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Templo de las Carmelitas
- 10:30 Misa
- 20:30 Misa. Sufragio Margarita Álvarez Dauden
Ermita de Campolivar
- 11:30 Misa.
Ermita del Salvador
- 12:30 Misa.
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (14,18-20):
En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y bendijo a Abran, diciendo: «Bendito sea Abrahán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.» Y Abran le dio un décimo de cada cosa.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 109,1.2.3.4
R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.» R/.
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla
a tus enemigos. R/.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.» R/.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.» R.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,23-26):
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Palabra del Señor
Reflexión
Hoy sigue habiendo hambre en el mundo. Y no estoy pensando en el hambre espiritual de que
tanto se habla en la Iglesia. Ciertamente hay muchas personas desorientadas, perdidas en el des-
amor, en la violencia, encerradas en sí mismas, agotadas por las dificultades. Pero es que, además
de todo eso, en nuestro mundo hay todavía hambre real, estómagos vacíos o que no saben lo que
es llenarse del todo. Muchas de nuestras parroquias siguen repartiendo comida a gente que no
tiene recursos para comprarla. Eso no sucede solamente en África o en Asia. Eso sucede en los paí-
ses más industrializados y ricos. En eso que se llama pomposamente “democracias avanzadas”.
Por eso, el pan, alimento básico en muchas culturas, es un auténtico sacramento de l vida. El
pan y el vino de las culturas mediterráneas, el pan y los peces del Evangelio. Para los que tienen
hambre el alimento es la urgencia más absoluta de todas. Todo lo demás puede esperar. Pero el
hambre y la sed es necesario satisfacerlas ya mismo. En muchos países se proclaman leyes para
atender muchas otras necesidades: desde el respeto a los animales hasta el derecho de los homo-
sexuales a vivir en pareja. Está bien. Todo eso está bien. Pero no podemos olvidar esas urgencias
básicas que siguen llamando a nuestra puerta. El hambre y el pan como elemento básico que
sacia ese hambre, como signo-sacramento de la vida. Sin él no hay acceso a la vida. Sin él no hay
esperanza.
La Eucaristía es el sacramento del pan, el sacramento de la vida compartida. La Eucaristía es
un sacramento lleno de fuerza que nos recuerda nuestra elemental y básica dependencia del
alimento. Sin alimento no hay vida. Sin alimento nos llega la muerte. En torno al alimento la
familia humana crece, la relación se establece. Compartir el pan ha significado siempre compartir
la vida, la amistad, el cariño. Invitar a alguien a nuestra casa significa invitarle a tomar algo, darle
de comer.
Hoy y cada día es Jesús el que nos invita a comer con él y con los hermanos –no hay que olvidar
ninguna de las dos dimensiones: con él y con los hermanos, no se da una sin la otra–. Al comer
con él, reconocemos nuestra necesidad básica de pan. Al comer con él, nos hacemos de su familia,
nuestra fraternidad se reafirma. Al comer con él, su palabra nos llega, con su pan, más hondo al
corazón. Al comer con él, podemos soñar que nuestro mundo dividido y roto, se reconcilia y que
la humanidad es una sola familia. Al comer con él, nuestro sueño se hace un poco realidad. Al
comer con él, tomamos fuerzas para seguir caminando, para seguir comprometidos al servicio
del Evangelio, para seguir amando, curando, ayudando y compartiendo. Y, sobre todo, dando de
comer a los hambrientos.
Para la reflexión
¿Qué significa para mí participar en la Eucaristía, escuchar la palabra y comulgar? ¿Siento la pre-
sencia de Jesús en mí y en mis hermanos? ¿A qué me compromete comulgar el cuerpo de Cristo?