Viernes de la XII semana del Tiempo Ordinario

Templo Carmelitas 

  • 19:00 Misa
  • 19:30 – 20:30 Exposición del Santísimo. Confesiones durante la Exposición

Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes 25, 1-12

El año noveno del reinado de Sedecías, el mes décimo, el diez del mes, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército contra Jerusalén. Acampó contra ella y la cercaron con una empalizada. Y la ciudad estuvo sitiada hasta el año once del reinado de Sedecías.

El mes cuarto, el día noveno del mes, cuando arreció el hambre dentro de la ciudad y no había pan para la gente del pueblo, abrieron una brecha en la ciudad; todos los hombres de guerra huyeron durante la noche por el camino de la puerta, entre las dos muros que están sobre el parque del rey, mientras los caldeos estaban apostados alrededor de la ciudad; y se fueron por el camino de la Arabá.
Las tropas caldeas persiguieron al rey, dándole alcance en los llanos de Jericó. Entonces todo el ejercito se dispersó abandonándolo.
Capturaron al rey Sedecías y se lo subieron a Riblá, adonde estaba el rey de Babilonia, y que lo sometió a juicio.
Sus hijos fueron degollados a su vista, y a Sedecías le sacó los ojos. Luego lo encadenaron con doble cadena de bronce y lo condujeron a Babilonia.
En el quinto mes, el día séptimo del mes, el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Nabusardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia, vino a Jerusalén. E incendió el templo del Señor y el palacio real y la totalidad de las casas de Jerusalén.
Todas las tropas caldeas que estaban con el jefe de la guardia demolieron las murallas que rodeaban a Jerusalén.
En cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad, los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de la gente, los deportó Nabuzardán, jefe de la guardia.
El jefe de la guardia dejó algunos de los pobres del país para viñadores y labradores.

Salmo

Sal 136, 1-2. 3. 4-5. 6 R/. Que se me pegue la lengua al paladar sí no me acuerdo de ti.

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar
con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras. R/.

Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión». R/.

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha. R/.

Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 1-4

Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo:
«Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó, diciendo:
«Quiero, queda limpio».
Y en seguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo:
«No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Reflexión del Evangelio

De https://www.dominicos.org/predicacion

El destierro a Babilonia

Página triste para el pueblo judío, el pueblo de Dios, la que nos relata esta primera lectura: el destierro del pueblo a Babilonia. En el reinado de Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a Jerusalén Nabusardán, uno de sus funcionarios e “incendió el templo, el palacio real y las casas de Jerusalén y puso fuego a todos los palacios… y se llevó cautivos al resto del pueblo que había quedado en la ciudad”. Muchos años tuvieron que pasar, unos cincuenta años, para que el pueblo pudiera volver a su patria y restablecer, poco a poco, su identidad y sus costumbres.

Este es un capítulo más de la larga historia de Dios con la humanidad, centrado en el pueblo judío, en la antigua alianza. Pero nuestro Dios posteriormente extendió su amistad a toda la humanidad con la llegada de Jesús, su Hijo a nuestra tierra, que fundó el nuevo pueblo de Dios, que estableció la iglesia hoy extendida por todo el universo, en medio de diversas vicisitudes.

Si quieres…

El pasaje evangélico de hoy, nos muestra, una vez más, la entrañable misericordia de Jesús con todos los que se acercaban a él en busca de ayuda, en este caso un leproso: “Quiero, queda limpio”. Sabemos que la misericordia de Jesús, que brota de su amor hacia todos nosotros, presidió toda su vida… y la sigue presidiendo. Cuando nos acercamos a Jesús nunca hemos de hacerlo con miedo, como ante un posible juez severo que nos va a echar en cara nuestros defectos. Hemos de acercarnos ante el que, si se lo pedimos, quiere curar todas nuestras heridas, todas nuestras posibles lepras. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Y en su permanente línea de amor, nos seguirá mostrando el camino para que vivamos nuestros días y nuestras noches con ilusión, con sentido… y llenará nuestro corazón de esperanza al asegurarnos que después de nuestra muerte nos está esperando para invitarnos al banquete de su amor: “Venid, benditos de mi Padre a disfrutar del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Un día más, no dejemos de pedir a Jesús que permanezcamos siempre con él, en su amistad, que nos se nos ocurra darle la espalda y adentrarnos por otros caminos. Su camino sabemos bien donde desemboca.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)