Lunes de la XXIII semana del Tiempo Ordinario. San Pedro Claver

Ermita del Salvador

  • 19:30 Rosario
  • 20:00 Misa

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,24–2,3):

Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos Dios ha querido dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: ésta es mi tarea, en la que lucho denonadamente con la fuerza poderosa que él me da. Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente. Busco que tengan ánimos y estén compactos en el amor mutuo, para conseguir la plena convicción que da el comprender, y que capten el misterio de Dios. Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 61,6-7.9

R/. De Dios viene mi salvación y mi gloria

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.

Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,6-11):

Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.
Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: «Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se quedó en pie.
Jesús les dijo: «Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?»
Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.»
Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.

Palabra del Señor

San Pedro Claver

De http://historico.cpalsj.org/espiritualidad/nuestros-santos/san-pedro-claver/

Niñez y juventud

Pedro Claver nace el 25 de junio de 1580 en Verdú, un pueblo de Cataluña, España. Queda el pueblo a unos cien kilómetros de Barcelona. En las lejanías se divisan los Pirineos y más cerca, las llanuras, los viñedos, olivares y las tierras oscuras.

Sus padres, Pedro Claver y Minguella y Ana Corberó, son agricultores acomodados. Viven en la Calle Mayor del pueblo amurallado, de mil habitantes, con sus cuatro hijos. Los mayores se llaman Juan, Jaime e Isabel. Pedro es el menor.

El pequeño es bautizado al día siguiente, el 26 de junio. En la partida, el párroco agrega, de su puño y letra: “Dios lo haga un buen cristiano”.

Los primeros estudios

Poco sabemos de los años primeros de Pedro Claver. La familia es piadosa, así aparece en los testamentos. Pedro debió beber esa piedad.

Los estudios primeros los hace con la comunidad de beneficiados que rigen la iglesia parroquial de Santa María.

Su madre muere el 17 de enero de 1593 y a los pocos días, el 1 de febrero de 1593, muere también su hermano Jaime, a los veinte años. Dos golpes fuertes que lo hacen pensar. Pedro está en Tárrega, en la casa de un canónigo, tío paterno, repasando sus latines. El padre al poco tiempo contrae nuevas nupcias.

A los quince años, el 8 de diciembre de 1595, Pedro recibe en la iglesia de Verdú la tonsura clerical, de manos del Obispo de Vich, diócesis a la cual pertenece el pueblo. No es un paso definitivo hacia el sacerdocio. Es un comenzar o un continuar estudios. En ese tiempo las letras están reservadas a los clérigos.

Barcelona

En 1596, el padre, regidor y alcalde, lo envía a Barcelona para seguir los cursos de Gramática y Retórica, en la Universidad. Es alumno externo y vive en casa de parientes. Son tres años.

En 1601 pasa al Colegio de Belén, de los Padres de la Compañía de Jesús, a estudiar allí Filosofía.

Discernimiento

Con los jesuitas Pedro hace un discernimiento vocacional. Ha leído las Cartas de San Francisco Javier, escritas desde la India, Malasia y el Japón. Conoce los martirios de San Pablo Miki, San Juan Soan y San Diego Kisai en el lejano oriente. Los jesuitas le narran las duras vidas de los mártires ingleses San Edmundo Campion, San Alexander Briant y San Roberto Southwell. Las noticias de las misiones de América: Perú, Ecuador, Paraguay, Colombia y Chile impresionan. El P. Alonso de Sandoval en Cartagena catequiza negros.

Pedro desea saber m s de este Instituto que da santos. Sabe que el proceso de canonización del fundador Ignacio de Loyola está a punto. También el de Francisco Javier, el misionero. Están iniciados los de San Estanislao de Kostka, San Luis Gonzaga, San Francisco de Borja y San Pedro Canisio, el apóstol de Alemania. Las conversaciones con su padre espiritual son interminables. Hasta le habla de un Hermano portero, Alonso Rodríguez, quien vive en Mallorca.

Pronto se decide a hacer Ejercicios y pide el ingreso a la Compañía de Jesús. Es admitido por el provincial y comunica la noticia a su padre.

Noviciado

El 7 de agosto de 1602, a los 22 años, ingresa al Noviciado de Tarragona, otra ciudad amurallada. El camino no es muy largo. Tal vez viaja solo y a pie, como es la costumbre. A Pedro lo persiguen las ciudades amuralladas. Verdú, primero, ahora Tarragona, m s tarde Cartagena.

Muy poco sabemos de su noviciado. Sólo las notas que ‚l mismo escribe acerca de lo que debe ser un jesuita:

“Primero, buscar a Dios y procurar hallarlo en todas las cosas. Segundo, emplear todas las fuerzas para alcanzar perfecta obediencia, interior y exterior, sujetando juicio y voluntad a los superiores como a la misma persona de Cristo Nuestro Señor. Tercero, hacer todo y enderezarlo a la mayor gloria de Dios. Cuarto, no buscar en este mundo sino lo que buscó Cristo Nuestro Señor, de manera que como El vino para salvar las almas y morir por ellas en la cruz, así procurar ganarlas para Cristo y ofrecerse a cualquier trabajo y muerte por ellas, con alegría, recibiendo cualquier afrenta por amor a Nuestro Señor, con contento y regocijo de corazón, deseando que se le hagan muchas, con tal que no se d‚ causa para ello, ni ocasión en que Dios sea ofendido”. Sin duda estas notas fueron escritas durante el mes de Ejercicios.

Los votos religiosos

El 8 de agosto de 1604, Pedro Claver hace los votos religiosos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia.

De inmediato es enviado por un año a completar sus estudios humanísticos en el Colegio de Gerona. Allí perfecciona el latín, estudia griego y repasa la Retórica. No sabemos mucho más. Alguien dijo que se ejercitó allí en catequesis y en oratoria. No parece cierto, porque un compañero, en tono irónico, dijo más tarde: ¿Qué puede saber el P. Claver de oratoria?. Lo único que sabe es confesar negros”.

La isla de Mallorca

Al año siguiente es destinado al Colegio de Montesión de Palma de Mallorca, en las Islas Baleares. Tiene 25 años y debe completar ahora los estudios de filosofía. Esa es la misión. Él y tres más van a escuchar los cursos del P. Blas Bayllo. Serán tres años, en esa isla del silencio.

Pero también allí espera a Pedro Claver una experiencia que debe marcar toda su vida.

El santo Hermano Alonso

La Portería del Colegio de Montesión es atendida por un anciano Hermano llamado Alonso Rodríguez. Este hombre, pequeño y humilde, sirve a todos con bondad y alegría y se ha ganado el respeto de toda la comunidad y también de la ciudad. Parece vivir en permanente estado de oración. Frecuentemente le oyen decir: “Ya voy, Señor”, cuando camina a abrir la puerta del Colegio. Para ‚l todas las personas representan Cristo, tal es el respeto con que las acoge.

Muy pronto se establece una sincera amistad entre Pedro y el Hermano Alonso. Diariamente tienen una corta conversación espiritual, donde el anciano de 75 años comunica su sabiduría al joven de 25.

Pedro Claver no tiene claro su futuro campo de trabajo, ni siquiera si debe ser sacerdote o hermano. De eso conversa detenidamente con Alonso. El discernimiento es largo, tal vez los tres años de permanencia en Montesión.

“¿Qué he de hacer, Hermano Alonso, qué he de hacer para amar de veras a mi Señor Jesucristo? ¿Qué debo hacer para agradarle?. Él me da grandes deseos de ser todo suyo, y yo no sé cómo hacerlo. Enséñemelo, Hermano, Ud. lo sabe”.

Los dos santos

Los santos siempre se entienden, porque son hombres de Dios. Pedro pregunta. Alonso escucha. El viejo se siente feliz con ese joven. Lo ve tan entero y decidido. Ora por él.

Un día en la oración, Alonso con los ojos del alma contempla los tronos de los bienaventurados en el Cielo. Hay uno vacío, el más hermoso. Admirado escucha la voz que explica el misterio: “Este es el lugar preparado para tu discípulo Pedro Claver. Es el premio por sus virtudes y las innumerables almas que salvar en las Indias, con sus trabajos y sudores”.

Prudente nada dice al joven Claver, pero lo mira con ojos nuevos, muy nuevos, casi con veneración. El confesor de Alonso le aconseja esa prudencia, que redoble la atención y que rece mucho.

El mejor discernimiento

En el diálogo, ahora entre santos, aparecen alusiones a las almas necesitadas de ultramar. De allá, de las Indias occidentales.

San Pedro y el santo Hermano Alonso tratan, oran, hacen planes. A Alonso le gustaría ir a las lejanas tierras de misión. Pedro dice que ‚l puede reemplazarlo.

El discernimiento abraza todo. Las Indias orientales, las portuguesas, tienen el camino conocido, son muy seguras. Hay allí una Iglesia establecida y la Compañía es numerosa.

Las Indias occidentales, las españolas, son más duras. Son pobres. La mies es mucha y los obreros, pocos. Los indios y los negros están abandonados. Viajar a América y trabajar con los humildes, ése es tercer grado de humildad.

Pedro entonces ve claramente. Su labor está en América, con los más pobres, con los esclavos negros. Entonces, se ofrece voluntariamente a los Superiores para trabajar en el Nuevo Mundo.

Una santa despedida

Nada de extraño que Pedro considere estos tres años pasados en Mallorca como “los más bellos de su vida”.

Los tres años pasan raudos. Pedro Claver debe regresar al continente para iniciar la Teología. Es el mes de noviembre de 1608.

Ha aprendido el camino de la mortificación y el del amor a Dios. Ha discernido y está tranquilo. Puede volver a Valencia en verdadera paz. Alonso envejece, a ojos vistas. Él, Pedro, es el hombre que podrá extender la vitalidad del viejo. El santo Hermano puede decir su Nunc dimittis.

El joven Pedro lleva la bendición del maestro y un cuaderno manuscrito con los avisos espirituales. Son el mejor tesoro y la mejor reliquia. Las letras firmes y elegantes de San Alonso le dan consuelo. Conservó con veneración este escrito durante toda su vida y antes de morir, en Cartagena de Indias, lo entregó como legado para el Noviciado de Tunja.

En el puerto de Soller, Pedro se embarca. No vuelve la cabeza atrás. En la Portería, Alonso queda solo con su Dios. La decisión está tomada, irá a las Indias.

Barcelona

Los estudios de teología los hace en Barcelona. Tampoco sabemos mucho de esta ‚poca.

Solo conservamos el testimonio de su condiscípulo el P. Gaspar de Garrigas: “Fui compañero de teología del P. Pedro Claver. Fui también su confesor. Lo conocí y lo traté. Sólo puedo decir que fue un perfecto y santo religioso. Su trato era apacible. Procuraba dar gusto a todos y de todos se hacía amable. Jamás le oí quejas de ninguno. Hablaba siempre de Dios. Era muy humilde y obediente. No le vi quebrantar ni faltar en la observancia de ninguna regla, por mínima que fuese. En todo trataba de imitar al santo Hermano Alonso Rodríguez”.

El destino a las Indias

En enero de 1610, Pedro recibe el anhelado destino de incorporarse a la Provincia de Nueva Granada. Del Provincial le llega una carta:

“No hay que resistir más la voluntad de Nuestro Señor. La he experimentado bien en los deseos que Ud. siempre ha tenido de emplearse en el servicio de los indios. Confío que Ud. va a ser ayudado de la divina gracia. Y aunque yo lo he detenido todo lo posible, me parece que no debo estorbar más sus santos deseos y propósitos. Por lo tanto, luego que el padre rector lo permita, póngase pronto en camino y venga a Tarragona. Junto con otros irá a Valencia y después a Sevilla. Que el Señor lo bendiga”.

Los deseos de Pedro Claver se han realizado. Besa la carta y desde instante empieza a vivir en el Nuevo Mundo. El provincial le dice que salga “pronto”. Sale de inmediato, sin avisar a su familia, sin despedirse de ella. A un compañero le encarga ir a Verdú y dar a los suyos la noticia.

Sevilla

¡Qué ciudad! ¿Tuvo ojos Claver para admirar la alegría de Sevilla? ¿Gozó con el río Guadalquivir, con la animación de la gente, con los olores, el paisaje, con la picardía de los andaluces?. ¿Observó a los esclavos negros que en cantidad considerable se hacinan en los muelles?. Los brazos robustos, las miradas tristes, la expresión extranjera de los ojos, debieron impresionarlo.

Sevilla tiene 150.000 habitantes, m s que Roma, Madrid y Londres. De ellos 6.000 son esclavos negros.

Antes del embarque, el Superior de la expedición jesuita dispone que los de órdenes menores reciban el Subdiaconado. Pedro se excusa con humildad y sencillez. Pero, ¿es que ha vuelto la crisis?.

En el galeón San Felipe van los misioneros agustinos. En el San Pedro, los dominicos. Y en el San Pablo, los jesuitas. En la lista de este último figura Pedro Claver.

Es el momento solemne de zarpar. Todo está previsto. Se alzan las anclas, menos una. Dos grumetes se encaraman para soltar las velas a la orden del piloto. Este grita: “En nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero. Que est‚ con nosotros y nos guarde. Nos guíe y acompañe. Nos dé buen viaje. Nos lleve y nos vuelva a nuestras casas. Que la Virgen María nos alcance de Nuestro Señor Jesucristo, su precioso Hijo, un viaje feliz”.

Es el 15 de abril de 1610. Pedro tiene 30 años. No le mueve el oro de América, sólo los indios.

Cartagena de Indias

Dos meses más tarde avistan la ciudad amurallada de Cartagena. Cansado del viaje Pedro desembarca. La ciudad es pobre. Es mestiza, no se ven indios. La mitad de la población la forman los esclavos negros, unos tres mil.

Con cariño son recibidos en el estrecho Colegio de la Compañía de Jesús. La casa y la Iglesia están muy cerca del mar, en un terreno húmedo y lleno de lodo.

Allí Pedro Claver conoce al que va a ser su segundo maestro, el Padre Alonso de Sandoval. Este trabaja con los esclavos negros y con devoción prepara escritos para defender sus derechos. Los esclavos – le dice – son muchos. Cartagena es el puerto por donde ingresan los capturados en África. Allí los venden para el trabajo de minas, haciendas y el cultivo de azúcar, o simplemente como servidores domésticos.

Los indígenas americanos tienen algún resguardo en las leyes españolas, pero los negros, ninguno. El P. Alonso de Sandoval piensa que la situación de los negros es injusta. ¿Con qué derecho España y las demás naciones europeas pueden invadir los territorios africanos y arrancar a sus habitantes sometiéndolos a tan vil servidumbre?. Fray Bartolomé de las Casas ya ha gritado ese pecado. Pero muy poco puede hacerse. Es necesario luchar para que otras leyes suavicen la injusticia.

Santa Fe de Bogotá

Hacia septiembre u octubre de 1610, Pedro Claver viaja a Santa Fe de Bogotá a completar los estudios de teología. ¡Siempre completando estudios!. ¿Que no han sido buenos los anteriores?. ¿Que no aprendió lo suficiente?. A Pedro no le importa. Está casi acostumbrado.

El viaje dura poco m s de un mes. Lo hace a pie y en mula, en barcos de vela muy pequeños, después en canoas, y de nuevo a pie. Acampan en las playas de los ríos, con cargas pesadas de aceite, jabón y hierro.

Bogotá tiene cinco mil habitantes, y el presidente de la ciudad es don Juan de Borja, el nieto de San Francisco de Borja. Es un buen gobernante y eso da consuelo a Pedro.

El Colegio de los jesuitas, fundado en 1604, no tiene cursos de Teología. Entonces, ¿a qué va a Bogotá? Se le dice que debe esperar a que llegue un profesor.

Entretanto Pedro, sin ayudas, repasa lo estudiado en Barcelona. Completa el tiempo sirviendo en los trabajos domésticos. Es feliz como Hermano jesuita un año y medio.

Cuando llega el Padre Antonio Agustín, en 1612, Pedro puede dar término a los estudios teológicos. El profesor es docto y piadoso. Pedro lo escoge como padre espiritual.

En 1613 termina todo. Pero los Superiores vuelven a la carga. Le indican que debe dar un examen final, de toda la filosofía y la teología. Lo piden como necesario para la ordenación sacerdotal.

Pedro dice: ¿Para recibir órdenes y catequizar a unos pobres indios, es menester tanta teología?. Se somete y da el dichoso examen. Con éxito. Poco después es advertido que el examen que ha dado no sólo tiene por finalidad la ordenación sacerdotal sino también el poder emitir la profesión solemne de cuatro votos en la Compañía de Jesús. A Pedro se le escapa entonces una queja humilde: “Si lo hubiera sabido, no habría respondido nada, porque yo no merezco esa honra”.

Tunja

Sin recibir la ordenación sacerdotal, por no haber obispo en Bogotá, Claver es destinado al Noviciado de Tunja para hacer allí la Tercera Probación. Colabora atendiendo la portería. Ayuda a los Padres en los catecismos y hospitales. Alguna vez predica en las encomiendas indígenas, cercanas a la ciudad.

Vuelve a hacer el mes de Ejercicios y edifica a los pocos novicios colombianos.

De nuevo en Cartagena

En 1615, es destinado nuevamente a Cartagena de Indias. Tiene 35 años. Pasa por Bogotá, recorre el camino de Honda, navega el río Magdalena y por el valle de Mompox llega a la ciudad de mestizos y negros. Mira con paz las murallas. Sonríe, es la tercera ciudad amurallada en su vida

En Cartagena, la Compañía de Jesús tiene un pequeño Colegio para 70 niños españoles o mestizos, con clases de latín. Los negros están en la Congregación Mariana. Estos se van acostumbrando a comulgar. Se mira esto con asombro. Los sacerdotes son solamente cuatro y los pueblos vecinos los reclaman a menudo. Claver nos da un testimonio de la ciudad.

“Estos lugares son tan calurosos que estando ahora en pleno invierno, se siente m s calor que en el verano. Los esclavos negros van casi desnudos. Los cuerpos humanos de continuo están bañados en sudor. Los alimentos son bastos e insípidos. Hay gran escasez de agua dulce, y la que se bebe es siempre caliente, como si hubiese estado al fuego. En ninguna parte se da el vino y para la misa viene de Europa. Creo que en ninguna parte del mundo hay tantas moscas y mosquitos como en estas regiones. Las lluvias y tempestades son frecuentes, y es tal el furor de los huracanes que no se puede tener experiencia de ellos en Italia. No escribo esto apesadumbrado por haber venido, antes bendigo a Dios por haber secundado mi deseo. Sólo pretendo informar de la calidad de esta parte del Nuevo Mundo”.

“Ninguna ciudad de América tiene tantos forasteros como ésta. Es un emporio. De aquí pasan a negociar a Quito, Méjico, Perú y otros reinos. Hay oro y plata. Pero la mercancía más en uso es la de los esclavos negros. Van los mercaderes a comprarlos a las costas de Angola y Guinea. De allí los traen en naves sobrecargadas a este puerto. Aquí los venden con increíble ganancia”.

“A los esclavos que desembarcan por primera vez en Cartagena, gente sumamente ruda y miserable, acude la Compañía con toda caridad, pues para eso fue llamada acá en años anteriores. Según me dicen, yo seré uno de los destinados a su catequización y ya me dan los intérpretes para una nave portuguesa que se aguarda de día en día”.

Son palabras emocionantes de Claver.

La esclavitud de los negros

Cartagena de Indias es un gran puerto negrero. Veracruz de México es el otro. Pero hay también un contrabando en Santo Domingo, La Habana, Jamaica y Puerto Rico.

Los esclavos vienen desde Angola, Cabo Verde y la isla de Santo Tomé. Africa surte ampliamente las necesidades de las minas, de las plantaciones, de la servidumbre doméstica de América.

¿Quiénes son?. Son prisioneros de guerra, también reos de homicidios, robos, deudores de los pequeños reyes africanos. La tiranía de esos reyezuelos vende a esos hombres y mujeres, también a niños, a los traficantes. A veces organizan redadas cazadoras entre tribus enemigas.

“Los hombres van atados, de dos en dos y con las manos amarradas a la espalda. Las mujeres llevan solamente ataduras en el cuello. Las manos libres les permiten cargar sobre las cabezas pesados sacos de trigo, arroz y demás provisiones. Los hijitos que no pueden andar van en las espaldas. Marchan a paso rápido para seguir a los caballos de los tratantes”.

Al llegar a la costa, les esperan los barracones. En esas rústicas casas de bambú o de troncos, son encadenados y vigilados con cuidado. En vano los negreros procuran evitar los efectos de nostalgia y de tristeza que aniquilan rápidamente a sus esclavos. Las enfermedades de gangrena, viruela y disentería diezman la población de los barracones. Son lugares de olor y putrefacción que los blancos no pueden resistir unos minutos. Allí deben permanecer hasta el embarque, a veces muy prolongado. Los enfermos, los viejos y los débiles se separan cuidadosamente. Hay tragedias que espantan y que sólo son comparables a los modernos campos de concentración. El guardián casi siempre es un borracho.

Se deja salir a los esclavos una o dos veces por día para sus necesidades. Se les obliga a cantar golpeando suavemente las manos. Los menos cansados bailan, porque la danza está en la sangre.

La noche es terrible. El olor, insoportable. Muchos se matan. Todos tiemblan. Los mayores piensan que los van a devorar en los navíos.

El barco está listo. El capitán se acerca a la costa adonde ve los resplandores de las fogatas convenidas. Fondea entonces y las piraguas comienzan a llevar a bordo la terrible mercancía. El traslado se hace siempre con gran prisa. Se los arrastra en medio de gritos desesperados. Quedan amontonados en la cala y entrepuentes.

La navegación se hace en condiciones inhumanas. Un informe dice: “Traen doscientos o trescientos en un solo navío, desnudos, en cueros, presos y encadenados. La comida y el beber son tan escasos, que gran parte muere por ello”.

El P. Alonso de Sandoval, quien los recibe en Cartagena, lo confirma: “De pies a cabeza vienen aprisionados, debajo de cubierta. No ven sol ni luna. No hay español que se atreva a poner la cabeza al escotillón sin marearse. Tanta es la hediondez, apretura y miseria de ese lugar”.

El barco negrero es un ataúd flotante. La travesía dura muchos meses, a veces más de un año. Las calmas, las prolongadas reparaciones de los barcos inservibles, las tormentas, todo es suplicio para esos miserables.

Al fin oyen el grito de los marinos. ¡América!. La Tierra Nueva. Esa América, ¿es el fin de los horrores?. ¿Qué ocurrirá al llegar al puerto?.

El maestro genial

El P. Alonso de Sandoval es fundamental en la vida de San Pedro Claver. A veces pasa, el discípulo obscurece al maestro. En realidad no puede hoy pensarse la labor de Pedro sin la influencia de sus maestros. En Mallorca, es el santo y no letrado Alonso Rodríguez. En América, es el virtuoso y docto Alonso de Sandoval. Dos Alonsos en su vida.

Este P. Alonso de Sandoval es el primero en preocuparse por los negros. Su trabajo y sus escritos, hoy asombran a los entendidos. Su importancia con relación a los negros es superior a la de Las Casas respecto a los indígenas.

Pedro Claver es destinado a ayudar en la atención de los esclavos. Sandoval lo recibe con enorme cariño y lo introduce en el duro trabajo. Muy pronto, son amigos, admirados mutuamente. Pedro todavía tiene dudas. ¿No lo quiere Dios en el humilde estado de Hermano?. Como en Mallorca, conversa ahora con el P. Sandoval. Este disipa, con amor, las dudas y las aprehensiones humildes de Pedro.

La ordenación sacerdotal

El 19 de marzo de 1616, Pedro Claver recibe la ordenación sacerdotal, en la catedral de Cartagena. Es un triunfo de su amigo el P. Sandoval. Los dos están felices y dan gracias a Dios. Pedro dice la primera misa ante unos esclavos negros conmovidos en la Capilla de la Virgen del Milagro.

De inmediato comienzan los 38 años de su labor con los oprimidos, evangelizadora y humanitaria. Este duro trabajo, probablemente, no tiene par en la historia.

Al comienzo trabaja bajo la orientación del Padre Alonso de Sandoval. Todo el apostolado entre los negros, la metodología practicada, el espíritu de su caridad lo debe Pedro Claver a su maestro.

Hereda todo el ministerio cuando el P. Sandoval sale para el Perú, en 1617. Cuando el maestro regresa, en 1624, como Rector del Colegio de Cartagena apoya y se pone a las órdenes del discípulo. Son vidas paralelas.

La profesión solemne

El 3 de abril de 1622 San Pedro Claver emite la profesión solemne de cuatro votos en la Compañía de Jesús.

Poco antes había escrito al Padre Mucio Vitelleschi, el General de la Compañía, pidiéndole que no le concediera tal honor. En la respuesta desde Roma no hay dudas: “Mucho alabo y estimo el cuidado de adoctrinar y ayudar espiritualmente a los morenos en lo cual Ud. se ocupa. Al pedir que lo deje sin grado en la Compañía, quedo edificado. Pero tengo por mejor el ponerse en la debida indiferencia para que ña Compañía resuelva a través del Superior”.

Al Padre Manuel de Arceo, el Provincial de Nueva Granada, le comunica el General: “Pedro Claver, cumplidos los treinta y tres años de edad, haga la profesión de cuatro votos. Y esto por el fervor con que atiende a los morenos como por el éxito de su examen”

Al copiar la fórmula habitual de los votos, Pedro escribe una breve introducción: “Amor, Jesús, María, José‚Ignacio, Pedro, Alonso mío, Tomé, Lorenzo, Bartolomé, santos míos, patronos míos, maestros y abogados míos y de mis queridos negros, oídme”. Es una petición a Dios, a la Sagrada Familia, a San Ignacio canonizado hace pocos días, al Apóstol patrono de su nacimiento, a su maestro de Mallorca no canonizado pero sí en su corazón, a los apóstoles de la raza negra.

Al pie de la fórmula con la cual se consagra a la Compañía con los votos religiosos y con uno de especial obediencia al papa, firma así: “Pedro Claver, esclavo de los esclavos negros, para siempre”. Al estampar esta firma admirable tal vez no siente la carga del heroísmo que significa. Pedro tiene 42 años de edad. “Era de estatura mediana. El rostro, flaco y alargado. Los ojos, grandes. La mirada, melancólica. Las cejas, espesas. La barba, negra y poblada. Su tez, naturalmente p lida, como de oliva un poco amarillenta”.

El ministerio entre negros

Sigamos con su trabajo rutinario, tan hermoso, caritativo y humillante.

El vive en un aposento oscuro, muy cerca la portería del Colegio. Pueden llamarlo a cualquier hora, del día o de la noche. Puede salir sin molestar a nadie.

Por esa época a Cartagena llegan entre 12 o 14 galeones negreros por año. En cada uno se hacinan 300 o 600 esclavos, según el tamaño de los barcos.

Un mensajero jadeante, casi siempre negro, grita: “¡Padre Claver, Padre Claver, un galeón negrero está llegando!. Ya se divisan las velas cerca de Bocagrande”.

El Padre corre a la sala grande que está frente al mar. Confirma la noticia y también su promesa de ofrecer una misa al mensajero.

Con mucha prisa corre a reunir a sus intérpretes, a preparar la provisión de bizcocho, las medicinas, el vino, el aguardiente, las conservas y frutas frescas. Casi todas están en una sala. Allí están las cestas con naranjas y limones, las barricas de aguardiente y vino, unos vestidos burdos de mujer, de tela chillona. Con las alforjas al hombro ha llamado a los portales señoriales de los ricos pidiendo las limosnas. Tiene amigos y grandes bienhechores.

La intención es llegar cuanto antes a los cautivos y atender en primer lugar a los enfermos. Pedro Claver y su equipo de lenguaraces saben multiplicarse. Por primera vez, en tantos meses, esos pobres hombres negros van a ver caras que les sonrían y manos que no los hieran.

Si el barco no se acerca inmediatamente, Pedro y los intérpretes llegan a él en una frágil barquichuela. Con una sonrisa triste abraza y acaricia a sus queridos negros. El no sabe las lenguas, pero sabe que son muchas. Apenas conoce algo de angolés. Para los demás idiomas están los queridos lenguaraces. Lo primero es dar la bienvenida. Esta idea es necesaria, porque los esclavos creen que los traen para matarlos. Los enfermos, los niños y los recién nacidos en el viaje son los preferidos. Goza el santo con una sonrisa dada por un negro.

Los esclavos son descargados en unas barracas, o negrerías, donde se espera reponerlos, un poco, del terrible viaje. Los clasifican para ponerlos a la venta, o para llevar a los inservibles, a otros puertos.

Allí, en esas barracas, de nuevo, campea San Pedro Claver. Con los intérpretes y con dificultad ubica las regiones de donde vienen: Senegal, Guinea, Sierra Leona, Angola, Congo, y el Sudán. Los intérpretes tienen dueños, él los pide prestados. Son sus antiguos catequizados y muy fieles. Cuando hay dificultad y oposición, él mismo compra sus propios esclavos lenguaraces. No le queda otro camino. Los compra y los trata como a hijos. Ningún español puede oponerse a este procedimiento, porque el amo, según la ley, puede hacer lo que quiera con los esclavos. Nadie tampoco puede quitarlos o venderlos. Conservamos los nombres de seis de ellos que testificaron su veneración por San Pedro, en los procesos canónicos. Andrés Sacabuche, Ignacio Angola, Diego Folupo, Manuel Moreno, Antonio Balanta e Ignacio Sozo.

San Pedro Claver se mueve de una manera asombrosa a través de todas las clases sociales de Cartagena. Sólo los santos son capaces de unir a los ricos y a los pobres, a los nobles y a los marginados. San Pedro Claver necesita la limosna de los ricos, y la obtiene en abundancia. Sabe conquistar, desde el gobernador, las señoras importantes, y hasta a los capitanes de los barcos negreros.

Con increíble paciencia repite una y otra vez, a través de sus intérpretes, las verdades de la fe. Las sesiones duran, a veces cuatro y, hasta seis horas. No escatima su tiempo. No quiere ser fácil en impartir el sacramento del bautismo. El mismo examina con cuidado y especialmente insiste en la libertad que ellos tienen de aceptar o no la nueva fe.

Esta es una carta de Claver al superior: “Ayer 30 de mayo saltó en tierra un grandísimo navío de negros. Fuimos cargados con dos espuertas de naranjas, limones, bizcochuelos y otras cosas. Entramos, parecía una Guinea. A través de la gente llegamos a los enfermos, una gran manada echada en el suelo muy húmedo y anegadizo. Pedazos de teja y de ladrillos eran sus camas. Estaban en carnes, sin un hilo de ropa. Trajimos tablas y entablamos el lugar. En brazos pusimos a los enfermos en dos ruedas, la una tomó mi compañero con el intérprete, apartados de la otra que yo tomé. Entre ellos había dos que estaban muriendo de frío. Tomamos una teja de brasas, les pusimos encima nuestros manteos. Cobraron calor y ánimo. Con el rostro muy alegre, los ojos abiertos, nos miraron. Nos arrodillamos junto a ellos. Les lavamos los rostros y los vientres con vino, alegrándolos. Acarició mi compañero a los suyos, yo a los míos. Hecho esto entramos en el catecismo del santo bautismo. Después pasamos al catecismo grande. De los muchos que estuvieron dispuestos bauticé a tres. Mi compañero hizo instancias para que bautizara más. No me pareció conveniente, sino dilatarlo para después. Muy gozosos volvimos a casa”.

¨¿A cuántos bautizó?. No lo sabemos. Tal vez importa poco. Pero sí sabemos que San Pedro Claver perseveró en su ministerio por 38 años y en cada uno de ellos llegaron a Cartagena unos 6.000 esclavos negros.

El esclavo negro inteligente, acepta con realismo su nueva situación. Pero en su interior siempre conserva un resentimiento. San Pedro Claver sabe comprender con profunda caridad. Su confesionario, en la iglesia de la Compañía, siempre está a disposición de ellos, en primer lugar. Si sobra tiempo, confiesa a los blancos. Su primera opción siempre son los negros.

Los domingos recorre las calles y los invita con suavidad a la Misa. Visita, con gozo, a los enfermos e intercede por los que parecen díscolos. Para ‚l su voto, ser esclavo de los esclavos, no puede ser letra olvidada o muerta. En Cuaresma y Pascua, muchas veces, hace correrías, algunas bien lejanas, para visitar a los negros que viven en los otros pueblos, en lugares apartados.

Los enfermos, en especial los negros, son sus predilectos. Los procesos diocesanos, en orden a su canonización, están llenos de ejemplos, innumerables. Cantidad de negros postrados, sucios, malolientes, en pocilgas. Y allí está el incansable Pedro Claver, para limpiar, acompañar, consolar, y dar los sacramentos. Con los enfermos de lepra hace verdaderas heroicidades. Los acaricia y besa, muchas veces. Para los negros, es un verdadero santo.

Una santidad increíble

Esta vida de San Pedro Claver no puede entenderse con ojos puramente humanos. La santidad es, por cierto, algo muy difícil de comprender.

Come mal, duerme sobre una estera. Hace oraciones nocturnas, largas horas. Cada noche toma disciplinas.

No hay en esto exageración, porque los 154 testigos del proceso, todos, lo afirman bajo juramento.

Claver es un contemplativo en la acción, como su padre San Ignacio. Esa es la espiritualidad de su querida Compañía de Jesús. De las gracias recibidas en la oración nada deja escrito. Sólo conservamos los testimonios bajo juramento de sus contemporáneos, en los procesos.

De éxtasis en la oración hay siete testimonios, todos de vista. De la oración prolongada hay uno bellísimo, el del Hermano Nicolás González, su continuo y gran compañero: “Tuve una celda vecina a la suya por ocho años, una sola tabla intermedia. Sucedía con frecuencia que por la noche se producían grandes tempestades con rayos. Yo tenía miedo y corría al cuarto del Padre sin avisar. Siempre lo encontré en oración al pie del lecho, las manos puestas sobre la vista, la luz encendida. A veces pasaban horas enteras mientras pasaba la tormenta. Yo no decía nada, para no interrumpirlo. Le oía trozos de los salmos de David y también del Evangelio”

Debemos mucho a la curiosidad o incredulidad de un Padre Provincial de Lima, que, pasando a España oyó decir que el Padre no dormía por estar toda la noche en oración. Quiso examinar por sí mismo la verdad, acudiendo con diversos pretextos al aposento de Claver. Siempre lo halló de rodillas o en otra posición devota o mortificada. Alguna vez pasó por delante del Padre, paseó por el aposento, hizo ruido, sin ser sentido. Enajenado y absorto en Dios, Claver no oía el ruido de la tierra.

Para los puntos de su oración sigue el libro latino del P. Bartolomé Ricci, la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, impreso en Roma en 1607. El autor lo dedica al cardenal Belarmino quien le sugiere que en el texto figuren las mismas palabras de los evangelistas. También utiliza el texto de las Meditaciones del P. Luis de la Puente, en castellano, editado en 1605. En el humilde anaquel del aposento también están la Biblia, el Kempis, uno libro con avisos de Santa Teresa, otro de San Bernardo, un libro mariano y el manuscrito de Alonso Rodríguez.

La Virgen María es su Madre, siempre. Un texto escrito por el P. Alonso de Sandoval lo emociona. “La Virgen parece que tiene especial predilección en aparecer de color negro. En la Sagrada Escritura aparece en el Cantar de los Cantares como un símbolo. Luego en tantas imágenes, como en la Candelaria de la iglesia Mayor de Lisboa, la de la isla de Tenerife en Canarias, Guadalupe en México, Montserrat en Barcelona, el Pilar en Zaragoza, y Loreto en Italia”.

Todos los días reza el rosario entero. Uno de sus intérpretes, Andrés Sacabuche, testifica: “El mayor entretenimiento del Padre Claver era componer rosarios para sus negros. Para ello pedía a algunos señores de la ciudad le trajesen una especie de fruto muy acomodado que se llamaba iaconcillo o achiras. Nosotros le ayudábamos a enfilar las pepitas”.

La Eucaristía es el centro, como quiere San Ignacio. Los sábados dice la misa en el altar de Nuestra Señora del Milagro, para sus negros. Sin embargo, procura no pasar la media hora, porque “en aquellos calores la longitud de la misa hace quitar la piedad”. El tiene una idea muy conforme con las ideas actuales acerca de la comunión. Dice el hermano Nicolás González en el proceso: “Daba licencia con facilidad para que los negros y los indios comulgaran. Bastaba una capacidad mediana. Tenía poco escrúpulo en esto. Algunas veces fue acusado por su mucha facilidad”.

De su acción, no diremos nada. Ahí está toda su vida. La misma gracia de Dios lo hizo contemplativo y también activo.

En las vidas de los santos hay momentos cumbres, que se resaltan siempre. En San Pedro Claver lo heroico es lo cotidiano, lo normal de todos los días. Esta vida sería increíble si no la contaran los mismos testigos aterrorizados. Son miles los sucesos narrados con enfermos, leprosos, moribundos, presos, sentenciados a muerte y apestados.

También trata con los reos de la Inquisición. Eran ingleses rubios, duros franceses hugonotes, holandeses rebeldes y árabes o moros, llamados generalmente turcos. Legión son los que vienen a la fe o se reconcilian, movidos por tanta caridad. Con los inquisidores el trato es cortés, desconfiado y tímido. Con algunos logra provocar una mayor comprensión. Claver siempre estuvo en favor de la misericordia. Muchas veces obtuvo que le fueran entregados los sentenciados para educarlos en la fe en el Colegio jesuita. El trabajo con mahometanos fue difícil, pero también obtuvo a veces resultados sorprendentes.

El juicio de los Superiores

En la Compañía de Jesús existen unos documentos que son siempre muy importantes para averiguar el parecer de los Superiores acerca de los súbditos. Se trata de las Cartas trienales que por obligación se envían a Roma. En las de Nueva Granada hay toda una evolución en lo referente a San Pedro Claver.

En 1616 tiene treinta y seis años. Se dice entonces que es mediano en prudencia y letras. Que tiene grandes cualidades para tratar con los pobres indios (así se llama ahí a los negros) y tiene una complexión natural colérica. ¿Qué quieren decir?. Sin duda hay aquí una referencia a su ordenación sacerdotal y las dudas por el grado de Hermano. Lo de la personalidad col‚rica, bien puede referirse a los primeros choques con los negreros y a las dificultades con sus mismos hermanos de comunidad.

En 1642 hay un cambio radical. Se le reconoce en lo intelectual como bueno, pero continúa mediocre en prudencia y juicio. En personalidad lo clasifican como demasiado melancólico. ¿Qué ha pasado?. Es una mejor valorización de su intelecto. Lo ha demostrado en los éxitos apostólicos. La mirada triste es el reflejo de tantas miserias observadas en sus negros.

En 1649 se le reconoce un ingenio bueno. Lo mismo en aprovechamiento y santidad. Se le pone nota insigne en el trato con los negros. En temperamento sigue siendo un melancólico.

¿Por qué ese cambio respecto a su inteligencia? En los estudios filosóficos fue un buen alumno. En Barcelona tuvo un acto público donde él fue el principal defensor de las tesis escolásticas. En Bogotá dio el examen final que le permitió ser profeso de cuatro votos.

El paso de mediocre a bueno tal vez se explica porque en Cartagena son muchos los que piden consejos y los Superiores lo saben. También ellos piden a menudo su parecer. ¿Por qué no lo clasifican como eximio?. Quizás, porque él se excusaba de confesar a las grandes señoras de Cartagena. “Yo no tengo cabeza para esos problemas. En el Colegio hay otros padres más ilustrados”.

¿Por qué ese juicio tan duro sobre su prudencia?. Sin duda la causa está en el apostolado realizado. Algunos juzgan que hace mal al darse sin medida a su trabajo. Más de una reprensión recibió por ello. Por cierto trabaja en una línea de oposición para muchos. De los negros no se puede esperar mucho. ¿Por qué no insistir en los que un día podrán influir?. ¿Por qué confesar y tratar con tanto cuidado a esos negros?. En esto Claver es intransigente. Tiene choques, con los grandes y también con sus propios superiores.

¿Melancólico?. ¿Qué importa?. De San Ignacio primero se dijo que era sanguíneo, después flemático. San Francisco Javier fue un apasionado, después un hombre suave. ¿Es cierto?. En santidad, los tres son iguales. Eso importa.

Ultima misión y enfermedad

En 1650, siendo ya de 70 años, Pedro sale en correría misional, en compañía de su intérprete Andrés Sacabuche. Llega hasta el río Sinú. En las cercanías de Lorica cae enfermo. Debe regresar a Cartagena, agotado por la fiebre, probablemente paludismo. No se repuso jamás del todo.

La peste del año siguiente hace morir a nueve jesuitas de los veintidós de la comunidad. A San Pedro Claver la epidemia no lo perdona. Está a las puertas de la muerte y se le administran también los últimos sacramentos. De la enfermedad el santo queda con una “parálisis agitante” que progresa hasta su muerte. No puede ya mantenerse en pie, pues le tiembla todo el cuerpo. Probablemente es la enfermedad de Parkinson.

Esta enfermedad es la última cruz. En ella abunda la soledad y el abandono. Recluido en su pieza, inútil para el trabajo, languidece durante cuatro años.

La muerte

El 6 de septiembre de 1654, pide que lo bajen a la Iglesia para recibir allí el santo Viático y hacer su última visita a la imagen de Nuestra Señora del Milagro, donde tantas veces él ha dicho la misa para los negros.

El 7 pierde el habla. Con mucha unción recibe el sacramento de los enfermos. La noticia corre rauda en la ciudad. El santo está muriendo. La gente viene, blancos y negros. También religiosos y clérigos. Todos desean tener una reliquia. El 8, en la madrugada, muere.

La ciudad está conmovida. El pueblo sabe qué clase de hombre ha sido San Pedro Claver. La Iglesia de San Ignacio es un río de gente. Las exequias son, verdaderamente, las de un santo.

La glorificación

San Pedro Claver fue canonizado el 15 de enero de 1888, junto a su inseparable amigo San Alonso Rodríguez y el joven San Juan Berchmans.

El papa León XIII, en 1896, lo proclamó Patrono universal de las Misiones entre negros. En la homilía el Papa dijo algo verdaderamente extraordinario: “Después de Cristo, San Pedro Claver es el hombre que más me ha impresionado en la historia”.