21 de noviembre. Presentación de la Santísima Virgen María

Primera Lectura

2M 6,18-31:

En aquellos días, Eleazar era uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno.
lo

Le abrían la boca a la fuerza, para que comiera carne de cerdo.

Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.

Algunos de los encargados, viejos amigos de Eleazar, movidos por una compasión ¡legítima, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración.

Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo digna de la ley santa dada por Dios, respondió sin cortarse, diciendo en seguida:

-¡Enviadme al sepulcro!

No es digno de mí edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado, y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no me libraría de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar una muerte noble y voluntaria, por amor a nuestra santa y venerable ley.

Dicho esto se fue en seguida al suplicio.

Los que le llevaban, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar, cambiaron en dureza su actitud benévola de poco antes. Pero él, a punto de morir a causa de los golpes, dijo entre suspiros:

-Bien sabe el Señor, dueño de la ciencia santa, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y que en mi alma los sufro con gusto por temor de él.

De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino también a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

Salmo

Sal 3,2-3.4-5.6-7: El Señor me sostiene.

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no le protege Dios.»Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

Lc 19,1-10:

Evangelio

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:

-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

El bajó en seguida, y lo recibió muy contento.

Al ver ésto, todos murmuraban diciendo:

-Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.

Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:

-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

Jesús le contestó:

-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.

Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Recuerdo algunos momentos cuando era pequeño, estando en algunos eventos, por mi estatura no podía ver lo que quería. Algunas veces mis padres me cargaban y la alegría llegaba, por fin podía ver lo que tanto deseaba. Ésa era la situación de Zaqueo, no podía ver lo que deseaba, no podía ver a Dios.
¿Cuántas veces no estoy como Zaqueo? ¿Cuántas veces no puedo ver a Dios en medio de los problemas? Soy muy pequeño y, en algunas ocasiones, los problemas me taparán la cara de Dios. Hay que buscar, como Zaqueo, el árbol de mi vida, ése que está cerca de mí.
Este árbol tiene nombre, el nombre de esposo o esposa, el de hijos, al árbol de mi amigo o amiga de tantos años, el árbol de una oración o una iglesia, el árbol del confesor o director espiritual. Hay tantos árboles que Dios ha plantado en mi vida, yo sólo debo buscarlos.
Pero el árbol no es Dios, sino lo que me ayuda a ver a Dios. El árbol no es mi deseo, mi deseo es ver el rostro de Dios. No hay nada más hermoso que ver el rostro de Dios diciéndome por mi nombre que hoy se quedará en mi casa, que estará en mi vida.
Dios mío, dame la fuerza, el entendimiento y, sobre todo, el amor para buscar ese árbol que me permite contemplarte, para oírte decir que te quedarás en mi casa, que estarás en mi vida descansando en mi corazón.

«Dejémonos también nosotros llamar por el nombre por Jesús. En lo profundo del corazón, escuchemos su voz que nos dice: “Es necesario que hoy me quede en tu casa”, es decir, en tu corazón, en tu vida. Y acojámosle con alegría: Él puede cambiarnos, puede convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo; ¡déjate mirar por Jesús!»
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de noviembre de 2013).