Miercoles de la XXX semana del Tiempo Ordinario. San Marcelo

Ermita del Salvador

  • 19:00 Exposición al Santísimo
  • 20:00 Misa. Sufragio por las almas del Purgatorios

PRIMERA LECTURA
A los que aman a Dios todo les sirve para el bien
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 26-30
Hermanos:
El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio.
Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 12, 4-5. 6
R. Yo confío, Señor, en tu misericordia.
Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío;
da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte,
para que no diga mi enemigo: «Le he podido»,
ni se alegre mi adversario de mi fracaso. R.
Porque yo confío en tu misericordia:
alegra mi corazón con tu salvación,
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. R.

Aleluya Cf 2 Tes 2, 14
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Dios nos llamó por medio del Evangelio
para que lleguemos a adquirir la gloria
de nuestro Señor Jesucristo. R.

EVANGELIO
Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salven?»
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
“Señor, ábrenos”; pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”:
Entonces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Palabra del Seño

Reflexión

Hoy la Palabra nos llama seriamente a la conversión. Ante la pregunta Señor, ¿son pocos los que se salvan? Jesús nos dice: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha… muchos intentarán entrar y no podrán… hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos… vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

¿Qué nos quiere decir el Señor con todo esto? ¿Cuál es la puerta estrecha por la que hay que entrar?

La puerta es Jesucristo (cf. Jn 10, 9): Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará. Jesucristo es el Salvador.

¿Por qué es estrecha la puerta? ¿En qué consiste el esfuerzo por entrar? Porque si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga (cf. Mt 16, 24-25).

Porque el camino del discipulado es el camino de la humildad. Y si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida. Porque al cielo se sube, ¡bajando!

La humildad es la puerta de la fe. Es el humus, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.

La humildad es dejarte hacer por el Señor. El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad… intercede por nosotros con gemidos inefables…

La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.

La humildad *no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.

La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el de su Espíritu.

Un signo de estar acogiendo la salvación es la alegría, como nos ha recordado san Pablo: a los que aman a Dios todo les sirve para el bien. La alegría que brota de tener la experiencia de que Dios te ama y actúa en tu vida.

Alégrate, ensancha el espacio de tu tienda… No temas, porque el Señor te quiere (cf. Is 54, 1s).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

San Marcelo

De catholic.net

Se conservan actas con bastantes rasgos de historicidad.

Marcelo es un Centurión que, según parece, pertenecía a la Legio VII Gemina y el lugar de los hechos bien pudo ser la ciudad de León.

Su proceso tuvo lugar en dos pasos: primero en España, ante el presidente o gobernador Fortunato (28 de Julio del 298) y en Tánger el definitivo, ante Aurelio Agricolano (30 de Octubre del mismo año).

Fortunato envió a Agricolano el siguiente texto causa del juicio contra Marcelo: “Manilio Fortunato a Agricolano, su señor, salud. En el felicísimo día en que en todo el orbe celebramos solemnemente el cumpleaños de nuestros señores augustos césares, señor Aurelio Agricolano, Marcelo, centurión ordinario, como si se hubiese vuelto loco, se quitó espontáneamente el cinto militar y arrojó la espada y el bastón de centurión delante de las tropas de nuestros señores”.

Ante Fortunato, Marcelo explica su actitud diciendo que era cristiano y no podía militar en más ejército que en el de Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.

Fortunato, ante un hecho de tanta gravedad, creyó necesario notificarlo a los emperadores y césares y enviar a Marcelo para que lo juzgase su superior, el viceprefecto Agricolano. En Tánger, y ante Agricolano, se lee a Marcelo el acta de acusación, que él confirma y acepta, por lo que es condenado a la decapitación.

La historia es así de escueta a la distancia de casi dieciocho siglos.

La leyenda -no necesariamente falsa- abunda en algunos detalles que, si bien no son necesarios para el esclarecimiento del hecho, sí lo explicita, o al menos lo sublima para estímulo de los cristianos. Así, se añade la puntualización de que se trataba de un acto oficial y solemne en que toda la tropa militar estaba dispuesta para ofrecer sacrificios a los dioses paganos e invocar su protección sobre el Emperador.

Los descreídos probablemente aseveren que un acto así es propio de un loco; sí, una locura. Perder la vida… por nada. Ya lo dijo también el jefe romano.

Los cobardes, con su ánimo pusilánime, probablemente afirmen que Marcelo hizo el tonto; en fin, que algunas veces, en situaciones delicadas, es preciso contemporizar cuando los tiempos vienen así, que hay que saber adaptarse y que… lo importante es creer en Dios.

Los fanáticos, dejándose llevar de la temeridad impulsiva que los caracteriza, quizá digan que un hombre con fe, en una situación como esa, debía haberse liado a sablazos con los jefes y con los demás soldados. Fue… un miserable blando.

La Iglesia ve en Marcelo… a un mártir.