Hermanos: Todavía no han llegado a la sangre en su pelea contra el pecado. Han olvidado la exhortación paternal que les dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos». Acepten la corrección, porque Dios los trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vaci­lantes, y caminen por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retor­cerse, se curará.  Busquen la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor. Procuren que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos.

«Palabra de Dios. Te alabamos Señor»