Centro Parroquial
- 18:00 Reunión de la Cofradía de la Virgen de los Desamparados de Godella
Ermita del Salvador
- 19:30 Rosario
- 20:00 Misa
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (2,4b-9.15-17):
El día en que el Señor Dios hizo tierra y cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, Porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el suelo; pero un manantial salía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo.
Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara.
El Señor Dios dio este mandato al hombre: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 103,1-2a.27-28.29be-30
R/ Bendice, alma mía, al Señor
Bendice, alma mía, al Señor,
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. R/
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes. R/
Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R/
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,14-23):
En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina». (Con esto declaraba puros todos los alimentos).
Y siguió: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De catholic.net
Duras nos resultan tus palabras el día de hoy, Señor. ¿Por qué? ¿No será quizás porque la verdad no admite maquillaje? Debe ser ésa la razón. Lo que te motivó a hablar así a tus discípulos no fue el enojo, sino la urgencia de hacerles entender lo mucho que está en juego en el camino hacia la salvación.
¿Cuántas veces acusamos al mundo del mal que nos sucede? Pareciera incluso que el mal sólo existe fuera de nosotros, buscando en todo momento hacernos tropezar. Hay algo de razón en ello, pero no todo es así. Muchas veces experimentamos vivencias que nos hacen sentir la presencia de ese mal, pero el que realmente debe preocuparnos es aquel que se engendra dentro de nuestro corazón.
¿Acaso no son la guerra, la intolerancia, la discordia, la calumnia, la habladuría, obras todas que surgen de nuestra parte? En el principio, cuando Dios creó la tierra, había armonía. La decisión de Adán y Eva de desobedecer introdujo la variable del mal en el diseño. También nosotros, con nuestro proceder, podemos alejarnos de Ti, Señor, y vernos sumergidos en una espiral caótica.
¿Podemos tener esperanza ante esta situación? ¡Desde luego que sí! Es más, no sólo podemos, sino que debemos. El cristiano no vive de cualquier esperanza, sino de la conciencia de ser profundamente amado por Ti, de haber sido redimido por Ti. Por eso, recordemos hoy las palabras que dirigiste a tu siervo san Pablo: «Mi gracia te basta, pues mi fuerza se manifiesta en la debilidad.» Somos débiles, Señor, pero no viles; pecadores, pero no corruptos. Sé tú el crisol donde purifiquemos nuestro corazón.
«La esclavitud a la que se refiere el apóstol es la de la “ley”, entendida como un conjunto de preceptos a observar, una ley que ciertamente educa al hombre, que es pedagógica, pero que no lo libera de su condición de pecador, sino que, en cierto modo, lo “sujeta” a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertad de hijo.
Dios ha enviado al mundo a su Hijo unigénito para erradicar del corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle así su dignidad. En efecto, del corazón humano —como enseña Jesús en el Evangelio (cf. Mc 7,21-23)— salen todas las intenciones perversas, las maldades que corrompen la vida y las relaciones.»
(Homilía de S.S. Francisco, 31 de diciembre de 2018).