Lunes de la IV semana del Tiempo Ordinario.

Ermita del Salvador

  • 19:30 Rosario
  • 20:00 Misa. Sufragio difuntos Familia Valdivieso Dumont

Primera lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (11,32-40):

HERMANOS:
¿Para qué seguir? No me da tiempo de referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; estos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus muertos.
Pero otros fueron torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para obtener una resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados —el mundo no era digno de ellos—, vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra.
Y todos estos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido, porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 30,20.21.22.23.24

R/. Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en en Señor

V/. Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para los que te temen,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos. R/.

V/. En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras. R/.

V/. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada. R/.

V/. Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba. R/.

V/. Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios los paga con creces. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (5,1-20):

EN aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?
Por Dios te lo pido, no me atormentes».
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Y le preguntó:
«Cómo te llamas?».
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos».
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
El se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.
Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron.
Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca.
Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti».
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

De catholic.net

Muchas veces nos sucede aquello de lo que se quejaba san Pablo: «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7, 19), y es porque, como los gerasenos del Evangelio de hoy, no tenemos fuerza.

Fuerza para domar nuestras pasiones, fuerza para resistir las tentaciones del demonio. Somos humanos débiles. Entonces, ¿no hay remedio, y hay que rendirse? ¡No! Al contrario. Como lo acabamos de leer y como dice san Juan en su primera carta, «para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del Diablo» (1 Jn 3,8). Jesús es Dios y tiene poderes divinos. Nada le resiste. San Pablo dice: «al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos.» (Flp 2,10)
Por la gracia que Dios nos dio en el bautismo y que, si la perdimos, podemos recuperar en la confesión, Jesús vive en nuestras almas. Por eso dice santa Teresita de Lisieux que un alma en estado de gracia no tiene nada que temer de los demonios, que son unos cobardes, capaces de huir ante la mirada de un niño (Historia de un alma). Hoy, en tus momentos de lucha y de tentación, recuerda que Jesús, que te ama, está contigo: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.» (Mt 28,20) Por eso, hoy tú puedes decir: «Yo lo puedo todo en aquel que me conforta.» (Flp 4,13)

«El Nuevo Testamento subraya con fuerza la autoridad de Jesús sobre los demonios, que expulsa “por el dedo de Dios”. Desde la perspectiva evangélica, la liberación de los endemoniados cobra un significado más amplio que la simple curación física, puesto que el mal físico se relaciona con un mal interior. La enfermedad de la que Jesús libera es, ante todo, la del pecado. […] Para combatir el pecado que anida dentro de nosotros y en nuestro entorno, debemos seguir los pasos de Jesús y aprender el gusto del “sí” que él dijo continuamente al proyecto de amor del Padre. Este “sí” requiere todo nuestro esfuerzo, pero no podríamos pronunciarlo sin la ayuda de la gracia, que Jesús mismo nos ha obtenido con su obra redentora.»
(Audiencia de san Juan Pablo II, 25 de agosto de 1999)