Martes de la VIII semana del Tiempo Ordinario

Ermita del Salvador

  • 19:30 Rosario
  • 20:00 Misa

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (35,1-12):

QUIEN observa la ley multiplica las ofrendas,
quien guarda los mandamientos ofrece sacrificios de comunión.
Quien devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina,
quien da limosna ofrece sacrificios de alabanza.
Apartarse del mal es complacer al Señor,
un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia.
No te presentes ante el Señor con las manos vacías,
pues esto es lo que prescriben los mandamientos.
La ofrenda del justo enriquece el altar,
su perfume sube hasta el Altísimo.
El sacrificio del justo es aceptable,
su memorial no se olvidará.
Glorifica al Señor con generosidad,
y no escatimes las primicias de tus manos.
Cuando hagas tus ofrendas, pon cara alegre
y paga los diezmos de buena gana.
Da al Altísimo como él te ha dado a ti,
con generosidad, según tus posibilidades.
Porque el Señor sabe recompensar
y te devolverá siete veces más.
No trates de sobornar al Señor, porque no lo aceptará;
no te apoyes en sacrificio injusto.
Porque el Señor es juez,
y para él no cuenta el prestigio de las personas.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 49,5-6.7-8.14.23

R/. Al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios

V/. «Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio».
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar. R/.

V/. «Escucha, pueblo mío, voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo soy Dios, tu Dios—.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí». R/.

V/. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo.
«El que me ofrece acción de gracias, ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios». R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,28-31):

EN aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

De catholic.net

La palabra de Dios hoy nos habla sobre una de las escenas más especiales, la pregunta que hace Pedro, ¿qué va a ser de nosotros que ya hemos dejado todo por seguirte?, y la promesa que Cristo hace a quien le entregue toda su vida.

El pasaje que hoy llevamos a la oración se ubica exactamente después del relato del joven rico que conocía y vivía la Palabra a la perfección y amaba grandemente a Dios, pero su apego a las riquezas le impidió ser libre para seguir a Jesús.

Cuando el amor nos mueve y hemos decidido libremente darle todo a quien todo lo merece, surge la pregunta de Pedro en nuestro interior: ¿Y ahora qué? Quien de nosotros haya tenido alguna experiencia yendo de misiones de evangelización, o a alguna jornada mundial de la juventud inmediatamente se le vendrán a la mente los recuerdos de esas personas que se ha encontrado por el camino, que han dado lo mejor de lo que tienen, que quieren hacerte sentir acogido, en familia, y todo lo dan, no por ser quién eres, sino porque ven en ti un reflejo de Dios. De igual forma, tú sientes en ellos el reflejo del amor de Dios. Ahí se cumplen las palabras de la promesa de Cristo: «Recibirá ahora, en este tiempo cien veces más». ¿Cuántas madres, padres, hermanos y hermanas nos hemos encontrado por llevar a Cristo? Si aún no has tenido la experiencia, no es tarde para hacerlo y vivir una de las experiencias más bellas de ser cristiano. Tú también puedes ser ese hermano, hermana, padre o madre para otro, siendo misionero de la vida ordinaria de todos los días o recibiendo a quien trae el mensaje de Cristo.

En el Evangelio, Cristo, junto a esta promesa, también nos hace la advertencia de que tendremos persecuciones. En algunos lugares nuestros hermanos son perseguidos real y cruentamente por ser cristianos; pero también hay persecución silenciosa del mal para intentar quitar a Dios de nuestras vidas. A pesar de todo esto, las palabras de la promesa no terminan ahí, el Señor nos anuncia lo que vendrá después, «en la edad futura, la vida eterna». ¡Qué gran consuelo y qué gran motivación! Si vivir la vida de la mano de Dios es tan hermosa, imaginémonos lo que será después, la posesión de la eterna paz y felicidad, contemplando el rostro de Dios. ¡Hagamos también la experiencia y veremos qué bueno es el Señor!

 

«El deseo humano de vida y de felicidad, vinculado estrechamente con el de ver y conocer a Dios, crece y se renueva continuamente, pasando de una etapa a otra sin encontrar nunca un final y una realización. La experiencia del encuentro con Dios trasciende, en efecto, todas las conquistas humanas y constituye la meta infinita y siempre nueva. También Santo Tomás de Aquino subrayaba este aspecto, afirmando que en la vida eterna se cumple la unión del hombre con Dios, que es “la recompensa y el fin de todas nuestras fatigas”, y esta unión consiste en la “visión perfecta”. En ese estado, continúa Santo Tomás, “cada bienaventurado tendrá más de lo que deseaba y esperaba, y solo […] Dios puede saciarlo, e ir incluso mucho más allá, hasta el infinito”. Además, continúa, “la vida eterna consiste en la alegre fraternidad de todos los santos”. Citando a San Agustín, Tomás afirma: “Toda la alegría no entrará en los bienaventurados, pero todos los bienaventurados entrarán en la alegría. […] Contemplaremos su rostro, nos saciaremos de su presencia en una juventud eternamente renovada”.»

(Mensaje de S.S. Francisco, 8 de diciembre de 2018).