La Ascensión

Templo de las Carmelitas

  • 10:30 Misa
  • 20:30 Misa. Sufragio Margarita Álvarez Dauden

Ermita de Campolivar

  • 11:30 Misa.

Ermita del Salvador

  • 12:30 Misa.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (1,1-11):

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»
Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 46,2-3.6-7.8-9

R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas

Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R/.

Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. R/.

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,17-23):

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Palabra de Dios

Evangelio

Conclusión del santo evangelio según san Lucas (24,46-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El día de hoy recordamos la ascensión de Jesús al cielo. ¿Nos abandona? No, de hecho, nos ha dicho ya antes que va a prepararnos una morada en la que podamos estar para siempre con Él en el cielo. Sin embargo, nos deja.

Es igual a lo que sucede cuando el padre deja que el hijo camine solo para que, tal vez, un día elija retornar a él. Jesús, desde el inicio, ha sido muy respetuoso de la libertad de sus discípulos. Los ha llamado, acompañado e incluso regañado cuando se lo merecían, pero jamás los ha forzado a hacer cosas que ellos no eligieran. Jesús ha presentado su mensaje de una manera tan trasparente que, incluso, les ha preguntado a sus discípulos si querían abandonarlo cuando sus palabras eran duras o no comprendían lo que Él les quería decir (Jn 6, 67). Ahora que Jesús se va a prepararles una morada es cuando todo lo que aprendieron del Maestro será puesto a prueba, una prueba que no será fácil pero que dará mucho fruto.

Nuestra vida cotidiana de cristianos está marcada por estas palabras de Jesús: «Ustedes son testigos de esto». Cada momento de nuestra vida es una oportunidad para poner en práctica aquello que hemos aprendido de Él. El amor a Dios y el amor al prójimo son los signos por los cuales sabrán que somos sus discípulos. Aun así, no debemos preocuparnos por nuestra inconstancia y debilidad. Nos ofendemos, enojamos, herimos a los demás, olvidamos sus palabras. No somos perfectos y Él lo sabe. Por eso Jesús promete enviar el Espíritu Santo para que no estemos nosotros luchando solos, sino que, con su propia ayuda, podamos regresar a Él.

«La Ascensión del Señor al cielo, mientras inaugura una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, nos pide que tengamos ojos y corazón para encontrarlo, para servirlo y para testimoniarlo a los demás. Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión, es decir, buscadores de Cristo a lo largo de los caminos de nuestro tiempo, llevando su palabra de salvación hasta los confines de la tierra. En este itinerario encontramos a Cristo mismo en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres, en aquellos que sufren en carne propia la dura y mortificante experiencia de las viejas y nuevas pobrezas. Como al inicio Cristo Resucitado envió a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo, así hoy Él nos envía a todos nosotros, con la misma fuerza, para poner signos concretos y visibles de esperanza. Porque Jesús nos da la esperanza, se fue al cielo y abrió las puertas del cielo y la esperanza de que lleguemos allí.»
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de mayo de 2018).

EL SAGRADO CORAZÓN, MODELO DE HUMILDAD

Mira, alma mía, la profundísima humildad del Corazón de Jesús.

Siendo Jesucristo Dios, y como tal omnipotente y todopoderoso, se hizo Niño en las entrañas de una mujer. Nació en una cueva de animales, trabajó más tarde en un taller, y murió, finalmente, como reo miserable en una cruz. Esto aunque nos sorprenda, no fue suficiente. Después de su vida mortal vive hoy glorioso en el cielo, “pero en la tierra vive humillado y abatido” porque su corazón sufre por nuestros pecados y omisiones.

Mírale en la Eucaristía. Ha escogido para vivir entre nosotros las apariencias más modestas y silenciosas. Se deja encerrar como prisionero en el fondo de nuestros pobres sagrarios, en nuestras iglesias frecuentemente desiertas y abandonadas. ¡Mi buen Jesús! ¡Tú eres el mismo hoy que cuando naciste en Belén, trabajaste en Nazareth, recorrías a pie los campos y aldeas de Judea, y morías entre insultos y desprecios en el Calvario! No has cambiado tu condición sencilla; no has dejado tus humildes maneras, a fin de que se acerquen a Ti sin temor los pobres y pequeños, y aprendan de Ti la sencillez y humildad los vanos y orgullosos.

¡Humildísimo Jesús! ¡Enséñame a mí que a veces soy vanidoso y soberbio, esta santa virtud de la humildad!

Medita unos minutos.

Jesús, me avergüenzo cuando doy una mirada a mi pobre corazón. Es todo al revés que el tuyo, tan sencillo y tan humilde. En el mío encuentro vanidad, presunción, orgullo, amor propio. A menudo busco el lugar más importante, sobresalir y brillar, hacer sombra a los demás, sentirme superior a otros. En otros momentos simplemente ignoro a los demás.

No son éstas las lecciones de tu humildísimo Corazón. Tú me quieres humilde en mi relación contigo, con mis hermanos y conmigo mismo.

Contigo, reconociéndome siervo y discípulo tuyo, acogiendo tu voluntad en mi vida sin quejarme. Reconociendo como tuyos y agradeciendo todos los dones y talentos que me has regalado.

Con mis hermanos, portándome como si fuese el menor de todos ellos, con paciencia y caridad, tratándolos con cariño, perdonando sus limitaciones y sin buscar los aplausos y reconocimientos de los demás.

Conmigo mismo, teniéndome por lo que soy, criatura limitada y débil en muchas situaciones.

¡Corazón humilde de Jesús! Dame ese espíritu de humildad, para que consiga sentarme un día en el trono que reservas a tu lado a los humildes como Tú.

Hoy, de forma escondida, haz un favor o ayuda a alguien que lo necesite y que no te pueda recompensar.

¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!