Templo de la Carmelitas
- 18:00 Fin de curso del Grupo de Oración y Amistad
Ermita del Salvador
- 19:30 Rosario
- 20:00 Misa
Primera lectura
Lectura del segundo libro de los Reyes (17,5-8.13-15a.18):
En aquellos días, Salmanasar, rey de Asiria, invadió el país y asedió a Samaria durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaria, deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Jalaj, junto al Jabor, río de Gozán, y en las poblaciones de Media. Eso sucedió porque, sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; procedieron según las costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos y que introdujeron los reyes nombrados por ellos mismos.
El Señor había advertido a Israel y Judá por medio de los profetas y videntes: «Volveos de vuestro mal camino, guardad mis mandatos y preceptos, siguiendo la ley que di a vuestros padres, que les comuniqué por medio de mis siervos, los profetas.»
Pero no hicieron caso, sino que se pusieron tercos, como sus padres, que no confiaron en el Señor, su Dios. Rechazaron sus mandatos y el pacto que había hecho el Señor con sus padres, y las advertencias que les hizo. El Señor se irritó tanto contra Israel que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 59,3.4-5.12-13
R/. Que tu mano salvadora, Señor, nos responda
Oh Dios, nos rechazaste
y rompiste nuestras filas;
estabas airado,
pero restáuranos. R/.
Has sacudido y agrietado el país:
repara sus grietas, que se desmorona.
Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo,
dándole a beber un vino de vértigo. R/.
Tú, oh Dios, nos has rechazado
y no sales ya con nuestras tropas.
Auxílianos contra el enemigo,
que la ayuda del hombre es inútil.
Con Dios haremos proezas,
él pisoteará a nuestros enemigos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,1-5):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Déjame que te saque la mota del ojo», teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.»
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
De catholic.net
Cuando estamos ante una ventana a través de la cual podemos ver paisajes inolvidables, nos agrada contemplar todo lo que podemos ver con claridad. Pero en el momento en que vemos una pequeña mancha en la ventana, encontramos gran dificultad para ver con gusto todos los paisajes que se nos presentan. Nuestra atención se centra sobre esta pequeña mancha. Es molesto. Es fastidioso.
Esta ventana, aunque esté sucia, rallada u opaca, no deja de presentarnos las maravillas de los paisajes por el mero hecho de ser una ventana. Por eso cada persona, por muchos defectos que tenga, nos muestra la grandeza de Dios, pues a través de todo hombre, si sabernos ver por encima de la suciedad, las ralladuras y la opacidad, podemos contemplar a todo un Dios que se nos muestra en él.
Dios nos pide no juzgar y tratar de verle a través de cada ventana que encontremos en nuestra vida. Nos invita a no quedarnos en los defectos que encontremos, sino que sepamos ver más allá; aun cuando esté bastante obscurecida, pues siempre habrá al menos un rayo de luz que atraviese esa ventana.
Hagamos el esfuerzo de hacernos un examen para ser una ventana trasparente para los demás.
«A la misericordia se le puede aplicar aquella enseñanza de Jesús: “Con la medida que midan serán medidos”. Permítanme, pero pienso aquí a esos confesores que “apalean” a los penitentes, que los riñen. Pero, ¡así los tratará Dios a ellos! Aunque no sea más que por eso, no hagan estas cosas. La misericordia nos permite pasar de sentirnos misericordiados a desear misericordiar. Pueden convivir, en una sana tensión, el sentimiento de vergüenza por los propios pecados con el sentimiento de la dignidad a la que el Señor nos eleva. Podemos pasar sin preámbulos de la distancia a la fiesta, como en la parábola del Hijo Pródigo, y utilizar como receptáculo de la misericordia nuestro propio pecado.»
(Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).