24 de mayo. Jesucristo, sumo y eterno sacerdote

Ermita del Salvador

  • 17:30 a 18:30 Catequesis de Comunión. Fin de curso de los niños y niñas de primer año
  • 19:30 Rosario
  • 20:00 Misa. Sufragio; José Antonio Colomer Sancho

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (22, 9 -18):

En aquellos días, llegaron Abrahán e Isaac al sitio que la había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
«¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó:
«Aquí estoy».
El ángel le ordenó:
«No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy, «En el monte el Señor es visto».
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo:
«Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

Palabra de Dios

Salmo

Salmo: Sal 39, 6. 7. 8-9. 10. 11

R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios;
entonces yo digo. «Aquí estoy». R/.

«- Como está escrito en mi libro – para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». R/.

He proclamado tu justicia ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. R/.

No me he guardado en el pecho tu justicia,
he contado tu fidelidad y tu salvación. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»,
los que desean tu salvación. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (26, 36-42):

Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, y le dijo:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».
Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
«Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».
Y adelántandose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
«¿No habéis podido velar huna hora conmigo? Velad y orad par ano caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
«Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

Palabra del Señor

Reflexión del Evangelio

De ciudad redonda

La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es «reciente» en nuestro calendario litúrgico. En España se celebró por primera vez el 6 de junio de 1974. No todos los países la celebran, y las fechas para celebrarlo tampoco coinciden. El trasfondo de la fiesta (con muchas resonancias al Jueves Santo) es el ministerio sacerdotal, una Jornada por la santificación de los sacerdotes.

Sin embargo, en la sensibilidad eclesial de hoy día, donde hay una fuerte llamada al compromiso de todos en la evangelización, y especialmente de los laicos. Por ejemplo, el video-mensaje del Papa para este mes de mayo:

“Los laicos están en primera línea de la vida de la Iglesia. Necesitamos su testimonio sobre la verdad del Evangelio y su ejemplo al expresar su fe con la práctica de la solidaridad. Demos gracias por los laicos que arriesgan, que no tienen miedo y que ofrecen razones de esperanza a los más pobres, a los excluidos, los marginados.

Pidamos juntos este mes para que los fieles laicos cumplan su misión específica, la misión que han recibido en el bautismo, poniendo su creatividad al servicio de los desafíos del mundo actual.

Por eso me parece que es conveniente poner el acento en algo de lo que se habla poco, y de lo que se desprenden muchas consecuencias para la pastoral de la Iglesia e incluso parala teología: el SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES (de todos), aunque algunos (muy pocos) sean llamados al ministerio sacerdotal sacramental (los presbíteros). Así está fiesta tendrá una dimensión mucho más universal, más inclusiva, más de todos.

Todos los cristianos, por el hecho de estar bautizados, gozan y participan de la consagración sacerdotal de Cristo, tal como nos dice el Ritual del Bautismo:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que te ha liberado del pecado y dado nueva vida

por el agua y el Espíritu Santo,

te consagre con el crisma de la salvación

para que entres a formar parte de su pueblo

y seas para siempre miembro de Cristo,

sacerdote, profeta y rey. (Del Ritual del Bautismo)

Jesús fue un laico. No formó parte de la casta sacerdotal, con la que, por otra parte, chocó directamente; tanto, que ella misma le condenó a muerte. Cierto que acudió en diversas ocasiones al Templo de Jerusalem, lugar de culto por excelencia, con la mediación de los «sacerdotes». Pero no estaba de acuerdo con el culto y los sacrificios que allí se llevaban a cabo. Dios quiere «misericordia y no sacrificios». Y también «habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones».

En su bello diálogo junto al pozo de Sicar, con la samaritana, anuncia que llegará la «hora» en que los que den «culto auténtico al Padre», lo harán «en espíritu y verdad». Precisamente, cuando llegó su «hora» en la cruz, el velo del templo (símbolo de su sacralidad y de la Alianza con el culto que conllevaba) se rasgó en dos, es decir, perdió su sentido. Algo nuevo quedaba estrenado, con la vida y muerte de Jesús: un nuevo modo de relacionarse con Dios y darle culto. No en los templos, sino con la vida.

¿Por qué hablamos entonces de Jesús como Sumo y Eterno Sacerdote? La Carta a los Hebreos, tratando de responder a los que añoraban las viejas ceremonias judías, y el culto sacerdotal del templo en el que todos los judíos habían sido educados, nos presenta a Jesús como un Nuevo Sacerdote.  Sin pretender decirlo todo aquí, resaltemos algunos aspectos de este nuevo sacerdocio en el que todos participamos (aunque lo hagamos de distintas maneras, según nuestra vocación y estado de vida).

– Jesús hizo de su existencia una continua ofrenda, un permanente acto de culto al Padre. De manera que al estar pendiente de hacer en todo momento la voluntad del Padre, y de hacer en todo presente a Dios Padre, la vida cotidiana la convierte en espacio sagrado y en lugar de encuentro con Dios.

Así pues, cuando acogemos a un hermano, le escuchamos, le ayudamos, le amamos… cuando luchamos por la justicia, cuando hacemos bien nuestro trabajo, cuando creamos fraternidad, cuando liberamos a alguien de sus demonios, cuando oramos por otros… estamos dando culto a Dios, estamos siendo sacerdotes. Como dice el Salmo 39: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas…  no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: “Aquí estoy… para hacer tu voluntad”. De eso se trata: de hacer su voluntad. Como Cristo en toda su vida y en su muerte, ofreciéndose: «En tus manos encomiendo mi espíritu»

– Jesús, desde su Bautismo en el Jordán, fue un «consagrado por el Espíritu», de modo que cada una de sus palabras, opciones, gestos y actitudes se convierten en transparencia y revelación del Padre. También los bautizados somos templos del Espíritu, somos sagrados, pertenecemos a Dios que nos ha elegido y nos envía. Y esto significa que continuamente podemos y debemos hacer presente a Dios en medio de todas nuestras cosas, consagrando el mundo, haciendo posible que se abra paso el bien, sobre todo allí donde hay más marginación, sufrimiento e injusticia.

Inspirado por el único Espíritu, todo el Pueblo de Dios participa de las funciones de Jesucristo, «Sacerdote, Rey  y Profeta», y tiene las responsabilidades de misión y servicio que se derivan de ellas (cf. CCC, 783-786). ¿Qué significa participar en el sacerdocio real y profético de Cristo? Significa hacer de sí mismo una oferta agradable a Dios (cf. Rm 12,1), dando testimonio a través de una vida de fe y de caridad (cf. Lumen Gentium, 12), poniéndola al servicio de los demás, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús (ver Mt 20: 25-28; Jn 13: 13-17).

Papa Francisco, Mayo ‘18

– En la última noche con sus discípulos, Jesús hizo un Gesto que resumía toda su vida y daba sentido a su muerte: Una vida entregada, amante, servidora, agradecida, reconciliadora, fraternal, sacrificada, continuamente pendiente de lo que el Padre le pedía… y encomendó a sus discípulos que le tomaran el relevo, que vivieran y entregaran su vida como él, que hicieran «aquello mismo» en memoria suya, en su nombre.  De modo que estamos llamados a convertir nuestra vida en una continua celebración eucarística… que haga posible que, cuando nos reunamos en su nombre, el partir el pan sea expresión de que continuamente nos partimos, compartimos, repartimos y entregamos a los hermanos. Cada uno desde su situación existencial, desde su propia vocación y opción de vida, desde su propio ministerio y compromiso comunitario.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf