Ermita de Campolivar
- 19:00 Misa del III Domingo de Cuaresma
Templo de las Carmelitas
- 20:00 Misa del III Domingo de Cuaresma
Primera lectura
Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):
Pastorea a tu pueblo, Señor, con tu cayado,
al rebaño de tu heredad,
que anda solo en la espesura,
en medio del bosque;
en Basán y Galaad.
Como cuando saliste de Egipto,
les haré ver prodigios.
¿Qué Dios hay como tú,
capaz de perdonar el pecado,
de pasar por alto la falta
del resto de tu heredad?
No conserva para siempre su cólera,
pues le gusta la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
destrozará nuestras culpas,
arrojará nuestros pecados
a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad
y a Abrahán tu bondad,
como antaño prometiste a nuestros padres
Salmo
Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12
R/. El Señor es compasivo y misericordioso
V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.
V/. No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
V/. Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):
EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado e! ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio del día, el hijo pródigo como se le conoce, te invita a que veas al Padre que te pide vuelvas a casa.
Muchas veces en tu vida escuchaste, y talvez aún sigues escuchando, a tu mamá o papá decirte: ten cuidado, vuelve temprano, etc. Y tu actitud ha sido pensar o decir «que me deje en paz, quiero ser libre para hacer lo que quiero», o «ya tengo familia propia, no me traten como un niño (a), sé lo que hago».O si en los estudios, el trabajo, en una relación afectiva dices: «sé lo que hago»; todos estos pensamientos o actitudes son el mismo comportamiento del hijo que pide su herencia.Es prácticamente decirle a tu papá o mamá «muérete»; como hija (o) no puedes decirle esto pues es imposible pedirle a un padre o madre que te deje de amar, aunque tengan 90 años no dejarás de ser su niña(o).
Por otro lado, cuántas veces te has dado golpes fuertes en la vida, tan fuertes que te han llevado a pensar que tu vida no tiene sentido, que no vale la pena vivir; talvez porque te preocupas por el «qué dirán», pues sientes que te juzgan o rechazan, porque tus estudios no son un éxito, porque no tienes trabajo, porque algo anda mal en tu trabajo, porque algún proyecto falló, porque saliste embarazada o embarazaste a una chica, o incluso asesinaste o insististe para que alguien lo hiciera – con el llamado aborto -, etc. En fin, te has caído, ahora es tiempo que te levantes; reconoce que Dios te da las fuerzas para salir adelante, – si eres católica (o) – en este periodo de Cuaresma busca un confesor y reconoce tus fallas como el hijo pródigo. Dios te absuelve de antemano y te espera con los brazos abiertos; si no eres católica (o) reconoce que te has equivocado y que es necesario enderezar tu camino reconociendo tu dignidad de persona.Aunque tú no creas también Dios te espera con los brazos abiertos.
Observa a un niño cuando se cae, mira cómo se levanta y llorando vuelve a los brazos de su mamá o papá en busca de consuelo; ellos esperan a sus hijos con los brazos abiertos y curan sus heridas; pues de la misma forma Dios te espera. Reconoce tus debilidades y vuelve a la casa del Padre que te dice: «Hija(o) vuelve a casa que te espero con los brazos abiertos». Cuando veas un crucifijo, mira que Cristo está con los brazos abiertos en espera a que vuelvas a Él, recuerda que con ese gesto siempre te dice:»Levántate y vuelve a casa».
El abrazo de la reconciliación entre el Padre y toda la humanidad pecadora se dio en el Calvario. Que el crucifijo, signo del amor de Cristo que se inmoló por nuestra salvación, suscite en el corazón de cada hombre y de cada mujer de nuestro tiempo la misma confianza que impulsó al hijo pródigo a decir: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado». Recibió como don el perdón y la alegría.
(San Juan Pablo II, Audiencia, 17 de febrero de 1999).