esto dice el Señor:
«Cuando Israel era joven lo amé
y de Egipto llamé a mi hijo.
Cuanto más los llamaba,
más se alejaban de mí:
sacrificaban a los baales,
ofrecían incienso a los ídolos.
Pero era yo quien había criado a Efraín,
tomándolo en mis brazos;
y no reconocieron que yo los cuidaba.
Con lazos humanos los atraje,
con vínculos de amor.
Fui para ellos como quien alza
un niño hasta sus mejillas.
Me incliné hacia él
para darle de comer.
Mi corazón está perturbado,
se conmueven mis entrañas.
No actuaré en el ardor de mi cólera,
no volveré a destruir a Efraín,
porque yo soy Dios,
y no hombre;
santo en medio de vosotros,
y no me dejo llevar por la ira».
Salmo
Sal 79, 2ac y 3b. 15-16 R/. Que brille tu rostro, Señor, y nos salve
Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece,
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó
y al hijo del hombre que tú has fortalecido. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios.
Gratis habéis recibido, dad gratis.
No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludadla con la paz; si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.
Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies.
En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad».
Reflexión del Evangelio
Se conmueven mis entrañas
El punto cumbre de la revelación de la misericordia divina en el Antiguo Testamento lo encontramos en el profeta Oseas. Inicia su actividad profética en el reino del Norte en el siglo VIII a.C. en una época de prosperidad económica, durante el reinado de Jeroboán II. El mensaje de Oseas va a estar encaminado a condenar la perversión de las relaciones del ser humano en su doble dimensión: la idolatría, y la injusticia-corrupción,perversiones de la relación con Dios y con los hermanos, respectivamente.
El profeta relata lo que Israel ha vivido hasta ahora. El Señor se había comprometido con su pueblo, lo había sacado de Egipto, había establecido una alianza con él y lo había conducido por el desierto hasta la tierra prometida. Las imágenes con las que presenta la relación de Dios con su pueblo llenas de ternura en clave paterno-materno filial son muy gráficas: como un padre o una madre que enseña a caminar a sus hijos, lo atrae con lazos de amor, lo alza cariñosamente hasta sus mejillas y le da de comer inclinándose y poniéndose a su altura. Sin embargo, el pueblo no ha respondido como se esperaba a tanto derroche amoroso: Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí.
Frente a esto, y como respuesta lógica, Dios se plantea castigar al pueblo y dejar que caigan en manos de los pueblos vecinos para que lo destruyan (Os 11,5-6)). Pero ¿cómo podría abandonar a su pueblo? (Os 11, 8a). En el corazón de Dios brota inesperadamente un sentimiento impropio de todo un Dios, un sentimiento que rompe toda lógica. Su corazón da la vuelta y se estremecen sus entrañas. La misericordia, identidad de Dios, hace que su corazón dé un vuelco y reoriente su acción.
Ante esto, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Cómo es nuestra reacción ante las respuestas de debilidad de nuestros hermanos y hermanas? ¿Emanan de la lógica o provocan que nuestro corazón dé un vuelco en un derroche de ternura compasiva?
Una mirada compasiva y un corazón confiado
El evangelio de hoy proclama una parte del discurso misionero de Mateo (10,1-42). Jesús nos invita a id, y proclamad que ha llegado Reino de los cielos. Esa realidad del Reino de justicia y paz, tan ansiada por el pueblo de Israel ya está aquí, pero hemos de salir de nuestros círculos concéntricos que siempre nos devuelven a nuestro propio ego, e ir a comunicarlo y transmitirlo a nuestros hermanos y hermanas. Como buen Maestro, Jesús detalla cómo ha de “ejecutarse” esta proclamación. Y para eso nada mejor que realizar gestos de alivio y sanación, gestos que devuelvan la salud y la vida a tanta gente que vive la vulnerabilidad existencial: Curad enfermos, resucitad muertos, arrojad demonios.
Para llevar a cabo esta tarea necesitamos equipar nuestra mochila con dos actitudes: una mirada compasiva y un corazón confiado. Para salir a los caminos de nuestro mundo, que vive una realidad tan imprevisible y tan desconcertante, hemos de “activar” nuestra mirada y ponerla en modo “compasiva”, a fin de que nuestras entrañas puedan estremecerse ante el dolor y la fragilidad de nuestros hermanos y hermanas. Pero también necesitamos un corazón confiado en el Señor que nos envía. No necesitamos ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón. Él sabe bien lo que necesitamos para esa misión, qué energías hemos de poner en juego, que dinámicas hemos de desarrollar. En este tiempo en que el ser humano ha vivido y vive la vulnerabilidad, y en ocasiones hasta la precariedad, como seguidores de Jesús, no podemos quedarnos de brazos cruzados siendo meros espectadores. El Señor nos pide que nos impliquemos, y si es necesario, que nos compliquemos. Basta reconocer con gratitud que “lo que hemos recibido gratis, hemos de darlo gratis”.
¿Qué gestos de alivio y sanación, ante esta vulnerabilidad estoy realizando para proclamar que el Reino ya está aquí? ¿Llevo en mi equipaje existencial una mirada compasiva y un corazón confiado?
Gregorio Grassi y 25 compañeros, Santos Mártires en China
De catholic.net
Por: n/a | Fuente: Franciscanos.org
Martirologio Romano: En la ciudad de Tai-Juan-Fou, en la provincia de Shanxi, en China, pasión de los santos mártires Gregorio Grassi y Francisco Fogolla, obispos de la Orden de los Hermanos Menores, y de otros veinticuatro compañeros, que durante la persecución llevada a cabo por el movimiento de los Yihetuan fueron asesinados en odio al nombre cristiano (1900).
Cuyos nombres son: santos Elías Facchini, Teodorico Balat, presbíteros, y Andrés Bauer, religioso, de la Orden de los Hermanos Menores; María Ermellina de Jesús (Irma) Grivot, María Paz (María Ana) Giuliani, María Clara (Clelia) Nanetti, María de Santa Natalia (Juana María) Kerguin, María de San Justo (Ana Francisca) Moreau, María Adolfina (Ana Catalina) Dierk, María Amandina (Paulina) Jeuris, Religiosas del Instituto de las Franciscanas Misioneras de María; y también Juan Zhang Huan, Patricio Dong Bodi, Felipe Zhang Zhihe, Juan Zhang Jingguang, Juan Wang Rui, Tomás Shen Jihe, Simón Chen Ximan, Pedro Wu Anpeng, Francisco Zhang Rong, Matías Feng De, Santiago Yan Guodong, Pedro Zhang Banniu, Santiago Zhao Quanxin y Pedro Wang Erman.
Etimológicamente: Gregoro = Aquel que esta siempre preparado, es de origen griego.
El 1 de octubre del año 2000, el papa Juan Pablo II canonizó a 120 beatos martirizados en China. Treinta de ellos pertenecen a la Familia Franciscana: uno, San Juan de Triora, fue martirizado en 1816, y a él le dedicamos una página especial; los otros 29 fueron martirizados en julio de 1900, y beatificados por Pío XII el 24 de noviembre de 1946: San Gregorio Grassi y 25 compañeros inmolaron sus vidas por la fe en Taiyuanfu, en la región de Shansi, el 9 de julio; entre ellos se encontraban Santa María Herminia de Jesús y otras seis Franciscanas Misioneras de María, a las que dedicamos una página especial; días antes y en el Hunan Meridional habían sido martirizados San Antonino Fantosati y dos compañeros suyos. De estos 29 mártires, ocho eran frailes menores (tres obispos, cuatro sacerdotes y un hermano laico); siete, hermanas Franciscanas Misioneras de María; once, franciscanos seglares chinos, cinco de los cuales eran seminaristas; y tres, fieles laicos chinos.
La presencia franciscana en China se remonta a los primeros tiempos de la Orden, y testigos de ello son figuras tan representativas como Juan de Pian del Carpine († 1252) y Juan de Montecorvino (†1328), primer arzobispo de Pekín, o el Beato Odorico de Pordenone († 1331). Pero hay que añadir que, si bien el testimonio franciscano no ha faltado nunca en aquel inmenso Imperio, ha sufrido fuertes vaivenes por las persecuciones que de tiempo en tiempo se han ido repitiendo. Vengamos al siglo XIX: en 1816 fue martirizado San Juan de Triora, y al final del siglo, en 1900, sufrieron el martirio, de mano de los boxers, otros 29 santos de la familia franciscana.
Con el término inglés «boxers» se designa a los miembros de una sociedad secreta de carácter religioso y político a la vez, cuyos inicios se remontan a los primeros años del siglo XIX. Una de sus principales características era la xenofobia, odio, repugnancia y hostilidad hacia los extranjeros. Pasaron por largos períodos de vida más o menos precaria. Pero, en febrero de 1900, en medio de una situación social y política convulsionada, se les unieron miles de soldados y no tardó en estallar la revolución de los boxers, sucediéndose los asesinatos de chinos conversos y de religiosos extranjeros, el incendio y la devastación de iglesias y de misiones, la destrucción de vías férreas y de tendidos eléctricos, etc. La vida y organización cristiana, que era próspera en los vicariatos de Shansi y de Hunan, quedó prácticamente asolada. De la familia franciscana fueron más de trescientas las víctimas mortales. Entre ellas destacan los 29 santos, miembros de la Primera y de la Tercera Orden, que ahora recordamos: 26 fueron inmolados en el Vicariato Apostólico de Shansi Septentrional y 3 en el de Hunan Meridional.
En el Vicariato de Shansi fueron apresados y encarcelados el Vicario Apostólico, Mons. Gregorio Grassi, y su Coadjutor, Mons. Francisco Fogolla, junto a los sacerdotes Elías Facchini y Teodorico Balat, y al hermano profeso Andrés Bauer, todos ellos de la Orden de Hermanos Menores. Compañeras suyas de martirio fueron siete Franciscanas Misioneras de María. Y compartieron su suerte 14 laicos, todos de nacionalidad china, 11 de los cuales pertenecían a la Orden Franciscana Seglar: cinco eran seminaristas, otros colaboradores domésticos de los obispos y de los misioneros, catequistas, etc. Todos éstos dieron la vida por Cristo en Taiyuanfu, capital de la provincia, el 9 de julio de 1900, en la sangrienta persecución de los boxers.
También en el Vicariato de Hunan y aun antes se desencadenó con toda su virulencia la revuelta de los boxers. La revolución iniciada en Shantung, donde los boxers habían resultado victoriosos contra los europeos, estalló en Hunan el 4 de julio de 1900 con actos de vandalismo y destrucción de residencias, iglesia, orfanato, etc. De aquí se extendió rápidamente a todas las otras comunidades cristianas del Vicariato, que fueron saqueadas, incendiadas y destruidas; incluso las familias cristianas fueron depredadas. Algunos del clero nativo se disfrazaron, otros huyeron o se escondieron, y otros afrontaron la muerte. El primer franciscano en ser inmolado fue el P. Cesidio Giacomantonio, quemado vivo el 4 de julio de 1900. Tres días después corrieron parecida suerte sus hermanos de hábito Mons. Antonino Fantosati, Vicario apostólico de Hunan Meridional, y su fiel compañero el P. José María Gambaro.
He aquí una breve crónica del martirio.
A todos los mártires de Shansi, después de un tiempo de cárcel, los hicieron salir en fila, precedidos por los dos obispos y rodeados de soldados que los custodiaban estrechamente para que no pudieran escaparse. Mons. Grassi tuvo que decirles:
— No es necesario que nos atéis; iremos voluntarios a donde nos llevéis.
Como respuesta, uno de los soldados hirió al obispo, y también sus compañeros fueron heridos sin compasión; por su parte, las hermanas fueron tratadas con saña y desprecio. Todos, camino del tribunal del Virrey, fueron maltratados y escarnecidos por los soldados y los boxers, que, temiendo que los cristianos reaccionaran y trataran de liberarlos, los tenían más sujetos y vigilados.
Llegados al tribunal, el Virrey mandó que las víctimas se arrodillaran en una larga fila, y comenzó el juicio.
Dirigiéndose a Mons. Fogolla le dijo:
— ¿Desde cuándo estás en China y a cuántos del pueblo has perjudicado haciéndolos cristianos?
— Hace muchos años que estamos en China -respondió el obispo- y nunca hemos perjudicado a nadie; al contrario, hemos beneficiado a muchos.
— ¿Y -prosiguió el Virrey- qué medicina dais a la gente para hacerlos cristianos, que ni siquiera los niños están dispuestos a abandonar vuestra religión?
— Nosotros no les damos ninguna medicina para hacerlos cristianos, y ellos son plenamente libres; pero saben que no deben apostatar, porque están convencidos de que es un mal, y que es pecado no adorar al Dios del cielo.
El Virrey dio unos puñetazos al obispo, y luego gritó:
–¡Matadlos, matadlos!
De inmediato los soldados irrumpieron y brutalmente sacaron de la sala del tribunal a las víctimas, desenvainaron las espadas y empezó la salvaje carnicería. Los primeros en caer fueron los obispos y los misioneros; luego, los seminaristas y los laicos; cuando les llegó el turno a las religiosas, se quitaron el velo, se cubrieron la cara y dejaron al descubierto el cuello para facilitar su trabajo a los verdugos; entretanto, Sor María de la Paz entonó el Te Deum que las otras siguieron hasta su decapitación.
Los restos mortales de los mártires, después de ser objeto de ludibrio de los boxers, los soldados y la plebe, fueron arrojados a una fosa común en la que eran enterrados los malhechores y los vagabundos.
En cuanto a los mártires de Hunan, sus cuerpos fueron incinerados y las cenizas arrojadas al viento y al río.
Los perseguidores de Shansi y de Hunan creyeron que borraban la memoria de sus víctimas mezclando sus huesos con los de facinerosos, dándolos como pasto a los perros y a las aves rapaces o dispersando sus cenizas. Pero se dice que, cuando los restos fueron exhumados, la tierra se cubrió de un suave manto de nieve, que hizo exclamar al Virrey, impresionado por el espectáculo: «Estos extranjeros eran de veras gente buena y valiente, el mismo cielo se asocia a sus funerales». En los lugares del martirio y en las tumbas que custodian los restos de los mártires, el gobierno erigió monumentos expiatorios.
El papa Pío XII los beatificó a todos el 24 de noviembre de 1946, y Juan Pablo II los canonizó el 1 de octubre del 2000.
A continuación damos una breve noticia de cada uno de estos mártires. Recordamos que tanto San Juan de Triora como Santa María Herminia de Jesús y sus compañeras Franciscanas Misioneras de María tienen página propia en nuestro Santoral.
San Gregorio Grassi (1833-1900). Noble figura de franciscano, misionero y obispo. Nació en Castellazzo Bormida, provincia de Alessandria, en Piamonte (Italia), el 13 de diciembre de 1833, siendo el tercero de los nueve hijos de Juan Bautista y Paola Francisca Mocagatta. Fue bautizado el mismo día con el nombre de Pierluigi, y su madre lo consagró a la Virgen para que lo protegiera toda su vida.
El 2 de noviembre de 1848 vistió el hábito franciscano en el convento noviciado de Montiano (Forlí), y cambió su nombre por el de Gregorio. En agosto de 1856, terminados los estudios en el convento de la SS. Annunziata de Bolonia, fue ordenado sacerdote, y pidió ser enviado a misiones. Dos años después estaba en Roma, en el colegio misionero de San Bartolomé de la Isla, preparándose para las misiones de China, hacia donde partió a finales de 1860. Visitó devotamente la Tierra Santa y llegó a Schang-tong. Destinado a Shansi, trabajó varios años en el Distrito de Tee-yuen-sien, de donde pasó a Taiyuanfu, capital de la provincia. Durante 40 años ejerció su dinámico apostolado, primero como misionero, después, en 1876, como obispo coadjutor con derecho a sucesión, y en 1891 como Vicario Apostólico de Shansi Septentrional, donde dio notable desarrollo a la conquista misionera.
Hablaba perfectamente el chino. Fue rector del seminario indígena. En 1893 abrió en el territorio de Shansi el primer noviciado franciscano de China. Eran constantes sus visitas pastorales a las numerosas pequeñas comunidades cristianas, distantes a veces hasta 450 kilómetros, hechas con diligencia, por caminos en extremo difíciles. En 1878 su territorio padeció una terrible carestía, seguida de graves epidemias, con siete millones de víctimas, entre ellas 4.000 cristianos. También él sufrió el mal, infectado en la asistencia a los enfermos, pero se curó milagrosamente, y reinició sus recorridos apostólicos consolando, alentando, ayudando generosamente. En su largo apostolado, construyó 60 iglesias, entre ellas el santuario de Santa María de los Angeles, a 2.000 metros de altura. Fue asiduo en el confesionario y en la catequesis de niños y adultos, en la asistencia a los pobres y necesitados, y en la defensa y apoyo de los misioneros. Dedicaba largas horas a la oración y meditación. Pensaba volver a Italia para recobrar las energías, pero otro viaje lo esperaba. En vísperas del martirio, invitado a huir y esconderse, Mons. Grassi respondió: «Desde la edad de doce años he deseado y pedido al Señor ser mártir, ¿y ahora que ha llegado el momento deseado, tendría que huir?»
Recibió la palma del martirio, a los 67 años, capitaneando un glorioso batallón de mártires de la fe caídos bajo la espada de los boxers el 9 de julio de 1900 en Taiyuanfu.
San Elías Facchini (1839-1900). Sacerdote. Nació en Reno Centese, provincia de Ferrara, pero arzobispado de Bolonia, en 1839, de Francisco y Mariana Guaialdi. Los compañeros lo apodaban «el loco Facchini». Cuando se difundió la noticia de que quería hacerse fraile, una viejecita exclamó: «Si ese se hace fraile, me hago cortar la cabeza». Y es que tenía un carácter jovial y jocoso, pero al mismo tiempo cándido y generoso. Admitido entre los hijos de San Francisco, profesó el 1 de noviembre de 1859, y fue ordenado sacerdote en diciembre de 1864 en Ferrara.
En 1866 pidió y obtuvo el permiso para incorporarse a las misiones de China. A tal fin se estuvo preparando en el convento romano de San Bartolomé de la Isla Tiberina. En abril de 1868 llegó a Taiyuanfu con otros cinco frailes con quienes compartía sus anhelos, y compartiría las fatigas y también las alegrías de la evangelización. Su primer campo de apostolado fue Ta-cong-fu. Pero muy pronto lo llamaron a dirigir el seminario indígena de Taiyuanfu, en el que enseñó letras y teología. Trabajaba intensamente, dormía poco, escribió textos para los seminaristas y obras de formación espiritual. Participó en dos Sínodos Regionales del Vicariato, el de 1880 y el de 1885, y en el III Sínodo de Shensi.
En 1893 fue nombrado superior y maestro de novicios en el nuevo convento que había construido Mons. Grassi en Tun-el-koun. También aquí, como trabajador incansable, hacía miles de cosas con una facilidad asombrosa. Cuatro años después lo llamaron a tomar de nuevo la dirección del seminario mayor de Taiyuanfu. Vivía habitualmente en oración y en él se podía admirar al auténtico franciscano de vida austera, al rector de seminario sabio y prudente que formó para la vida cristiana y para el sacerdocio a numerosos jóvenes, al misionero incansable en la conversión de los infieles, al escritor ilustrado que preparó y escribió textos de estudio y de formación religiosa. Cuando a principios de 1900 comenzaba a entrever la proximidad del martirio, solía decir: «Si me matan, iré más pronto al Paraíso. Mi cuerpo está ya desgastado. Si he de morir por la Religión, daré gracias al Señor». Cuando sufrió el martirio el 9 de julio de 1900, tenía 61 años de edad, de los cuales había pasado 33 de vida misionera en China.
San Teodorico Balat (1854-1900). Sacerdote. Nació el 23 de octubre de 1858 en San Martín de Tour, diócesis de Albi (Francia), por lo que sus hermanos de misión lo llamaban «el buen albigense». Sus padres, Juan Francisco y Rosa Taillefer, se esforzaron por darle una educación profundamente cristiana. A los 11 años entró en el seminario menor de Lavour, y a los 20 en el de Albi. Era de carácter inquieto y a ratos de genio áspero. El 29 de junio de 1880 vistió el hábito franciscano en Pau en el noviciado de la Provincia Minorítica de San Luis. Pero, al decretarse el destierro de los religiosos, tuvo que continuar el noviciado en Inglaterra, y el 30 de junio de 1881 hizo la profesión en el convento de Woodlands, donde permaneció algunos años.
La vocación misionera entusiasmaba al joven P. Teodorico, que decidió partir para China. Antes visitó los lugares franciscanos, La Verna y Asís, y luego Tierra Santa. Aquí su salud, ya frágil, empeoró: fiebre y fortísimos y agotadores espasmos al estómago, pero se alivió rápidamente. Desembarcó en China en octubre de 1884, y en diciembre de 1885 llegó a Taiyuanfu. Pronto aprendió muy bien la lengua china. Siempre estuvo lleno de juvenil entusiasmo, activo, incansable. Mons. Grassi le confió oficios delicados: profesor en el seminario menor, maestro de novicios en el noviciado franciscano, ecónomo de la misión y capellán de las religiosas Franciscanas Misioneras de María y del orfanato. En el desempeño de esta última tarea lo sorprendió la revolución de los boxers. Alguien le aconsejó que huyera, pero él respondió: «Mi deber es permanecer aquí». Cuando llegó a la residencia misionera el tirano Ju-sien con sus secuaces, él estaba rezando tranquilamente el breviario; se levantó, bendijo a las hermanas y las acompañó valientemente al suplicio compartiendo con ellas la palma del martirio el 9 de julio de 1900.
San Andrés Bauer (1866-1900). Religioso profeso. Nació en Guebwiller, Alsacia (Francia), el 24 de noviembre de 1866, de Lucas y Lucía Moser, siendo el sexto de ocho hermanos. Hombre sencillo y sin malicia, el 12 de agosto de 1886, a los 20 años de edad, vistió el hábito de la Orden de Hermanos Menores, como religioso no clérigo, en Clevedon, Inglaterra, pues las leyes entonces vigentes no le permitían hacerlo en Francia. Pronto la legislación militar de su país lo reclamó y tuvo que regresar a Francia, donde vistió el uniforme militar por espacio de tres años. Luego, en vista de la necesidad que sufrían sus padres, decidió ayudarles por un tiempo. Al prolongarse éste, su piadosa madre le dijo: «Andrés, sigue tu vocación. No te preocupes por nosotros, la Providencia nos asistirá. No te demores para responder al Señor, que el mundo no quiere saber más de ti».
Volvió a vestir el hábito franciscano en Amiens el año 1895. Más tarde fue destinado a París. Andrés, desde que ingresó en la Orden, tenía la aspiración de ser misionero, y esa aspiración pudo hacerla realidad cuando en París conoció a Mons. Fogolla, que se preparaba para la consagración episcopal: se enroló en su expedición y el 4 de mayo de 1899 Andrés se encontraba ya en Taiyuanfu, China, ansioso por convertir a muchos infieles. Servicial con todos, no sabía estarse quieto sino en la oración. El Vicario Apostólico, Mons. Grassi, le confió la dirección del personal laico de su casa y el ambulatorio, aparte los servicios que tenía que prestar en su comunidad religiosa. Fue un enfermero entregado a los pacientes, un verdadero samaritano.
Su vida misionera duró sólo 14 meses. La revuelta de los boxers le sorprendió cuando atendía el ambulatorio de hombres. Poco antes había escrito a un hermano suyo: «Nos encontramos en el amanecer de un nuevo siglo, y no sé lo que nos espera. ¡Ojalá pudiese, como el buen ladrón, robar también yo el Paraíso!» Cuando meses más tarde, un soldado chino le pedía las manos para atarlo, Andrés se postró ante él y besó las cadenas, por considerar que el verdugo venía a abrirle las puertas del Paraíso. Sereno y cantando el salmo: «Alabad al Señor todas las naciones…», se encaminó hacia el lugar donde la hermana muerte saldría a su encuentro en la decapitación. Era el 8 de julio de 1900 y tenía 33 años de edad.
San Juan Tchang (1877-1900). Seminarista. De nacionalidad china, a los 11 años entró en el Seminario, primero en Ko-lao-kou y luego en Taiyuanfu, donde tuvo de superior al P. Facchini y donde inició los estudios teológicos. Estudiaba con mucha diligencia y era cumplidor de su deber. De carácter muy vivo, pero ejemplar entre sus compañeros. Había recibido ya las órdenes menores e, iniciada la teología, se había hecho terciario franciscano. De carácter inquieto, debió imponerse fuertes renuncias para vencerse. Muy devoto, a diario oía la misa, tomaba la comunión, rezaba el rosario y hacía el vía crucis. Pudiendo librarse del martirio si renegaba de la fe cristiana, rechazó resueltamente tal propuesta y, a los 23 años, fue el primero del grupo de cinco seminaristas en derramar la sangre por Cristo a manos de los boxers el 9 de julio de 1900.
San Patricio Tong (1882-1900). Seminarista. Nació en China en 1882, y a la edad de 12 años ingresó en el seminario menor; a su debido tiempo pasó al seminario mayor de Taiyuanfu y se hizo terciario franciscano. El P. Fogolla, que era su rector, premió la bondad del joven escogiéndolo como compañero de viaje a Italia, con ocasión de la Exposición Misionera Internacional de Turín de 1898; además, lo acompañó, junto con otros chinos, en las visitas que hizo a Francia, Bélgica e Inglaterra, dejando en todas partes óptimas impresiones de alma cándida y privilegiada. A su regreso de Italia manifestó su gran deseo de hacerse Hermano Menor. Cuando estaba a punto de entrar en el noviciado, se desencadenó la persecución religiosa de los boxers. De Patricio se recuerda esta anécdota: mientras estaba en la cárcel, obtuvo permiso para volver al seminario por un objeto que apreciaba mucho y para saludar a sus padres, familiares y amigos. Todos lo apremiaban, y sus padres lo hacían con llanto, para que no volviera a la cárcel sino que se pusiera a salvo. Él rehusó enérgicamente todas las propuestas y volvió pronto a la prisión. Fue inmolado el 9 de julio de 1900 cuando tenía 18 años.
San Felipe Tchang (1880-1900). Seminarista. Nació en 1880, hijo de fervorosos cristianos. A los dieciséis años entró en el seminario menor, donde se mostró dócil, manso y sobre todo devoto. Tardo de ingenio, encontró muchas dificultades en el estudio y sobre todo en el aprendizaje del latín, pero supo superar ese obstáculo con el esfuerzo propio de las almas generosas y nobles que saben hacer frente a todo para realizar su propio ideal. Tanto los superiores como los compañeros lo estimaban y admiraban porque era bueno y caritativo, firme y generoso para secundar nobles iniciativas. En su momento pasó del seminario menor al mayor de Taiyuanfu, donde con el estudio, la oración y la disciplina se preparaba para ser un digno sacerdote de Cristo, continuador entre su pueblo de la obra evangelizadora de los misioneros; se hizo terciario franciscano, y la espiritualidad franciscana le ayudó mucho en la elevación de su alma a Dios. Pero su final glorioso estaba ya muy cercano. La persecución de Ju-sien le dio la oportunidad de dar su vida por Cristo. Sereno y decidido subió a su Calvario, donde fue decapitado cuando apenas tenía 20 años, el 9 de julio de 1900.
San Juan Tchang (1882-1900). Seminarista. Era el primogénito de cinco hermanos, y sus padres, fervientes católicos, murieron cuando él era todavía un niño. En el seminario menor hizo rápidos progresos en los estudios, de modo que los superiores lo encargaron de enseñar las ceremonias, el latín y otras materias escolares a los compañeros más lentos para el aprendizaje. De carácter dinámico y fuerte, cuando era vencido por su forma de ser lo reconocía cándidamente ante su rector, el después obispo mártir Francisco Fogolla. En 1897 recibió las órdenes menores, y por los mismos días recibió el hábito de la Tercera Orden franciscana de manos del también mártir Elías Facchini que admiraba su índole noble y sus virtudes no comunes. Un compañero suyo, que no tuvo la gracia del martirio, lo describió así: «Juan era modelo para todos nosotros por su diligencia, empeño y constancia en el estudio. Era fervoroso en la oración, se acercaba devotamente a la comunión, participaba activamente en la santa Misa, y hacía largas meditaciones. Había logrado moderar su carácter vivaz con una amable dulzura. Todos aprendimos de él». Al desatarse la persecución, fue hecho prisionero. Tuvo la oportunidad de huir, pero no quiso. Le propusieron renegar de su fe, y él lo rechazó enérgicamente. Recibió la palma del martirio el 9 de julio de 1900 cuando tenía dieciocho años.
San Juan Wang (1885-1900). Seminarista. Su padre era presidente de la comunidad cristiana del lugar en que nació, y Juan recibió una buena formación religiosa, a la cual sirvió de apoyo su índole jovial, inquieta y resuelta. Profundamente atraído por las cosas espirituales, a los diez años entró en el seminario. En 1897 fue escogido con otros para ir a Italia y participar en la Exposición Misionera Internacional de Turín, de donde regresaron en 1899. Juan era el más joven del grupo, apreciado por su piedad y su carácter amable y jovial. En Turín pronto se convirtió en el ídolo de los visitantes. Ya había recibido la tonsura y hecho la profesión en la Tercera Orden Franciscana. La Madre María de la Pasión, fundadora de las Franciscanas Misioneras de María, escribe: «Juan Wang era un pequeño y simpático seminarista, sabía manejar magistralmente los instrumentos de la música china…». Durante el tiempo en que estuvieron encarcelados por los boxers, Juan jugaba e invitaba a los compañeros a jugar con él. A Fray Elías Facchini, su rector, le parecía una ligereza, por lo que le llamó la atención. Juan sonriendo le contestó: «Padre, ¿por qué tenemos que estar tristes? ¿Por fortuna, si nos matan, no vamos al Paraíso? Con mayor razón debemos estar alegres». Un sacerdote chino, que poco antes de la matanza del 9 de julio los había visitado en la cárcel, atestigua que los seminaristas estaban alegres, no temían nada, oraban y seguían en sus juegos. Juan tenía 15 años y cuatro meses cuando una espada le segó la vida.
Santo Tomás Sen-Ki-Kuo (1851-1900). Franciscano seglar. Nació en el seno de una familia cristiana pobre y temerosa de Dios, y desde niño comenzó a frecuentar los sacramentos. Mons. Fogolla lo admitió a la profesión en la Tercera Orden franciscana. A los 24 años entró al servicio del sacerdote chino Pablo Chang, pero poco después tuvo que retirarse a causa de una grave enfermedad. Recuperada la salud, entró al servicio de Mons. Grassi, a quien sirvió por espacio de diez años como verdadero modelo de fidelidad y obediencia. Obispo y fámulo se entendían a la perfección y, al desatarse la persecución, juntos sufrieron valerosamente el martirio por Cristo. Tomás tenía 49 años de edad.
San Simón Tcheng (1854-1900). Franciscano seglar. Fámulo de Mons. Fogolla. Nació de padres católicos viejos y muy fervorosos. Ingresó en el seminario, pero la mala salud le obligó a dejarlo. Entró después al servicio de su párroco, el P. Francisco Fogolla, a quien sirvió durante 30 años, siendo siempre un «siervo bueno y fiel». Fue ejemplo de piedad y humildad para la comunidad cristiana. Ingresó en la Tercera Orden Franciscana, y procuró vivir la espiritualidad evangélica y franciscana en el amor a Dios y a los hermanos, en la pobreza y en la intimidad con Dios. Se dedicó gustoso a la catequesis de niños y adultos. Permaneció voluntariamente célibe para dedicar su vida al servicio de los demás. Con su obispo y cuatro seminaristas viajó a Italia para participar en el Congreso Misional de Turín en 1899, siendo el ecónomo de la comitiva. Inmoló serenamente su vida por Cristo y su fe el 9 de julio de 1900.
San Pedro U-Ngan-Pan (1860-1900). Franciscano seglar. Fue seminarista y tomó el hábito de la Tercera Orden franciscana. Pero entendió luego que su vocación no era la sacerdotal y dejó el seminario, aunque decidió permanecer célibe para servir más libremente a la Iglesia. Por su carácter franco y valeroso y su notoria pasión por el estudio, Mons. Grassi le asignó un maestro con la intención de que llegara a ser doctor en letras, para facilitar las relaciones diplomáticas entre las autoridades civiles y la Iglesia. Pedro llegó a ser un aceptable versificador. Enviado por el obispo a llevar ayuda a los misioneros de Tshiang-kou, en el momento en que salía de la ciudad fue detenido y luego colgado en una viga, hasta la tarde; cuando llegó el mandarín encargado de cerrar las puertas de la ciudad, lo hizo liberar con la condición de que no volviera a servir a los europeos. Pedro, una vez liberado, volvió a la misión. Detenido y encarcelado con los obispos y los misioneros, sufrió gozoso el martirio con ellos el 9 de julio de 1900 a los 40 años de edad.
San Francisco Tchang (1840-1900). Franciscano seglar. Modesto agricultor, dedicado a los trabajos del campo y al cuidado de su numerosa familia. Era descendiente de viejos cristianos. Tenía cincuenta y dos años cuando pasó al servicio de la misión, como portero del orfanato regido por las Franciscanas Misioneras de María. Las Hermanas lo llamaban «el abuelo». Una buena palabra, una sonrisa, modales siempre delicados y gentiles daban encanto a su actividad. Se prestaba para todos los trabajos que se le encomendaban. Siempre alegre, parecía haber encontrado el secreto de la verdadera y perfecta alegría. Había ingresado en la Tercera Orden Franciscana y era devotísimo de la Santísima Virgen. Pasaba las horas libres orando y rezando el rosario. Siguió a las Hermanas a la cárcel, considerándose afortunado al poder ir con ellas al martirio. De Francisco Tchang, un amigo dijo: «Era un hombre extraordinario, admirable por su candor y sencillez, ejemplo de virtud y de piedad. Era querido por todos». Tenía 60 años cuando fue inmolado el 9 de julio de 1900.
San Matías Fun-Te (1855-1900). Franciscano seglar. Ferviente neófito que, después del bautismo, vistió el hábito de la Tercera Orden franciscana; admiraba de San Francisco el espíritu de pobreza y de humildad, y su intenso amor a Dios y a los hermanos en una vida totalmente evangélica. Matías vigilaba de noche la residencia episcopal, marcando al estilo chino las vigilias de la noche con el tam tam, instrumento metálico sonoro. El martirio lo sorprendió el 9 de julio de 1900 a los 45 años de edad.
San Santiago Ien-Kun-Tun (1855-1900). Franciscano seglar. Hombre de extraordinaria simplicidad, que pertenecía a la clase humilde de los agricultores pobres y asalariados; estaba encargado de cultivar las hortalizas para los misioneros, las hermanas, el seminario y el orfanato de la Santa Infancia. Desempeñaba su trabajo con prontitud y diligencia, y sobre todo con gran alegría; a menudo acompañaba sus labores con el canto. El último año de su vida fue ayudante de cocina. La comida del 9 de julio de 1900 fue la última que sirvió, pues por la tarde fue martirizado a la edad de 45 años.
San Pedro Tchang (1849-1900). Laico. Apodado «Pan-piú», «medio buey», por su gran fuerza física y por su disponibilidad para el trabajo duro. Era un hombre recto, bueno, modelo de piedad cristiana. No era doméstico ni trabajador a sueldo de la misión, sino que era llamado para trabajos extraordinarios. Con pasión casi religiosa prestaba toda su colaboración. Asiduo a las funciones religiosas; la misa, la comunión y la oración eran la fuerza de su vida; difundía el culto a la Santísima Virgen y cada día reunía a su familia y recitaba con devoción la corona franciscana. Al desencadenarse la persecución, viendo que algunos compañeros huían por miedo, quiso sustituirlos afrontando con los obispos el martirio el 9 de julio de 1900 cuando tenía 51 años. Pocos días después se apareció glorioso a su hijo, que todavía aterrorizado por la muerte de su padre, estaba haciendo el Vía crucis. Lo exhortó a no temer, sino a permanecer fiel y constante. Cinco días más tarde, también el hijo moría bajo la espada del tirano, confesando intrépido su fe.
San Pedro Wang (1870-1900). Laico. De niño fue acogido y educado amorosamente en el orfanato de Kalao-Kou, y toda su vida estuvo agradecido a la Misión por lo que había recibido de ella. Era un hombre bueno, que siempre se empeñó en cumplir los mandamientos de Dios. En un primer tiempo estuvo al servicio del sacerdote indígena Pedro Su, que llegado el momento también entregaría su vida por la fe. Dos años antes de la persecución, fue recibido en Taiyuanfu en calidad de cocinero del seminario. Ejerció este oficio con entrega y fidelidad. Se mantuvo al lado de los misioneros hasta dar la vida por Cristo el 9 de julio de 1900 cuando tenía 30 años.
San Santiago Tchao (-1900). Laico. Nació de padres cristianos, que le dieron una óptima educación en la fe. Se casó y tuvo dos hijos. Fue hombre de gran bondad y rectitud. Llevó una vida pobre y laboriosa, pero adornada de virtudes familiares. Era sirviente ocasional de la Misión Franciscana. Cuando los obispos, los misioneros y las hermanas fueron encarcelados, compadecido, durante el día les servía en cuanto necesitaran y por la tarde se iba a su casa. El día 8 de julio de 1900, por la tarde, al volver a casa, dijo a su mujer y a su anciana madre que al día siguiente no regresaría, pues había oído decir que los encarcelados de la Misión serían ejecutados, y él quería morir con ellos. La esposa y la madre, preocupadas por el porvenir suyo y de los hijos, lloraban amargamente: «¿Si te matan, quién se preocupará por tu familia, quién ayudará a tu mujer, a tus hijos y a tu afligida madre?» Jaime, señalando al cielo, les dijo: «Las encomiendo a Dios. La Providencia proveerá. ¿Acaso no hay un Dios que es Padre de todos, especialmente de los huérfanos y de los pobres? Desde el cielo estaré más cercano que cuanto lo he estado sobre la tierra. Les ayudaré y les daré ánimo». Pasó la noche en oración y por la mañana se dirigió a la cárcel, donde fue arrestado y colocado junto con los demás. Mientras era llevado al tribunal de Ju-sien, algunos soldados, viejos colegas, con intención de salvarlo dijeron que Jaime no era cristiano, pero él los desmintió, reafirmando sin miedo su fe, y fue ejecutado.