Martes de la XI semana del Tiempo Ordinario

Templo Carmelitas (aforo 75%)

  • 19:00 Misa
  • 19:30 – 20:30 Exposición del Santísimo. Confesiones durante la Exposición

Primera lectura

Lectura del primer libro de los Reyes 21, 17-29

Después que hubo muerto Nabot, la palabra del Señor llegó a Elías tesbita para decirle:

«Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaría. Ahora se encuentra en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión de ella. Le hablarás diciendo: “Así habla el Señor: ‘¿Has asesinado y pretendes tomar posesión?’ Por esto, así habla el Señor: ‘En el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán los perros también tu propia sangre’”».
Entonces Ajab se dirigió a Elías diciendo:
«Así que has dado conmigo, enemigo mío».
Respondió Elías:
«He dado contigo. Así, por haberte vendido, haciendo el mal a los ojos del Señor, yo mismo voy a traer sobre ti el desastre. Barreré tu descendencia y exterminaré en Israel a todos los varones de la familia de Ajab, del primero al último. Dispondré de tu casa como de la de Jeroboán, hijo de Nebat, y de la de Baasá, hijo de Ajías, por la irritación que me has producido y por haber hecho pecar a Israel. También contra Jezabel ha hablado el Señor diciendo: «Los perros devorarán a Jezabel en el campo de Yezrael”, y los perros devorarán a los de Ajab que mueran en la ciudad y las aves del cielo a los que mueran en el campo».
No hubo otro como Ajab que, instigado por su mujer Jezabel, se vendiera para hacer el mal a los ojos del Señor. Actuó del modo más abominable, yendo tras los ídolos, procediendo en todo como los amorreos a quienes el Señor había expulsado frente a los hijos de Israel.
Ajab, al oír estas palabras, rasgó sus vestiduras, se echó un sayal sobre el cuerpo y ayunó. Con el sayal puesto se acostaba y andaba pesadamente.
Llegó a Elías tesbita la palabra del Señor:
«Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? No traeré el mal en los días de su vida, por haberse humillado ante mí, sino en vida de su hijo».

Salmo

Sal 50 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.

Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Líbrame de la sangre, oh, Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Reflexión del Evangelio

De https://www.dominicos.org/predicacion

Tema: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto

Comenzamos la semana con la oración colecta dominical en la que desde el reconocimiento de que Dios es la fortaleza de los que esperan en él y pedíamos ser escuchados, exponiendo nuestra fragilidad  e incapacidad para poder responderle en conformidad con sus mandatos.  Resuenan las palabras de Jesús a sus discípulos: “Sin mí no podéis hacer nada.”  Poniendo en él nuestra esperanza tenemos la certeza de poder responder al planteamiento que se nos ha hecho.

La terminación del pasaje del evangelio de hoy nos hace compreder nuestra debilidad y al mismo tiempo el mandato vocacional que hemos recibido: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” Esta exigencia de Jesús está enmarcada en el sermón de la montaña que venimos escuchando.  En los versículos del capítulo quinto del evangelio de San Mateo, proclamado el jueves de la semana pasada, encontramos la razón de ser: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.” El referente de la perfección no es la ley, sino el mismo Dios. Eso ya se había indicado a los hijos de Israel: “Vosotros sed santos, porque yo, vuestro Dios, soy santo.” Fijando su mirada en la letra de la ley se olvidarn del Legislador. Se remitían a la ley olvidándose del Dador de la ley.

Se olvidaron de Dios, su salvador

Este pasaje del libro primero de los Reyes pone de manifiesto el olvido Dios en el día a dia, dejándolo al margen de los proyectos y propósitos que tenemos. Cuando esto ocurre la injusticia se hace presente y se usa el poder, recibido para llevar a cabo una encomienda, en este caso, el gobierno del pueblo de Dios (Ajab es rey de Israel), para servirse de él para conseguir sus fines.  Y así aparece el atropello del débil que apelando a sus derechos no cede a las peticiones reales. Mal aconsejado, en lugar de apegarse a los preceptos de Dios, presta oídos a los consejos afines con sus deseos. La consecuencia, cerrar los ojos a la justicia y dejar que por medios infames le consigan lo que desea. Parece que todo vale.

La voz del profeta Elías sale a su encuentro y denuncia en nombre del Señor el atropello. La advertencia es acogida: se rasga las vestiduras, viste sayal y ayuna en señal de penitencia.  Pero eso es algo puntual, no significa cambio de rumbo. De hecho el texto dice: “Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel.”

La ley sin la referencia permanente al Legilador se torna un arma de dos filos. Al olvidarse de Dios, su salvador, la norma pierde vigencia y no afecta a la vida, porque incluso cumpliéndola, la letra mata por desconocer el espíritu de la misma.

No he venido a abolir sino a dar plenitud

No llega Jesús a derribar lo que está en pie, sino a levantar las tiendas caídas de Israel. Ha venido a llevar a la humanidad a la plenitud de su existencia. De ahí la exigencia de una mayor perfección. Marca la diferencia al colocar nuevamente en su lugar a Dios. En el centro de la vida, lugar del que ha sido retirado para situarse el hombre. Cuando esto ocurre aparecen las mayores contradicciones.

Por eso Jesús, en el sermón de la montaña lleva a su máxima expresión los mandatos de la ley. “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo…” Esto parece que tiene carta de ciudadanía. Nos limitamos a atender a los que son de los nuestros. Favorecer a los que piensan y sienten como nosotros y a veces da la impresión que esto es compatible con el Evangelio. Nos puede ocurrir lo que a los letrados y fariseos: desconocen la misericordia y se centran en los que son sus disposiciones y tradiciones. Hay que amar a los que nos persiguen y calumnian. Hay que amar a todos.

Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo

Se trata de seguir el ejemplo que nos da Dios que en Jesucristo se ha revelado como la norma de vida para todo ser humano. No puede ser de otra manera. Sed santos porque yo, vuestro Dios, soy santo. Mirándose en él, la letra ya no está muerta ni mata, porque habiéndonos centrado en él, su vida es nuestra vida. Así debía haber sido para la totalidad de Israel, pero apartándose se descarrió. El resto fiel, firmemente apegado a Dios reconoce la plenitud de la ley en el amor a todos. Estos son los que acogen, se alegran ante la llegada del Reino y afirman con Jesús que sólo amando como somos amados todo cobra un sentido nuevo.

Hoy tenemos un reto: mostrar que la perfección consiste en amar a todos como Dios los ama. No hay distingos posibles en la determinación de amar. No amo desde mis planteamientos, sino que el deseo de amar se asienta en el mismo amor de Dios. Él va abriendo camino. El que es perfecto es el único modelo válido. No valen otros modelos.

¿Sintonizo desde la sintonía con Dios con cada ser humano sin dejar de lado a nadie?

¿Busco la perfección amando como Dios ama?

Fr. Antonio Bueno Espinar O.P.
Convento de Santa Cruz la Real (Granada)

San Juan Francisco Regis

De https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Juan_Francisco_Regis

Nació el 31 de Enero de 1597, en el pueblo de Fontcouverte (departamento de Aude); falleció en la Louvesc, el 30 de Diciembre de 1640. Su padre, Juan, un acaudalado comerciante, había recibido recientemente su título de nobleza, en reconocimiento por el importante rol que había desempeñado en las Guerras de la Liga. Su madre, Margarita de Cugunhan, pertenecía por nacimiento a la nobleza terrateniente de esa parte de Languedoc. Ambos, son gran preocupación cristiana, cuidaron la educación inicial de su hijo, cuyo único temor era disgustar a sus padres o tutores. La más leve dureza en las palabras lo volvía inconsolable, y le anulaba sus facultades juveniles. Cuando cumplió catorce años, fue enviado a proseguir sus estudios en el colegio Jesuita en Béziers. Su comportamiento era ejemplar y era muy dado a las prácticas de devoción, en tanto que su buen humor, franqueza y ganas de estar bien con todos, pronto le ganaron la buena voluntad de sus camaradas. Pero Francisco no amaba lo mundano, e incluso durante sus vacaciones vivía retirado, dedicado al estudio y la oración. Sólo en una ocasión se permitió la diversión de la cacería de animales salvajes. Al término de sus cinco años de estudiar humanidades, la gracia y sus inclinaciones ascéticas le llevaron a abrazar la vida religiosa bajo la norma de San Ignacio de Loyola.

Ingresó al noviciado Jesuita de Toulouse el 8 de Diciembre de 1616, el día de la Fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Aquí se distinguió por su fervor extremo, que jamás flaqueó, ni en Cahors, donde estudió retórica durante un año (Octubre 1618-Octubre 1619), ni durante los seis años que enseñó gramática en los colegios de Billom (1619-22), de Puy-en-Velay (1625-27), de Auch (1627-28), ni en los tres años que estudió filosofía en el escolasticado de Tournon (Octubre 1622-Octubre 1625). En este tiempo, a pesar que tenía a su cargo la esforzada función de la oficina del regente, hizo sus primeros intentos como predicador. En los días festivos le encantaba visitar los pueblos y las aldeas de las cercanías, ofreciendo enseñanza informal que, nunca dejaba –según testigos que le habían escuchado — de causar una profunda impresión en los presentes.

Dado que ardía en él el deseo de dedicarse totalmente a la salvación de su prójimo, aspiraba a ser sacerdote con todo su corazón. Con ese objetivo, comenzó en Octubre de 1628, sus estudios teológicos. Los cuatro años que se suponía debía dedicar a los mismos le parecían tan largos, que finalmente imploró a sus superiores que le disminuyeran ese plazo. Su solicitud fue aprobada y en consecuencia Francisco presidió su primera Misa un domingo de la Santísima Trinidad, el 15 de Junio de 1631; pero, de otro lado, de conformidad con los estatutos de su orden, que requerían tener los estudios completos, no fue admitido a la profesión solemne de los cuatro votos. En esa época, la plaga asolaba Toulouse. El flamante sacerdote se apresuró a ofrecer los primeros frutos de su apostolado a las infortunadas víctimas. A comienzos de 1632, luego de haber contribuido a superar discrepancias familiares en Fontcouverte, su lugar de nacimiento, y habiendo vuelto a dictar una clase de gramática en Pamiers, sus superiores lo destinaron definitivamente al duro trabajo misionero. Este se convirtió en el trabajo de los últimos diez años de su vida. Es imposible contar las ciudades y localidades que fueron escenario de su celo. Al respecto, el lector debe consultar a su biógrafo moderno, el Padre de Curley, quien mejor ha logrado reconstruir el itinerario de este hombre santo. Sólo necesitamos mencionar que desde Mayo de 1632 hasta Setiembre de 1634, su base fue el colegio Jesuita de Montpellier, desde donde trabajó para la conversión de los Hugonotes, visitando los hospitales, apoyando a los necesitados, salvando del vicio a las jóvenes y mujeres de mal vivir, y predicando con celo incansable la doctrina católica a los niños y los pobres. Posteriormente (1633-40) él evangelizó en más de cincuenta distritos en le Vivarais, le Forez, y le Velay. En todas partes desplegaba el mismo espíritu, la misma intrepidez, que eran recompensadas por las conversiones más sorprendentes. “Todos”, escribió el rector de Montpellier al general de los Jesuitas, “están de acuerdo en que el Padre Regis tiene un talento maravilloso para las Misiones” (Daubenton, “La vie du B. Jean-François Régis”, ed. 1716, p. 73). Pero no todos apreciaban la emoción de su celo. En ciertos lugares se le reprochaba por ser impetuoso y entrometido, por alterar la paz de las familias con una caridad indiscreta, por predicar no con sermones evangélicos sino con sátiras e insultos que a nadie convertían. Algunos sacerdotes, que sentían criticado su propio estilo de vida, decidieron arruinarlo, y por lo tanto lo denunciaron ante el Obispo de Viviers. Ellos habían preparado su plan con tal perfidia y habilidad, que el obispo mismo quedó prejuiciado por un tiempo. Pero fue sólo una nube pasajera. La influencia de la mejor gente por un lado, y la paciencia y humildad del santo, por el otro lado, pronto lograron refutar la calumnia e hicieron que brillara con renovado esplendor el ardor discreto y la intensidad espiritual de Regis (Daubenton, loc. dit., 67- 73). Ciertamente que menos moderado era su amor por la mortificación, que él practicaba con rigor extremo en todas las ocasiones, sin que le afectara en lo mínimo su carácter. Al regresar a casa una noche, después de un día de duro trabajo, uno de sus cofrades le preguntó, con una sonrisa: “Bueno, Padre Regis, hablando francamente, ¿no se siente usted muy cansado?” “No”, fue la respuesta, “Estoy tan fresco como una rosa.” Luego, él tomó sólo un tazón de leche y un poco de fruta, que generalmente constituían su almuerzo y cena, y finalmente, después de largas horas de oración, se acostó sobre el piso de su habitación, el único lecho que conocía. Él deseaba fervientemente ir a Canadá, que en ese entonces era una de las misiones de la Sociedad de Jesús donde se corrían los mayores riesgos. Habiendo sido rechazado, finalmente él buscó y obtuvo permiso del general para pasar seis meses del año, y en los terribles meses del invierno, en las misiones de la sociedad. El resto del tiempo él lo dedicaba las labores más ingratas en las ciudades, especialmente al rescate de las mujeres públicas, a quienes ayudaba a perseverar después de su conversión, abriendo para ellas refugios donde encontraban medios honestos para ganarse la vida. Como la más delicada de sus tareas, ésta le absorbía una gran parte de su tiempo y le causaba muchas molestias, pero la fortaleza de su alma estaba encima de los peligros que él corría. Frecuentemente, hombres de vida disipada le apuntaba con un arma de fuego o le colocaban un cuchillo en la garganta. Él ni siquiera cambiaba de color, y el brillo de su rostro, su intrepidez, y la fuerza de sus palabras les hacían caer las armas de sus manos. Él era más sensible a la oposición que ocasionalmente provenía de quienes debían apoyar su valor. Su trabajo entre penitentes le llevaba a extremar su celo para emprender esfuerzos muy grandes. Sus superiores, como afirman con toda claridad sus primeros biógrafos, no siempre compartían su optimismo, o mejor dicho, su inconmovible fe en la Providencia, y algunas veces ocurría que ellos se alarmaban con los proyectos de caridad de él y le expresaban su desaprobación. Esta fue la cruz que le causaba el mayor sufrimiento al santo, aunque para él era suficiente que la obediencia hablara: él silenciaba todos los murmullos de la naturaleza humana y abandonaba sus designios más queridos. Setenta y dos años después de su muerte, un eclesiástico francés, quien consideraba tener una queja contra los Jesuitas, circuló la leyenda de que hacia el final de su vida, San Juan Francisco Regis había sido expulsado de la Sociedad de Jesús. Se dieron muchas versiones diferentes, pero finalmente los enemigos de los Jesuitas convinieron en la versión de que la carta del General que le anunciaba a Juan su expulsión fue enviada desde Roma, pero que se demoró en llegar a su destino, siendo entregada unos días después de que falleciera el santo. Esta calumnia no resiste el más ligero análisis. (Para su refutación, ver de Curley, “St. Jean-François Régis”, 336-51; más breve y completamente en “Analecta Bollandiana”, XIII, 78-9.) Fue en lo más fuerte del invierno, en la Louvesc, una pobre aldea en las montañas de Ardèche, después de haber gastado con valor heroico la poca fuerza que le quedaba, y mientras estaba contemplando la conversión de the Cévennes, que sobrevino la muerte del santo, el 30 de Diciembre de 1640. No hubo atraso en disponer las investigaciones canónicas. El 18 de Mayo de 1716, Clemente XI emitió el decreto de beatificación. El 5 de Abril de 1737, Clemente XII promulgó el decreto de canonización. Benedicto XIV estableció el 16 de Junio como su día festivo. Pero inmediatamente después de su muerte, Regis fue venerado como santo. Los peregrinos llegaron masivamente a su tumba, y desde entonces la afluencia sólo se ha incrementado. Debe mencionarse el hecho de que una visita efectuada en 1804 a los restos del Apóstol de Vivarais fue el comienzo de la vocación del Blessed Curé of Ars, Juan Bautista Vianney, a quien la Iglesia elevó, a su turno, a los altares. “Todo lo bueno que yo haya hecho “, dijo mientras agonizaba, “se lo debo a él” (de Curley, op. cit., 371). El lugar donde murió Regis ha sido transformado en una capilla mortuoria. Cerca hay un arroyo de agua fresca, al cual los devotos de San Juan Francisco Regis atribuyen curaciones milagrosas por su intercesión. La antigua iglesia de la Louvesc ha recibido (1888) el título y los privilegios de una basílica. En este lugar sagrado se fundó a comienzos del siglo diecinueve el Instituto de las Hermanas de San Regis, o Hermanas del Retiro, mejor conocidas bajo el nombre de la Religiosas del Cenáculo; y fue la memoria de su celo misericordioso a favor de tantas infortunadas mujeres caídas lo que originó la ahora floreciente obra de San Francisco Regis, cual es apoyar a la gente pobre y trabajadora que desea contraer matrimonio, y que principalmente se centra en lograr que las uniones ilegítimas alcancen la conformidad con las leyes Divinas y humanas.

Además de las biografías mencionadas en CARAYON, Bibliographic historique de la Compagnie de Jésus, nn. 2442-84, debe mencionarse las vidas más recientes: DE CURLEY, St. Jean-François Régis (Lyons, 1893), que, junto con la obra de DAUBENTON — frecuentemente reimpresa –es la historia más completa de Regis; CROS, Saint Jean-François Régis (Toulouse, 1894), en la que la parte nueva consiste de documentos sin editar referidos a la familia del santo. Entre sus biógrafos iniciales LABRONE, un alumno del santo, ocupa un lugar sin paralelo por el encanto, la sinceridad y el valor documentario de su relato. Su libro apareció en 1690, diez años después de la muerte del santo.

FRANCIS VAN ORTROY Transcrito por Robert B. Olson Ofrecido a Dios Todopoderoso por Philip Tighe

Traducido al español por Manuel Guevara